Yamile Vanegas y su declaración de amor a Tunja en forma de poemario
Es 2025 y hemos debido esperar tres años desde la última publicación de Hijos de los Días Editorial para dar a conocer a la comunidad lectora una nueva apuesta poética de alto valor, luego del resonado Cuidados paliativos de Naisha Herrera (2022). En este caso se trata de un libro que es, a un tiempo, declaración de amor y declaratoria de intenciones: Yamile Vanegas firma un libro que es un vagabundeo en femenino por las calles de Tunja, con todas las implicaciones que eso tiene: ser “flâneuse porque no flâneur”. O sea, Amatoria de los adoquines (2025) es una apuesta poética, política y poderosa, en donde el cuerpo de la escritora se propone como escenario para la exploración de una ciudad en donde se ama, se sufre, se sangra y se afirma el propio ser en cada andén, fachada y esquina.
Pero dejo que otra gran poeta boyacense, Luz Mary Cuervo, les cuente mejor sobre este poemario y les intrigue a buscarlo a partir de la tercera semana de noviembre a través del instagram de @hijosdelosdiaseditorial
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Toda ciudad es, ante todo, una forma del cuerpo. No es solo un lugar donde se vive, sino una materia que se infiltra en la voz. Amatoria de los adoquines no habla sobre Tunja: la respira, la habita, la sangra. En sus calles, la escritora encuentra la materia viva de su poesía, cada esquina, es un órgano que crece dentro de ella; cada palabra, una pulsación que restituye la presencia de la mujer en el territorio.
La autora —una flâneuse contemporánea— se desplaza por Tunja como quien explora la cartografía de su propia piel. La escritura se inscribe en una tradición de la experiencia urbana, pero lo hace desde una voz femenina que se sabe excluida del relato histórico del flâneur. Aquí, la mujer no observa la ciudad desde la distancia del paseante ilustrado: la transita con la intensidad de quien la ha sufrido, no describe, sino que reencanta; no huye de la herida, sino que la nombra para darle sentido. Su mirada no es contemplativa, sino visceral. Caminar, en esta escritura, es un acto de lectura: la poeta lee la ciudad con los pies, la respira con la lengua, la escribe con el vientre.
Tunja es una ciudad que se sueña a sí misma en tres movimientos: Ciudad – Pie, inaugura el tránsito y la conciencia del movimiento, la caminata, ese rito de exploración donde las piernas son brújula y confesión. Ciudad – Deseo, abre el espacio del eros y del desborde, la ciudad se erotiza, se vuelve espejo de la pulsión humana; y Ciudad – Habitada, donde el yo poético encuentra una forma de permanencia: comprender la ciudad ya no como escenario, sino como prolongación de sí.
El tono íntimo que recorre estas páginas no surge del sentimentalismo, sino de la conciencia. La autora sabe que el cuerpo que camina por Tunja no es solo un cuerpo individual: es una síntesis de historias, memorias y ausencias. La ciudad, en consecuencia, no es un paisaje externo, sino un archivo afectivo donde confluyen las huellas del amor, del trabajo, de la infancia, del miedo. La poeta camina y con cada paso escribe la arqueología de su existencia.
Caminar, escribir, amar: tres verbos que en Amatoria de los adoquines, son uno solo. Cada poema es un intento de reconciliar lo fragmentado: el cuerpo con la ciudad, la memoria con el presente, el silencio con la voz. Y al final, cuando la flâneuse deja de andar, se comprende que lo que realmente ha recorrido no es Tunja, sino los pliegues de sí misma: su geografía secreta, su herida luminosa, su modo de existir entre la piedra y el sueño.
Este poemario es, en última instancia, una exploración del vínculo entre el cuerpo, la ciudad y el lenguaje. En él, la voz femenina no solo nombra su lugar, sino que lo crea. Y al hacerlo, nos recuerda que habitar una ciudad —como escribir o amar— es siempre un gesto de vulnerabilidad y resistencia: una manera de afirmar la existencia, aún entre el ruido, la niebla y el temblor de la voz.
Luz Mary Cuervo
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Aquí algunos poemas que componen Amatoria de los adoquines (2025):
SABIDURÍA DEL CUERPO CITADINO
El cuerpo sabe que el cansancio existe, que se disfraza de
productividad y complacencia; el cuerpo sabe lo que es tedio, hastío
oficinesco, el trabajo cíclico e inútil. Al cuerpo lo han vuelto rutinario.
Se sabe puesto sobre la silla,
todo el día,
todo el día,
todo el día…
El cuerpo haciendo cosas importantes y alrededor van
otros, haciendo también importantísimas cosas: contestar el
teléfono o enviar correos nunca respondidos.
El cuerpo sabe que está torcido. Retorcido frente al vacío brillante;
y sabe además que no hay pausa que lo enderece, que lo destuerza,
que le devuelva su natural forma.
