Revista Latinoamericana de Poesía

Revista Latinoamericana de Poesía

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Lautaro Rivara



Nació en Mar del Plata, Argentina, en 1991. Vivió en Haití y actualmente reside en México. Doctor en Historia, investigador, docente, periodista y poeta. Autor de los poemarios «Lo feo también ama», «La sarna de los justos» (Malisia, 2016) y «Ayibobo!» (Abisinia, 2024). Galardonado en 2009 con el segundo premio del XXXVI Certamen Literario de Cheste (España) y en 2025 con el primer lugar del Premio Internacional de Poesía Mahmud Darwish (Colombia), organizado por el Festival de Poesía de Medellín y la Revista Prometeo. Miembro del World Poetry Movement.

 

 

 

LUTO VERDE ENTRE LOS PLATANARES

 

Han matado a dos campesinos.

¡Al menos cúbranlos de tierra, que por la tierra han muerto!

Son del monte, son del llano, son de arriba, son de abajo.

¡Qué importa!

Campesinos son.

Infelices son.

Desterrados.

La hoja del banano no alcanza a cubrir

sus cuerpos enormes.

Ahora están arando el mar,

porque el mar es tan extenso y blando.

 

Han matado a dos campesinos.

¡Al menos cúbranlos de tierra, que por la tierra han muerto!

Hay en esta isla tanta piedra apilada

y tan poco humus extendido.

Esta no es la pulpa negra de la pampa

que se repliega al mero grito,

que se parte como un pan ante el requerimiento de la azada.

¡Si supieran lo que cuesta abrir un buraco entre la roca

con los filos mordidos del machete!

Polvo y roca,

aguardiente y sol,

metal y callos.

 

Han matado a dos campesinos.

¡Al menos cúbranlos de tierra, que por la tierra han muerto!

Hartos estaban de morder las duras galletas de arcilla,

de engullir con dientes podridos bananas que nunca maduran,

de chupar caña robada hasta dejarla seca,

de cocer lagartijas sin sustancia.

El que tiene hambre de veras

hasta con la muerte se sacia.

 

Han matado a dos campesinos.

¡Al menos cúbranlos de tierra, que por la tierra han muerto!

Un grupo de niños vigila el horizonte

y a la comunidad protege con sus aperos,

con sus armas gastadas, ridículas.

Son nuestros amigos.

Pero no por eso eran enemigos aquellos que sus pequeñas manos mataron.

No fue hecha para matar la herramienta que siembra.

No fue hecha para sembrar el arma que mata.

¿No somos acaso todos hijos de Dessalines?

 

Han matado a dos campesinos.

¡Al menos cúbranlos de tierra, que por la tierra han muerto!

No han conquistado el bohío por el que pelearon,

no dormirán su siesta bajo los gordos flamboyanes.

Pero, por favor, cúbranlos de tierra.

Por respeto a Papa Ogou,

por respeto a los bòkò,

por respeto a los padres fundadores.

A ningún muerto por la tierra muerto

se le ha de negar su lugar entre los platanares.

 

Monwi

 

 

 

ALTAR GEDE

 

Nuestros muertos nos aguardan en el altar. 

Y a la mesa se sientan. 

Y a los niños cuidan.

Y el aguardiente escancian.

Porque la muerte tiene las comisuras secas.

 

Nuestros muertos nos aguardan en el altar. 

Y a las sombras le ladran.

Y la memoria espabilan.

Y a los vivos amarran.

Porque toda paz empieza y termina en los cementerios.

 

Nuestros muertos nos aguardan en el altar.

Y a los tallos los soban y hasta la luz los alzan.

Y la vida custodian.

Y bajo la hierba de Guinea descansan.

Porque la muerte es un barco negrero que zarpa.

 

Con una ristra de ajo en el cuello, 

una vela en las manos, 

y dos monedas cerrándoles los ojos...

Nuestros muertos nos guardan.

Nuestros muertos aguardan.

 

Jakmèl

 

 

 

LATIBONIT

 

Latibonit, 

pequeña ribera, 

valle fértil, 

puente de lo que supo ser un gran bohío.

Si la vida fuera un grano de arroz, 

éste sería el corazón del mundo.

 

¿Qué culpa tiene el río si por sus aguas viajan,

desde Mibalè, lagartijas de cólera?

Las mujeres que corrigen al mundo

las pescan con sus sábanas limpias

y allí nomás las descogotan.

Al sol quedan de a millares, 

deshidratadas, solas.

 

¿Qué culpa tiene el río si por él navegan

comisionados, mercenarios y otros provincianos universales?

