
¿Cómo sostener la ausencia?
¿Cómo sostener la ausencia?
Poesía y resistencia en No habitar ya la tierra
Por Nathalie Mejía
Papá está muriendo.
Yo lo sé.
Él lo sabe.
Y ninguno dice nada.
Alejandra Lerma
Desde que nacemos estamos destinados a morir, y aun así, nadie nos enseña a ver partir a nuestros padres. Como hijos es una de las dolencias más grandes. Pese a ser un panorama tan obvio, nos resulta ajeno, casi ausente. Alejandra Lerma, con su poemario No habitar ya la tierra, nos presenta esta travesía del duelo desde la templanza, la melancolía y la ira, donde la protagonista no es la muerte en sí, sino todo lo que se diluye cuando alguien se va y nos deja. Es un intento por evitar que la memoria lo devore todo, que la cotidianidad, tan difícil de habitar, no nos arrebate en la misma medida en que nos recuerde a esos fantasmas que tallamos en el pecho.
Aunque Lerma nos habla de una muerte cercana, inesperada y desoladora, su poemario no es un ejercicio meramente catártico ni una colección de versos escuetos donde solo se deposita el dolor, la negación y las preguntas sin respuesta. Se trata de una escritura tan pensada como sentida, en la que el lenguaje ha sido trabajado para que el lector transite por la obra desde su propia experiencia. De esta forma, en la vivencia personal de la autora, se nos revela una verdad íntima: quizá el miedo o la angustia de la pérdida, o la resignación y la añoranza.
Así encontramos poemas concretos y breves como:
Cuando me abrazas
Papá
cuando me abrazas
es como si remediaras mi vida.
Y otros más herméticos y narrativos, al estilo de “Me he convertido en una estrella, padre”:
“Una colmena de truenos ha sembrado violetas para ti
No saben que el invierno no existía en tu mundo
Hombre de todos los soles
las plataneras te fecundaron el pecho
De ahí salió esta hija dulce y extraviada
a la que bautizaste con el rugido de tu sangre
y el sosiego de mamá.
Sus poemas, todos breves —los más largos no superan las dos páginas—, conforman un poemario monotemático, pero bien estructurado. Sin embargo, la obra no deja de ser fragmentada y rica en matices, permitiéndonos transitar por diferentes dimensiones del duelo. Lerma explora, por ejemplo, la despersonalización que rodea el papeleo burocrático de un enfermo, que luego fallece, en poemas como “Papá no es” o “Solicitudes”, donde parece entreverse un cuestionamiento sobre qué se es durante y tras la muerte, así como todo aquello que no puede ser bordeado por la misma:
Todo es frío y formal.
No se pueden adjuntar fotografías de viaje
ni hablar sobre el olor de su ropa,
ni escribir que prefería los anturios a las rosas.
La poesía de Lerma es honesta, fiel a las memorias que guarda de su padre, al cariño y la nostalgia. También es sincera consigo misma y con la palabra, permitiéndonos ver aquello que nos atraviesa: las preguntas que se nos atascan, las memorias que nos golpean, la escritura que resulta insuficiente para expresar la ausencia. Nos deja el deseo de escuchar la voz que se ha ido, de creer en la reencarnación como último acto, como esperanza. Y, pese a lo difícil que es escribir sobre temas tan tratados como la vida, la muerte y el dolor, este poemario se aleja por completo de los lugares comunes en los que sería fácil caer. En su lugar, nos entrega versos que se alojan desde el interior del tema con una sensibilidad minuciosa, encendida:
"Al final / la nada se reúne con la nada."
"Te dormirás junto al aroma del mirto."
"Mi ardor es caprichoso."
"Parece que las almas no van a discotecas / por eso cuando bailo te siento en mis rodillas."
"Cuerpo sin cuerpo que mastica flores."
"No decir te has ido / Decir: naces en mí todos los días."
"el caramelo en mi boca tiene gusto de alquitrán."