El agujero frente a él
se traga el brillo en los ojos
se traga las ganas de morirse de la risa
se traga tardes enteras de abrazo y pereza.
El cuerpo sabe que ya no tiene cuerpo, él mismo se ha devorado.
El cuerpo sabe del hartazgo, lo vive en las piernas paralizadas, en los
pies afanados hacia ninguna parte, cada mañana, todos los días al
despertar y correr hacia la importantísima cosa que hace.
El cuerpo no sabe qué es frio y café. No saben los pies lo que es irse sin
rumbo. Ya no saben los ojos cómo es el cielo naranja. No sabe la
espalda la suavidad del césped. No sabe la mirada sobre la lentitud de
las nubes. No saben los oídos qué hacer con el silencio.
No sabe el cuerpo qué hacer cuando está libre. No sabe la lengua
qué hacer fuera de la boca. El cuerpo no sabe y lo sabe.
Sabe el cuerpo que se encorva, que se enrolla, que se retuerce, que se
enrosca, que se envuelve sobre sí mismo.
Él se engulle de él pero está hueco, el hartazgo no lo deja satisfecho, no
puede estar lleno, está vacío de él dentro de sí mismo, de lo retorcido
y encorvado sobre sí mismo que está.
Mientras tanto, está derechito, sentadito frente al brillante vacío,
sabiendo que no sabe, derechito y vacío, hueco, torcido, ladeado,
atornillado, bien sentado.
CONFABULADOS
Con la palabra puesta en el aire y
el punto exacto de humedad
la complicidad pasa de boca en boca,
gira entre los dientes la risa contenida,
y la delicia en la punta de la lengua
retoza entre la roja negrura.
A empellones se abre paso
el corazón por la garganta,
ansioso de llegar a la fiesta de la saliva
FLÂNEUSE A PIE
Siempre he considerado que lo más fuerte de mi cuerpo son mis piernas, cortas pero categóricas en su contextura de metálica pelusa. Cuando les digo —adelante— ellas explotan en una energía inmediata: derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda… no corren ni saltan, solo caminan, seguras, dejándose llevar por mi voluntad hacia calles desconocidas, a mis trincheras del café.
Vamos por la calle, mi voluntad y mis piernas, llevando nuestra blanda carga de paseo, contoneando las caderas para que respiren, balanceándonos para que los senos vibren imperceptibles, con los brazos oscilando como péndulos nerviosos, llevando los ojos a los confines de la imagen, trasladando los oídos hasta el origen mismo del sonido, poniendo la ciudad en la punta de la nariz, en lo oscuro de la boca, en la profundidad de la piel.
Mis piernas saben girar, retroceder, acurrucarse, extenderse, abrirse, saben rastrear la gente, acomodarse a sus velocidades, rozarse con sus zapatos; soportan largas distancias, días lluviosos, asfalto caliente, filas tortuosas y cuando están cansadas son sinceras —¡ya basta!— me dicen; entonces, buscan descanso con una resignación dulce, sin reproches.
Las llevo de vuelta a casa, las acaricio y recuesto para que duerman hasta la marcha de la mañana siguiente.
POEMA PARA UNA TARDE TUNJANA
Me gusta escribirte en invierno, en tu invierno sin nieve
de aguaceros eternos y vientos que calan la sangre,
me gusta inventarte en tus piedras húmedas
y tus tardes sin alimento
en tus ocasos de absurdas melancolías
en tu ruido de gentes congeladas
en tus sillas inertes.
Pasar la pluma sobre
las copas mojadas
de la flora que te viste;
me gusta escribirte
en las gotas que caen interminables
sobre el suelo suave de tu piel.
Me gusta posar tu aliento gélido
sobre mis hojas escuetas, tímidas;
pintar tus grises
sobre los paraguas de los aprendices.
Me gusta escribirte en tus inviernos terribles
tan propios para las sábanas y los cigarrillos;
imprimir tu lluvia oblicua
sobre la temerosa creencia
de ser poeta;
trazar lánguidamente
tus charcos ocres, grises, invisibles.
Me gusta escribirte
ciudad de poderosa respiración congelante
.
PASAJE FILANTRÓPICO
Hay en la confluencia de los hombres
en esta noche,
algo de cálido,
de luminoso.
Hay tanto de dicha
en este usual amorío
de guitarras y espaldas,
carteras y uñas,
de cigarrillos y labios.
Los hombres…
tan genuinos, tan existentes.
Fraternos en la fiesta del tinto,
en las serenatas de la cercana frontera,
profundos
en las mesas crispadas de botellas,
congregados alrededor de la risa,
jubilosos en la mutua cercanía.
¡Cuánto de humanidad,
de gozo,
en esta noche
sobre la misma calle!