Revista Latinoemerica de Poesía

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Juan Gelman, irreductible latido



Juan Gelman, irreductible latido

 

Por Pedro Luis Ibáñez Lérida

 

Y si la palabra fuera enterrada como tantos desaparecidos, la exhumación de su cadáver hablaría por sí. La poesía de Juan Gelman desciende a esa fosa común para encontrar el vestigio más humano, el lenguaje donde el silencio al que nos invita es presagio de esperanza lastimada.

SERÁ EN EL AÑO 2050. Concretamente el 8 de mayo. En esa fecha algunos quizás estaremos muertos. Aposentados en la infinitud del pasado que otros recordarán u olvidarán, quién sabe. Desde el año 2007 el Instituto Cervantes guarda en lo que denomina La caja de las Letras, legados personales donados por escritores. Hasta esa fecha el edificio fue sede de un banco. Francisco Ayala fue el primero que ocupó uno de los 1800 casilleros que alberga la cámara acorazada. Curiosa paradoja la conversión de un espacio puramente mercantil en una suerte de máquina del tiempo. Recuerda la novela del escritor británico H.G. Wells. Dentro de 33 años se revelará lo que Juan Gelman depositó en la caja número 1028. Sin embargo la mayor pertenencia del autor argentino la heredamos sus lectores en testamento público. Su obra poética nos sacude a la par que conmina a descubrir el espíritu que la insufla. Hay un desprendimiento premeditado que le confiere la autenticidad de quien anda a la intemperie. No hay queja ni arbitrio. Solo ese caminar solitario que recorta el paisaje con paso pausado pero convencido. Con la determinación estoica y austera de lo viviente, sin más. A ojo de hormiga que labora sin desfallecimiento sobre la causa humana. Su reflexión se libera desde el dolor íntimo de la pérdida personal y el exilio, pero atendiendo al rigor irrenunciable de la palabra. Sin apasionamientos. Hincándole el diente al pan duro.

EN 1961, A TRAVÉS DEL POEMA Arte poética, sustantivó la palabra poética y el destino trágico que le acompañarían desde entonces, “A este oficio me obligan los dolores ajenos, / las lágrimas, los pañuelos saludadores / las promesas en medio del otoño o del fuego / los besos del encuentro, los besos del adiós, / todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre”. El activismo político y guerrillero, la clandestinidad y finalmente el exilio fueron pasajes de una historia escarnecida y cruenta. El 24 de agosto de 1976 su hijo Marcelo y su nuera embarazada Claudia, fueron secuestrados por la dictadura argentina bajo la terrorífica ala del denominado Plan Cóndor. Un tiro en la nuca y la desaparición aún no esclarecida el destino de ambos, respectivamente. El Hospital Militar de Uruguay fue donde dio a luz una niña entregada en adopción. En el año 2000, tras un sinfín de pesquisas, adhesiones, manifiestos, apoyos nacionales e internacionales y la tenacidad de no cejar en el empeño ante la indolente burocracia, Juan Gelman y su esposa Mara Lamadrid encontraron a su nieta. El 12 de abril de 1995 escribía: “Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él”. Escribió sin odio y descreído de las grandes afirmaciones. Su poesía no se alza como referencia intelectual por más que se trate de conceptuar de esa manera su compromiso. Su pensamiento nos acompaña como ese amigo que atiende desde el silencio imperturbable nuestro desfallecimiento y del que necesitamos que nos escuche para descargar el peso de la existencia. Ese insoportable resquemor que, a veces, se descuelga de nuestro ánimo y resuena como campana rota.

LA POESÍA ARSENAL DE VIDA. En la lengua hallamos el registro primero de nuestra humanidad. En la poesía la ofrenda que nos comunica con lo ancestral. Esa proverbial acepción de lo que proviniendo de otros que fueron, permanece en nosotros que somos: la memoria, excelsa temperancia que se obstina; latitud presuntamente extraviada que aparece como una carta sin abrir y que reconocemos por la caligrafía familiar de su remitente. En esa coexistencia la azada del autor de Mundar hace surco de luz para contagiarnos de vida. En cada una de sus obras hay un aliento nuevo que subraya el fragor de la lucha por ese vivir batiente, que envuelve con la mixtura melancólica de la derrota, pero también con la acotación de lo que está por llegar. Mientras tanto, la vida que discurre sin tapujo frente a la necedad o la inteligencia, la barbarie o la ternura. Se desenvuelve a su antojo. Con ella el poeta nos contagia del afán en asentir vida. La experiencia no es andamiaje o sujeción. En cada recodo aparece una nueva circunstancia que nos persigue o que perseguimos y que suscita incertidumbre.  

ZOZOBRA EL CORAZÓN por más que evitemos pasarnos  al otro bando. Aun ciñéndonos a lo conocido el vuelco es inesperado. El amor nos devuelve lo que la propia vida nos hurta, “El poema que te quiero escribir, amoramor, no tiene palabra todavía. Viaja en sus negaciones y desastres como el ayer en hoy y su argumento es una llama”. Junto al exilio y la meditación poética, el amor duerme con los pies fríos. Alerta ante la ocasión, para que no se desvanezca y germine una vez más en el lenguaje sostenido y alzado sobre la falacia y la mentira. No hay distingos. La belleza de la palabra exuda justicia. El ser humano requiere de la lengua que cante las huellas de su paso por el mundo. Medir el futuro en nuestros actos presentes. Así el exilio forzado en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York, para fijar su residencia definitiva en México, ciudad en la que falleció el 14 de junio de 2014. José Emilio Pacheco lo acompañó en el definitivo trance apenas 12 días después. En uno de sus últimos artículos nos desvela que Juan Gelmán “(…) halló su modelo en un autor de los años veinte: Raúl González Tuñón. El coste de su integridad le llevó a ser amenazado de muerte por la propia organización en la que militó, “Había ingresado al grupo Montoneros que en 1980 lo envió a Europa para exhibir en las publicaciones de allá los crímenes de la junta militar. Respetó el heroísmo personal de los guerrilleros pero hizo una crítica demoledora de la organización que se militarizó y perdió el rumbo. Los Montoneros no perdonaron la crítica y condenaron a muerte a Gelman, fatwa que más tarde fue revocada. Pero él ya no pudo regresar a la Argentina. Comenzó un prolongado y doloroso exilio que lo llevó a refugiarse en varios países. Su trinchera, su refugio y su autodefensa fue la poesía. Inventó poetas con todo y sus poemas (Sidney West, José Galván y Julio Grecco, entre otros)”.

NOS APREMIA SU DECIDIDA DESENVOLTURA. El hijo del ferroviario y comerciante que participó en la revolución rusa, nació en Buenos Aires. El distrito de Villa Crespo fue su barrio porteño. En él se encontraba la comunidad judía. Sus padres eran inmigrantes ucranianos. Su madre inició sus estudios de medicina en Odessa y un abuelo materno era rabino. La pareja decidió emigrar a Argentina sentenciados por los pogromos y el estalinismo. Manifestaba que era “de cultura judía aunque no religioso”, y que se interesó por la poesía a través de la musicalidad que descubrió en la recitación en ruso de Aleksandr Pushkin por su hermano mayor. Versos que no entendió y, sin embargo, despertaron la avidez suficiente para recrear sencillamente un estado del alma que le llevo decididamente a la escritura. Es decir, un lugar para el ser humano donde el latido es irreductible, “Vida, qué te hacen, vida, sola ahí, sin techo ni parábolas, en la evaporación de cualquier sueño”.

 

 



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