En estos versos evidenciamos la búsqueda de un lenguaje desplegado y profundo, una apuesta por imágenes que resignifican la ausencia. Lerma no se limita a constatar el dolor, sino que lo transfigura en materia poética, haciendo del duelo un espacio de exploración sensorial y simbólica, una invasión al cuerpo. El poema no sólo recuerda, sino que reinventa; da nuevos significados a lo que queda después de la muerte: la memoria, la memoria que es un monstruo.
Los sesenta y seis poemas que conforman este libro se apoyan en un lenguaje que no se ancla en la desesperanza, sino que ahonda en los caminos que permiten habitar la ausencia sin que esta se convierta en vacío absoluto. Pues no hay nada más contrario a la nada que la muerte, tan llena de emociones, reflexiones y recuerdos, que en este mundo intangible se materializan y nos pesan. Lerma nos plantea una apuesta con esta escritura emotiva y reflexiva: la muerte no es solo la tragedia del adiós, sino también un espacio de resistencia, de esa necesidad tan humana, tan fraternal, de seguir nombrando, de sostener la memoria en palabras para que no se caiga, de crear y recrear los acontecimientos que nos atraviesan y nos hacen llamar a esto vida.
La muerte es invisible y de constitución espesa, cubre todo con su bruma y lo clausura. Es el analfabetismo de la ausencia, el vacío en el estómago al llamar a familiares y amigos para hacer correr la noticia, el grito incinerado y los golpes del oleaje que llegan sin mucho aviso y nos obligan a hacernos un ovillo, deseando que nos acunen las manos de papá. Aquí irrumpe lo que fue y ya no será; se vuelven heridas en nuestros cuerpos, en los recuerdos táctiles que se sienten tan frescos como la protección de una mano que alguna vez nos sostuvo, la presión de unos dedos entrelazados, o las risas que se entremezclan con el alboroto de una TV. En la memoria, el pasado se impone sobre el presente, y en el presente un futuro que nos arrastra con él.
Primero llega la nostalgia, dulce y dolorosa que revive momentos con una nitidez que nos carcome. Luego, el dolor se abre paso como la brea, a través de la mesa donde falta un plato, en el armario que ha sido invadido, en los reclamos que no acontecen, en todo lo que se queda trunco. Entonces, buscamos refugio en lo onírico. En los sueños, los cadáveres de los muertos florecidos que regresan y hablan en sueños. La pérdida parece un malentendido y con ello llega la ira. Nos aferramos al absurdo deseo de haber cambiado el destino, de haber hecho algo más, de haber detenido lo inevitable.
Y al final, solo quedan las palabras. La poesía, tan inútil como sagrada, que intenta evitar que se diluya lo esencial para los poros. Es el intento desesperado de dar forma a lo inasible, de sostener la ausencia con versos que nunca serán suficientes, a caracterizar y nombrar lo innombrable, crear un puente entre lo que fue y lo que aún duele. Son el último refugio ante el olvido, la única resistencia posible frente a la muerte.
Alejandra Lerma (Cali, 1991): es poeta y comunicadora social. Creció en las montañas de Restrepo, donde desarrolló una profunda conexión con la naturaleza y el silencio. Ha recibido la beca de estímulos para publicación de autores caleños (2015–2017), el premio departamental Jorge Isaacs (2019) y el primer puesto en la Convocatoria Nacional Poética del Aislamiento (2020). Su obra figura en la Antología de la poesía colombiana del siglo XXI.
Es autora de varios libros de poesía, entre ellos Oscuridad en luz alta (2015), Precisiones sobre la incerteza (2017) y No habitar ya la tierra (2019). Lectora fervorosa de Wislawa Szymborska, además de tener una escritura que se caracteriza por una intensidad sensible y pulida, como si “escribiera con un látigo en la mano”.
Nathalie Mejía (Bogotá, 2004): Estudiante de Creación Literaria en la Universidad Central. Forma parte del colectivo literario Diversus, donde participa en procesos de escritura, lectura crítica y creación interdisciplinar.