Revista Latinoemerica de Poesía

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"Marabunta" de Balam Rodrigo



 

Por Manuel Iris

 

La poesía es, entre muchas otras cosas, una respuesta a la realidad: una toma de postura. El poeta no puede dedicarse solamente a retratar el presente. Su naturaleza es la de proponer un futuro. La narración del hoy no es el punto de llegada, sino el punto de partida del poeta. En este sentido, las palabras poeta y profeta encuentran el porqué de su sonido cercano.

Con el libro que ahora comento, Balam Rodrigo ha logrado hacer algo que pocos poetas pueden lograr: hablar del dolor humano inmediato, y lograr hacerlo conmoviendo hasta los huesos.  Marabunta, que ha merecido el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017, y que ha sido recientemente publicado, es un libro lleno de verdad y de vidas y muertes inmediatas: es un libro sucediendo ahora mismo, mientras hablamos, en el camino que hacen los migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos, y en el sufrimiento y el caos en el que, antes de salir, los migrantes se encuentran en sus países. En este libro, desde diversos puntos de vista, podemos encontrar la pobreza y la violencia que hacen que nuestros hermanos centroamericanos inicien el viaje hacia el norte. Sin embargo no es un libro-panfleto, sino un conjunto de poemas verdaderos que han sido tejidos con palabras de carne y de tierra, de agua y de bruma.

Marabunta es la palabra usada para describir una enorme cantidad de hormigas que migran y que devoran todo a su paso. La Marabunta de Balam Rodrigo es una enorme cantidad de hombres que migran porque todo en el sitio del que vienen ha sido consumido por la pobreza y la por la otra Mara, la Mara Salvatrucha: esa organización internacional de pandillas criminales que consume y violenta todo lo que toca.

Como sucede con la poesía bien escrita, el libro no es sencillo de explicar: no cuenta una historia con buenos y malos. No hay personajes, sino personas. No hay un solo hilo narrativo, sino varios. A veces parece ser un libro autobiográfico. A veces parece decirle al lector que cualquier narrativa humana que uno puede sentir es autobiográfica. Yo creo, fervientemente, que este libro habla de las muchas personas que Balam Rodrigo ha sido por medio de sus padres, sus hermanos, sus amigos, y su vida.

El libro es, correspondiendo con su propio tema, una marabunta de historias. Cada uno de sus siete apartados (uno por cada año que este libro ha tardado en escribirse) sigue la vida de una persona distinta pero igualmente atrapada en la Marabunta.

Primero vemos a Los ceiberos transumantes: un muchacho y su padre migrando hacia el sur, de México a Guatemala, para vender sus mercancías. Desconfian, siendo mexicanos, de la migra mexicana y de la guatemalteca. De los verdes y los kaibiles. En un momento, mientras estos personajes cruzan el río Suchiate, podemos leer estos versos que son una especie de declaración de la poética del libro entero:

(…) no es agua la que corre hacia el mar,
es la sangre de niños, mujeres y hombres
venidos de toda Centroamérica: buscan la tortilla,
no el pan. Buscan mejor vida, no la mejor tierra.

Buscan arrancar de sus cuerpos el odio y el hambre:
buscan olvidar la injusticia de los hombres.

En otro momento de esta sección Balam Rodrigo asume una voz que invita, como lo hizo Neruda en el canto XII de Las alturas de Macchu Picchu, a su lector a unirse con el poema y con la naturaleza del paisaje, de la gente que es el paisaje. Si Neruda habla desde la cima del mundo, Balam lo hace desde el suelo, desde la sombra de la Ceiba, árbol que representa la raigambre indígena de los que ocupan esta marabunta. Neruda pretende hablarle a todos los latinoamericanos para convencerlos de subirse a la historia de sus pueblos, de elevarse en orgullo por su pasado:

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.

Y Balam, que habla del presente y no desde el pasado, que no habla desde las alturas, sino desde el mismo suelo de los migrantes; que no propone una especie de futuro ideal sino que habla desde la desesperanza iluminada del hoy, contesta:


Hermano: ven a la sombra de la ceiba.
Ven a los brazos de la hermosa Centroamérica.
Aquí nos espera el descanso
de nuestra larga jornada por la tierra.
(La muerte vuelve a cruzar por el aire el Suchiate).
Nos espera la muerte sentada en su hamaca.
Nos espera desnuda la muerte en la Casa del Aire.
Buscaremos eternidad en la Casa del Aire.
Centroamérica, Patria del Aire, Casa del Aire:
nosotros somos la misma sustancia del aire

Luego, en la segunda sección del libro, tenemos la historia de un personaje entrañable: Orlin, El cíclope de Dios. Un inmigrante hondureño que luego de sufrir mucho se queda a trabajar en un puesto de tortas con una familia que lo adopta y aprende de su humildad y su inocencia. Orlin llegó en La Bestia, ese tren tristemente conocido por cualquier latinoamericano. Una de las más hermosas imágenes del poemario viene en esta sección:

