Revista Latinoamericana de Poesía

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Sobre el arte de la subtitulación poética en Catálogo mexicano de cine de horror de Alberto Avendaño



Sobre el arte de la subtitulación poética en Catálogo mexicano de cine de horror de Alberto Avendaño 

 


Por Ángel Emiliano


¡Y todavía en la vida! –¡Si la condenación es eterna!
Un hombre que desea mutilarse está condenado, ¿no?
Yo me creo en el infierno, por tanto, estoy allí.
Arthur Rimbaud

 

Es probable que la poesía de Alberto Avendaño sea una de las más auténticas muestras de la producción contemporánea en México en cuanto a estilo y temática se refiere. De corte gótico, pero con una inclinación técnica de vanguardia que mezcla características del surrealismo con la fuerza aprehensiva del estatismo de un cuadro nativista, Catálogo mexicano de cine de horror parece surgir, desde la efervescencia de sus elementos y motivos, como propuesta experimental no del lenguaje cinematográfico (como cabría suponer) sino de aquel que no se articula pero que el poeta se encarga de subtitular. Publicado por Espina Dorsal en 2024, el título que nos ocupa es un exquisito compendio de las fantasmagorías encarnadas de la realidad inmediata, un recorrido por la escabrosa oscuridad de la sugestiva imaginación humana.

Los alcances del Catálogo rebasan la dependencia a la imagen y sonoridad del producto fílmico representado en cada uno de los poemas; no contentándose con una somera emulación de la trama, y más bien evocando la idea sobre la que se confecciona con una síntesis que trasciende su origen: el mundo cinematográfico, rico en símbolos, recursos narrativos y técnica fotográfica encuentra un subterfugio en la versificación concisa, en la palabra que se asigna como epicentro de una semántica de las abominaciones, diseñada para trasladar el juego estilístico de la filmografía a las representaciones subjetivas de la imagen acústica y particular que engendra cada lector.

Los poemas resultantes tienden a ser piezas diseccionadas, que muestran las vértebras, articulaciones, venas y, en fin, los purulentos efluvios que, flotando como un hálito espeso, dan constitución al funcionamiento cabal del intradiscurso de todos los títulos que se presentan: retazos desencriptados de una consciencia colectiva que nos hermana a todos en la cruda confrontación de los temores (primitivos y actuales) que el poeta reproduce sin la oscuridad retórica del símbolo ni con exigencias de orden culterano que condicionen la lectura a un previo acercamiento a las películas que, por lo demás, se nos invita a ver.

No se pasa inadvertido que el libro también recoge los mitos y leyendas fundacionales que gestan la identidad a través de los horrores que habitan en el fondo de nuestros corazones y que tienden a salir a medianoche a recorrer los pasajes tenebrosos en que se devela la naturaleza auténtica del ser humano (“El espíritu de nuestra última sangre / profanará los órganos de los demás /”[1] ). Víctima y verdugo, se muestra tan frágil como violento, tan peligroso como inacabable es su imaginación: progenitora de todos esos seres, hechos e ideas que inspiran el temor y repudio de la mente, pero que también nos desvisten hasta mostrar el raquítico esqueleto que condensa la vulnerabilidad con que estamos condenados a interactuar en el mundo (muy ad hoc, por cierto, con el brevísimo percance en que el autobús donde viajábamos el poeta y yo, camino a la presentación del Catálogo, fue abordado por uno de esos muertos que yacen en vida y que ya ofrecieron su alma a las sombras del submundo mexicano: un hombre que arrastraba uno de sus pies, con el ruido metálico de unas cadenas que colgaban de su pantalón, al más puro estilo de los horrores avendañescos, y en el que, entrecerrados los ojos, advertí la vaina de un cuchillo y el frío reflejo de una pistola a medio enfundar: una criatura de este bestiario nos daba la bienvenida).