La sangre en el ojo, 

la voz en cuello,

la perla acariciada, 

el eslabón refundido.

 

Todo aquí está en remojo:

la barba de los arrozales, 

los pies de los campesinos,

las brasas del pasado,

los catorce generales.

 

Pero Latibonit no es un río, 

es un prócer rendido.

Por la fatiga, el sol, 

el amor en los canales, 

y el kleren sin atenuante.

Pero jamás la derrota

 

Desde el Fuerte Lakrètapyewo,

desde la antipenúltima puerta del Palacio de la Bella Rivera, 

el río-prócer, bizco de enemigos imaginarios y reales, 

duerme con los filos en la mano.

 

Ti Rivyé

 

 

 

CÁNTAROS

 

Si es el mismo amor, 

¿por qué me obligan a depositarlo 

en dos cántaros distintos? 

Un cántaro no tardará 

en volcarse contra el otro 

y hacerlo añicos 

y escurrir todo este amor desperdiciado.

 

Pòdepè

 

 

 

CANTAN

 

Siempre están cantando.

Cantan para comer. Cantan para amar.

Cantan para luchar. Cantan para dormir.

Cantan para creer. Cantan para morir.

Cantan para parir. Cantan.

Siempre cantan.

 

Los niños, naciendo, también cantan.

Cantan en la siembra.

En la cosecha cantan.

Cantan para mecer las cunas y también las barcas.

Cantando ven crecer los platanares.

Cuando sorben el café cantan.

Cantan los católicos, cantan los evangélicos,

cantan los escépticos, en el vudú cantan.

 

Cantan los negros, cantan los mulatos,

cantan los rojos, los azules también cantan.

Cantan en las bienvenidas, en las partidas cantan.

Cantan los niños, los animales cantan.

No cantan los muertos,

solo por respeto a los que cantan.

 

Cantando desgranan el maíz

y limpiando el arroz cantan.

Cantando levantan casas

y para desbrozar los campos cantan.

Cantan en la cuaresma

y comiendo carne cantan.

Cantan, siempre cantan.

 

Porque todo pasa,

pero el canto queda flotando

como una mota de polvo bajo un sol 

que también canta.

 

Pòsali

 

 

CUANDO MUERA, ME IRÉ A DORMIR

 

Pretendí serlo todo

y me fui, como las plantas, en vicio.

La cabeza llena de ruido, 

los pies enrevesados.

Diletante, disperso, inacabado.

Y como nadie más lo hará, 

aquí otra tarea asumo

y a mí mismo me vindico.

 

Siempre odié a los buenos especialistas, 

a los contadores de una sola rúbrica, 

a los viajeros de alforja impar, 

a los de poco asunto

y escueta batalla.

 

Prefiero entrar al mar siendo un mal curioso

que un versado en versos cortos.

Y al sumergirme abarco el agua

con los brazos en jarra, 

pero claro,

no logro apretarla. 

 

Pòtoprens




IMPOSIBLES

 

Aquí no hay molinos que enfrentar,

porque no hay viento,

salvo la indomable ronquera de los huracanes.

Pero las aspas que vuelan amenazantes por el aire

no sirven para moler el trigo,

y el sol chamusca el agua antes de que se acumule,

gananciosa, monte abajo.

 

Y porque no hay molinos tampoco hay trigo blanco.

Sólo la miel que chorrea de frutas enormes,

pimientos en los ojos, en el sexo y en el plato,

kalalou y frijoles negros,

y la fruta del pan colgando del árbol.

 

Y no sólo no hay molinos ni trigo,

sino que aquí hubo incluso un tiempo sin caballos.

¿Pueden creerlo? Sin caballos.

Solo pájaros baguales pastando el aire:

tordos negros, ruiseñores,

flamencos, golondrinas,

colibríes enanos con el corazón agitado.

Aquí no hay entonces ni trigo, ni molinos,

ni caballos, ni jinetes.

Pero sí sueños, desvaríos, sí

ansias colosales.

Primero llegan y se anuncian luego, 

como el rayo.

 

Aquí hay blancos que se vuelven rojos,

negras que se blanquean con jabones,

vendedoras que parecen girasoles,

brutos ascendidos a generales,

princesas cimarroneando en el monte,

cocineros que se vuelven reyes.

 

Aquí he visto barcos rasgando con su quilla las florestas,

mientras remontan las pendientes.

Ese y no otro, debería ser el símbolo americano

de todos nuestros imposibles.

 

Aquí hay gentes que se penetran cada noche

con palabras,

y apagan el fuego con velas y querosenes.