No son vías los rieles, ni durmientes los tendidos troncos:
son una larga e infinita marimba extendida de sur a norte,
desde el verde que muere al sol hasta el azul que muerde al cielo

Lengua de dos filos, la tercera historia de esta Marabunta, es de nuevo la de un padre y su hijo, pero ahora yendo en sentido contrario, entrando a México desde el sur. Sus machetes de dos filos, sus cuchillos brillando en la noche, alumbrando la maleza, dan al poeta la posibilidad de hacer hablar de compadritos y de mencionar a Borges por su nombre, de interpelarlo. Después de todo (lo ha dicho el argentino) un hombre es todos los hombres. Ésta es la sección del libro en que los poemas y sus protagonistas están más conscientes de su realidad ficcional. Metaliteratura para hablar de los migrantes. Es decir: mostrar a los lectores que toda realidad es literatura, y que toda literatura está ligada con la realidad. A pesar de que los propios personajes parecen burlarse de estas nociones:

A tres calles de allí, sin mostrarme,
como en oculta escena y de reojo,
espero a mi padre mientras leo “El sur”, de Borges.
“¿Qué leés?” me dice un bolo
y sus palabras se evaporan en mi cara.
Leo un cuento. “Mejor leé La Biblia.
Todo lo demás es una mierda, como vos”.

Por supuesto, el sur de Borges y el de Marabunta no son los mismos, y sin embargo se comunican por medio de la muerte y el filo de los cuchillos. Me parece que Balam Rodrigo quiere declarar que todas las historias humanas son dignas de ser escritas, y que todo sur, todos los sures posibles, pueden ser poema:

querido Borges, aquí no hay compadritos,
ni pampa, pero vos y yo y los otros
vamos hundidos en calles de miedo
que corren como ríos de zarza en las espaldas;
alguien me dijo que quien lleva un arma es cobarde:
y sí, dos somos los cobardes buscando filos en el otro;
y vos, querido Borges, sé que dejarías la pluma
y las historias de infamia para sostener esta navaja
y afilar tu sangre en esta hora;
sé que darías tu última visión para empuñar este cuchillo

La realidad, la presencia de la realidad toma otra forma en la cuarta parte del libro, titulada Siglos de tinta fantasma. Ya no habla el poeta del Borges que ha leído sino de su propia escritura frente al mundo, frente a este mundo tan lleno de desesperanza. Esta breve sección tiene todos los rasgos, todo el tono, de una autobiografía emotiva, y por lo mismo algo de confesión poética. Balam nos deja ver sus dubitaciones, sus silencios. Y son silencios que apuntan al acto de hacer poesía.

En esta página herida en la que escribo sobre mis padres,
lleno mis ojos con la textura de sus manos
mientras las mías pierden su fuerza
en el teclado del ordenador
en el que vierto estas letras inútiles,
estos siglos de tinta fantasma
que no pueden forjar un poco de pan para los míos
pero atestiguan su existencia y su memoria.

Atestiguar la existencia y la memoria de lo que amamos, de lo que nos ha hecho lo que somos es una de las más importantes labores de la poesía, y nuestro poeta lo asume con la fe de los que saben que la muerte no puede ser el final de todo. Es exactamente la misma fe que mantiene vivas a las víctimas de la violencia centroamericana. La que les permite soñar.

La sección que da nombre el libro, Marabunta, es una historia con constantes tonos religiosos que involucra el nombre de una mujer tatuado en la piel de su esposo, el amor por la familia, la Mara Salvatrucha, y las posibilidades de morir dentro y fuera de la prisión del mundo, y de la cárcel misma. El centro del libro es precisamente un hormiguero de vidas. Una espantosa comedia de enredos. Los detalles de esta historia de historias no deben ser contados por mí, sino descubiertos por el lector, al cual solamente quiero dejarle una muestra, una plegaria dicha desde el alma de los que pudiera parecer que no la tienen:

perdóname Señor, sobre mí está el mal, la marabunta,
la mara salvatrucha, y he caído en este infernal marasmo
como un perro que hubiese bebido las hieles
de la más amarga mar; y sé que el número trece
no es el Tuyo, sino el del mal, porque trece son
los niveles del inframundo, morada de Votan,
enemigo Tuyo, y tres veces seis son 18, número del hombre,
símbolo de la bestia, impura cifra de lo oscuro:
por ello líbrame de la mara y de su marca
y bendíceme con tu perdón, Señor: amén y amén.