 

[…]

Miedo / chingaderas / esta vida

y no otro lugar /

estamos en el infierno /

juntos llegamos y juntos nos vamos cabrón

no le temo a la muerte / pero al patrón

[…][2]

 

Además de ofrecer una cuidadosa selección de las producciones imprescindibles del cine de horror nacional, lo cierto es que la confección poética de la totalidad del libro atiende a la sólida construcción de una tipología que bifurca el género a través de la lente de la cultura local, aunque no privativa, del mexicano, lo que dimensiona el horror tras comprender que los márgenes que lo definen pueden ser ambiguos o incluso ilusorios; o es más: inexistentes. Cabe reiterar que esta cercanía conceptual no delimita el libro a empirismos que zanjen su claridad inmersiva, y más bien se erige sobre la universalidad sensorial que predomina a natura en la capacidad imaginativa que da carácter a nuestra especie.

Íntima y descarnada, esta suspicacia para con los horrores que impregnan la cotidianidad ulterior de la psique confiere unidad al libro a través del escenario multilateral en que la descripción onírica, pesallidesca, superpone realidad y fantasía sin posibilidad de reconocer en dónde termina una o comienza otra. Despejándonos de estas fronteras, el poeta devela que la estructura de nuestro plano obedece a un sistema de correspondencias infrahumanas: como es arriba es abajo; lo que germina dentro es proyectado hacia afuera, lo que incluye sus temores más abyectos y oscuros.

Así, se obvia que el ejercicio poético no se subordina tanto a los motivos que se proponen comúnmente dentro de las películas de este género, como sí al intradiscurso latente del imaginario específico de aquellos que recorren ya sea los senderos sanguinolentos del Infierno de Luis Estrada,  o quizá los desiertos monocromáticos a los que se huye del pecado y las tentaciones del mundo en busca del milagro apostólico (“/ ellos, que por su maldad han vivido perdonados. / ”[3] ), o incluso la muerte laberíntica que conjuga el tiempo y los espacios en ese legajo de piedra que alguna vez fuera un hombre pero es todos los hombres (“ / Vivimos en el recuerdo de un cadáver.”[4] / ): dueños, sin duda, de una cultura terriblemente rica en miedo, sangre y maldiciones.

Los versos adquieren la capacidad monográfica del testimonio, del informe explícito, del detalle oscuro: una iconografía carnavalesca que justifica y refuerza la brutalidad de una ausencia de luz, de esperanzas (acaso inmoladas bajo el yugo de la cruenta realidad), lo que los dota de un tangencial carácter crítico.

En cada uno de los poemas se halla el centro de sus oníricas visiones, uno de los más universales monstruos de la humanidad: la imaginación, y que tiene especial protagonismo en la película Veneno para las hadas (las brujas, como los niños, lo pueden todo), elementos que el poeta no pasa inadvertido, haciendo del poema homónimo el probable centro semántico del libro, toda vez que en él se denota el trasfondo que engendra la pesadilla o que trastoca la cotidianidad con destellos surrealistas, y de lo que Alberto Avendaño no interpreta, sino que traduce (conocedor de la labor poética) la premisa de la potestad de la mente sobre los lúgubres designios del hado, atento al silencioso significado de las cosas que no se pueden nombrar a sí mismas, que buscan su nominación para existir, para ser oídas, a veces para poseernos. De esto ya hablaría Rimbaud con Paul Demény en una carta fechada el 15 de mayo de 1871: 

Digo que es preciso ser vidente.

El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, agota en él todos los venenos para conservar sólo las quintaesencias […] Pero inspeccionar lo invisible y escuchar lo no oído es diferente a volver a tomar el espíritu de las cosas muertas.[5]

Esta sentencia advierte, con mucha razón, que el deber del poeta no responde a su capacidad de intérprete, sino de traductor, hecho que va muy de acuerdo con las pautas y técnica empleadas para el desarrollo de este poemario: una guía subtitulada del silencio.