Y otros que nada dicen

mientras se aman en el mar 

como patos heridos,

frente a la indiferencia de los pescadores

que miran sin ver bajo el toldo de sus redes.

 

Aquí no hay entonces ni trigo, ni molinos,

ni caballos, ni jinetes.

Pero hay mucho más

de lo que la prudencia ordena,

el continente divide,

y la realidad consciente.

Porque como dicen por aquí,

suspirando vivimos,

y es con suspiros

que afrontamos la muerte.

 

Pòtoprens

 

 

 

¿QUÉ IMPORTA?

 

¿Qué importa si somos carbón pulido, 

ébano, grafito,

wengué o cobalto?


Mientras se talle, 

mientras se escriba,

mientras se queme, 

¿qué importa?


¿Qué importa si somos trigo,

arroz, leche, 

ron o azúcar? 


Mientras se siembre, 

mientras se riegue,

mientras se coma, 

¿qué importa?

 

Gwomon

 

  

 

Mientras haya una estrella en el cielo (inédito)


Soy gitano andaluz, romaní de los balcanes,


negro calé, gypsie irlandés, 


zíngaro intocable, indio-pakistaní.

Soy gitano, errante y vagabundo,


nómada sin rumbo,


o eso es lo que dicen de mi.


Pero no soy yo el sin patria.


Cuando ustedes partieron sus porciones,


ya estaba fumando mi pipa

por los treinta y dos rumbos,

así como soy, polizón del orbe.


Y cuando la falsa escuadra otro corte señale,


aquí seguirán mis piernas arqueadas de lomos de caballo,


mi entrepierna dura,


mi faldón cruzado,


mi pañuelo cinchado a la gran carreta del mundo.

Soy gitano, supersticioso e infiel,


pagano sin ley,


o eso es lo que dicen de mi.


Pero así como soy,


mi superstición es una fe ritual,

 

salvaje y sin molduras.


Cultivo símbolos:


el azar y sus azares,


la familia y sus calores,


y mis muertos,


dioses cercanos que enterró el hortelano entre la grama.


Tiro cartas, fumo inciensos, adolezco de amores,

 

lamentos le arranco a las guitarras y los acordeones.

 

Y cuando nada de eso alcanza,


estacas desclavo y tramonto caravanas.


Soy místico, soy ético, familiar y atávico,


y sus recelos me valen un maravedí.



Soy gitano, rústico y ladrón,


artista de malas artes, mañoso de toda maña,


o eso es lo que dicen de mi.


¿Escandaloso? El silencio.


¿Ignorante? El que desconoce los caminos trenzados.


¿Ladrón? El que no trueca.



Mientras haya una estrella en el mundo,


seguiré buscando, seguiré buscando, si.


Y cada vez que llegue a un poblado


y una mano me señale forastero,


diré en buen romaní:


-apenas si estoy volviendo, yo ya estuve por aquí-.

 

 

 

Donde sueña el Dule (inédito)



Al pueblo kuna de Panamá, en el centenario de su revolución señera





Donde el agua se desmorona

Donde el coral apila sus detritos

Donde el viento deja en la playa cicatrices de monte

Donde la selva escupe sus gárgaras de gris y verde

Donde la palma extiende su domo bajo un sol inclemente

Donde el cayuco se basta para recorrer un cosmos

Donde el tiempo se mide en islas

Donde el archipiélago evoca un pasado de montañas

Donde nada el ñeque, vuela la iguana, repta el venado… y todo se engulle

Donde vive el Dule su exilio perpetuo

Donde la sal corta

Donde se oxida el oro

Donde la cruz advierte a los enemigos con sus aspas levógiras

Donde dos brazos fuertes aún sostienen el arco y la flecha

Donde todo es tan rojo que parecen rosas los lamparones de sangre

Donde los neles cuelgan su soberana hamaca, trono blando y lecho inflexible

Donde Baba y Nana recrean un mundo de simetrías imperfectas

Donde la soledad es una enfermedad aún desconocida

Donde el canto vocaliza su medicina en trances guturales

Donde la violencia se confina en ínsulas por lo que dure una vida

Donde la historia se escribe en capas

Donde relampaguea la mola

Donde sueña el sagla, habla el argar y mata el urigan

Donde una vez, hace 100 años, las doce tinajas de la paciencia derramaron sus bravos alcoholes

Donde dijeron basta los que hicieron de su patria el último reborde

Donde la tierra de tan madura se pudrió de sangre

Aquí, precisamente aquí, en Gunayala

 

 

 

 

 



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