Y los hombres huyen, viajan, caminan, corren, se suben a La Bestia para poder llegar al norte. Y esa migración es el inicio de la muerte de muchos. El camino del migrante es un cementerio móvil, lleno de hombres y mujeres que no duermen porque no pueden descansar ni estar tranquilos. Esos son los que viven el Insomnio de Centroamérica, que es el título de la sexta sección de este libro que también es, aunque de modo muy distinto al que estamos acostumbrados, un cuaderno de viaje.

Como sabemos ya, cualquier protagonista de estos viajes migratorios no quiere marcharse, sino que es expulsado. Todos los migrantes huyen de la putrefacción de su primer paraíso y se encaminan a un infierno que esperan que sea menor. Arriesgan la vida por la esperanza de que los que vienen luego de ellos no verán tan de cerca la muerte. El viaje del migrante no termina y, sin embargo, siempre hay sitio al cual uno pertenece: la palabra. Y la responsabilidad social del poeta es usarla para hablar del dolor común. Hablar de estos asuntos sin relatar ese dolor es alimentar los monstruos que hacen huir a los que migran. Los falsos poetas son veneno. Dice Balam Rodrigo:

Llueven perros de humo en esta rabia inmanente
que gotea palabras.
La palabra muerde los testículos del cruel y del tirano.
El mundo es un eunuco feroz
al que habrán de preñar con sus letrinas.

Una casta de falsos poetas se levanta de la mierda,
y en su lecho, genocidas florecen.


Luego, dice:

Yo heredo este grito de sol a los cobardes:

Aquel que esté libre de odios y fronteras,
que arroje la primera voz.

Antes de hablar de la última parte del libro debo decir algo sobre la estructura de la obra completa: quizá el lector ha notado ya que varios capítulos pueden comunicarse, puesto que sus protagonistas comparten rasgos biográficos. Quiero decir: varios capítulos, sobre todo aquellos en que se habla de un hijo y un padre, podrían ser momentos distintos de la historia de los mismos personajes. Sin embargo, he decidido mantener esto como solamente una de las posibilidades de lectura de Marabunta. O sea que el libro puede contener siete historias diferentes o en realidad varios momentos de la misma historia. Me parece bien que el lector, dándose cuenta o no, decida. En todo caso: todas las historias de los migrantes pueden ser parte de una misma historia, un mismo arquetipo que no es otro que el del sufrimiento y la violencia humana que obliga a la migración. Personalmente, influido por el nombre del libro mismo, prefiero pensar en Marabunta como un hormiguero de vidas que van en la misma dirección, buscando la esperanza, desde Las orillas del mundo, que es el nombre y la descripción de la gente que habita la última sección del libro, y la única en prosa.

El migrante a veces pertenece a muchos sitios. Otras no pertenece a ninguno. En medio de estas dos posibilidades está la mayoría de los que migran: son liminales. Su patria es la frontera, la línea, el contorno. Se encuentran siempre al borde de su propia piel y de la historia, de su historia que siempre parece suceder en la parte oscura del teatro en que se representa la vida humana. Vivir al margen, caminando la cuerda floja del contorno, es la descripción de su existencia. Son viajeros que no esperan regresar porque su Ítaca se ha envenenado. Dice Balam Rodrigo:

Todas las sombras que deambulan aquí lo hacen encorvadas, afantasmadas: llegamos a la frontera, a la orilla muerta del mundo, al río que lleva el cansancio de los migrantes a cuestas y nos devora con las fauces llenas de rabia. La noche no miente y esconde su anémico rostro detrás del nuestro: atravesamos las aguas del Suchiate y al alcanzar el otro lado del silencio los perros aduanales nos miran con odio, aúllan y enseñan sus colmillos afilados en la usura: hemos llegado a ningún lugar.

Antes de iniciar este viaje incendiamos los restos de Ítaca —inútil espejismo— con la podrida madera de naves que nunca zarparon de puerto alguno: mi madre y mis hermanos, tanto como vos y yo, padre, somos bastardos de la errancia.

Creo que Marabunta es uno de los libros más bellos e intencionales de uno de los mejores poetas de México. Sabemos que es la primera parte de una trilogía, y que el libro siguiente ha ganado el premio más importante del país. No me sorprende: puede verse en cada página que Balam Rodrigo ha escrito un libro desde sus experiencias familiares, personales, desde las cosas que ha visto. Es un libro escrito desde la carne y la vida. Y sin embargo, no es una confesión sino una invención: se ha llegado a la verdad por medio de ficciones. La literatura ha ganado una obra, y la vida, una posibilidad de lectura. Se ha alcanzado lo imposible: lograr que una migración enorme de hormigas, que un río de almas, sea al mismo tiempo artificio y verdad humana. Migrante entre la realidad y la vida, el lector llega a formar parte de una Marabunta que ni siquiera el mismo Balam Rodrigo (¡qué bueno!) puede controlar: la de la literatura viva.



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