Para quienes se sumergen por primera vez en los espesos parajes que Alberto Avendaño ofrece en cada uno de sus libros, Catálogo mexicano de cine de horror es una de las opciones que obsequia mayor acercamiento a su lector no sólo por la ventaja de la referencialidad (que, por otro lado, nos invita desde la función paratextual a buscar estas producciones fílmicas) sino porque los escenarios, criaturas y circunstancias que se nos exhiben en este desfile de excentricidades no pueden por menos que resultarnos siniestramente familiares en tanto producto concebido de los tormentos primigenios de todos los hombres: el pecado, la fragilidad de la vida humana, el hechizo melódico y recurrente de la muerte; todo aquello que converge en la ausencia de un orden bienhechor que nos consagra en la orfandad de un mundo que no nos pertenece y que ha sido entregado a los homúnculos de la noche. Sirva, entonces, una advertencia final: la extrañeza, que es ruptura o brecha, pero siempre límite, no acierta a contenerlos como un remoto artificio de la palabra.

 

 

 

Retorno a la juventud

Dirige | Juan Bustillo Oro Elenco principal | Enrique Rambal, Rosario Granados y Carlos López Moctezuma Año | 1954

Veo en una lápida
el nombre del ocaso.

 

 

Espiritismo

Dirige | Benito Alazraki Elenco | José Luis Jiménez, Nora Veryán, Beatriz Aguirre y Alicia Caro Año | 1962

Desde mis sueños recibí una caja
letal y hermosa como la amapola.
En ella se conjugan mis ambiciones
me habla la voz del maligno
de la confusión de los muertos.
¿Vendí mi alma?
Un visitante inesperado llama a mi puerta.

 

 

El libro de piedra

Dirige | Carlos Enrique Taboada Elenco | Joaquín Cordero, Norma Lazareno, Marga López, Aldo Monti, Lucy Buj y Jorge Pablo Carrillo Año | 1969

Junto al río
como un camafeo extraviado
en las entrañas de un lagarto muerto
que entre sal se petrifica
apareces
adornando la naturaleza
con tu mirada perdida.
Eres todos los sonidos
que la noche construye
tu sonrisa es un danzar de conjuros
bajo el cuerpo del delito
una cosquilla tierna antes de la eternidad.
No te abandonaré al mundo
cada noche serás
mi custodio
mi verdugo.

 

 

Canoa

Dirige | Felipe Cazals Elenco | Enrique Lucero, Salvador Sánchez, Ernesto Gómez Cruz, Rodrigo Puebla, Roberto Sosa, Arturo Alegro, Jaime Garza, Gerardo Vigil, Malena Doria, Juan Ángel Martínez, Gastón Melo y Alicia del Lago Año | 1976

Los altoparlantes
lúgubres relámpagos que se conjugan con Satán
declaman mi insignificante vida
como una oda a la mediocridad.
Padre, si estás en los cielos
no dejes que mi conciencia quede embarrada
en los palos y machetes.

Hazme saber que existes.

 

 

Alucarda, la hija de las tinieblas

Dirige | Juan López Moctezuma Elenco | Tina Romero, Claudio Brook, Susana Kamini y David Silva Año | 1977

Tengo en el vientre un templo
con mi aliento momificado:
vestigio de mi nacimiento
fuego en la piel
que se seca igual que árboles muertos
ogros y sarcófagos
son una extensión de mi esqueleto.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

AVENDAÑO, Alberto, Catálogo mexicano de cine de horror, Espina Dorsal, México, 2024.

RIMBAUD, Arthur, Una temporada en el infierno, Premiá México, 1979.

 

[1] Alberto Avendaño, Catálogo mexicano de cine de horror, Espina Dorsal, México, 2024, p. 14.

[2] Ibíd., p. 40.

[3] Ibíd., p. 15.

[4] Ibíd., p. 17.

[5] Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, Premiá, México,  1979, pp. 109-113.



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