Revista Latinoamericana de Poesía

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Vinicio Manotoa Benavides



A continuación una selección de poemas de Vinicio Manotoa Benavides (Santo Domingo, Ecuador, 1990) realizó estudios de literatura en la Universidad Central del Ecuador y la Universidad Andina Simón Bolívar. Integró el taller de escritura creativa de la CCE dirigido por Edwin Madrid. Ganador del concurso de Poesía Alfonso Chávez Jara de poesía año 2011 con el libro La máquina del grito, y ganador del concurso Interfacultades José Saramago en la categoría de cuento en el año 2013. Textos suyos han aparecido en las antologías ¡Y quién dijo silencio! (2012), Antología Taller 2018 – 2020 publicado por la CCE; en la revista CasaPalabras del Núcleo Pichincha de la CCE y en la Revista Letras del Ecuador, 2025. Es autor del libro de poesía Los cuadernos del desamparo (Cuerpo de Voces Ediciones, 2021), de la novela El desierto de los días futuros (Cuerpo de Voces Ediciones en el año 2022), del libro de poesía La mañana zombi en avalancha (Ediciones de la Línea Imaginaria, 2023, Mención de Honor en el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade) y del libro de cuentos El último optimista (Cuerpo de Voces Ediciones, 2023). Actualmente se desempeña como docente de secundaria.

 

 

 

[El libro de los muertos]

 

 

La embriaguez es un bosque

               iluminado por el alma de tractores desmantelados.

 

Alguien fue asesinado en el centro sin centro del frío:

el misterio de las cosas profana el aliento

                                                                          de los gusanos.

 

Aquí el caos arrasa como si un algoritmo vacío

abrevara la identidad de los nombres.

 

Yo carezco de origen: Nadie tiembla ante el ruido del cielo.   

 

 

 

[los bosques no están]

 

 

cesa el firmamento de rebozar en cenizas, entonces, intacta

la rama abreva los párpados del árbol sin nombre

 

el pulso enverdece los latidos de la tierra, mientras

que el fulgor de la distancia, vertebra el abismo,

                                                                         

                                                                          (tu boca tatuada sobre el caparazón de las tortugas)

 

luego, la noche se hace carne y la carne torna a la noche

como la soledad hollando el río sin aliento,

 

los restos del ciclo son vaho mordiendo los gritos

y ecos desatados de una montaña hundida en el pensamiento del ángel

 

                                                                          (el fantasma de tu boca brota en el bosque tardío)

 

 

 

[quietud herida del lenguaje]

 

 

a orillas de la realidad, el corazón disecado del pájaro:

 

hundimiento,

               rabia del deseo,

                                            balbuceo del relámpago

 

un zumbido disecciona mi no-presencia

vértebras que no son vértebras

sangre que no es sangre

caries en una sonrisa orbitando el ritmo del número

 

me abismo en las cosas y las cosas se abisman en mí

vísceras que mutan a sílabas errantes

 

 

 

[las cosas no hechas]

 

 

el lenguaje, monstruo de niebla persiguiendo las huellas que paren espejismos, se sueña como una trampa o, tal vez, el intento de un laberinto donde el tiempo se contemple feo, amorfo, incapacitado para las relaciones, el señor de los relojes suele usar lentes que martillan las lágrimas para verse bien hombrecito, no llora entonces o, mejor dicho, finge no llorar porque cada lágrima es un sol jugando a ser el lobo de los cuentos de hadas, un corazón destazado que retumba pedacito a pedacito, como una fogata donde las palabras tiemblan y degeneran y apestan y ramifican la sensación de muerte inofensiva y dicen adiós con sus ombligos desnudos que, en realidad, no son ombligos porque las palabras no tienen cuerpos engendrados por animales, se desdibujan de flores inexistentes en jardines también inexistentes, ciborgs criando realidades como lagartijas ciegas, cuando los pulmones las inyectan de aire parecen proyectiles de estiércol o insectos que devoran la mierda en una sinfonía de siglos, nadie puede habitar su soledad con frases arrancadas a los muros de la ciudad que enloquece, nadie conoce el sentido precario inundando los baños, figuritas de polen arreciando la sombra de los rascacielos, smog para contener la vida, atizarla en huestes de solicitudes, las facturas diarias pelean contra el silencio, el ritmo zurce los calcetines del balbuceo, qué podría significar este título no-reflexivo sobre cosas inexistentes, abismos sueltos como burbujas de agua escapando del planeta hacia la oscuridad del universo, el viaje imaginario del cadáver al país de los gusanos, una espiral de sed, hambre, huesos triturados por los aplausos de la historia, una espiral sin fin hecha de vacío, olvido, preguntas lanzadas al eclipse de los enunciados, mirar el desierto que se extiende como un fractal infinito de arterias, pezones, lluvia marchita, en una pantalla de 6 pulgadas, constelaciones sin fondo ni instrucciones para cabalgar caballitos de madera cuando ya no sean tus ojos ni mis ojos, cuando los pañales de la bestia hablen por sí mismos, búsquedas no clasificadas a través fotografías rotas, recortes de piedra, hierba narrada por el mugido de las vacas, oraciones tristes tatuadas en la corteza de los árboles que alimentan la pesadilla de los pájaros tristes, jaulas asfixiadas por el canto insomne de la tarde, cometas que surcan el cielo con ansia de nube y profecía, breves rounds de box contra la carencia en gimnasios que son diccionarios caducos y libros viejos que son mares afiebrados en la mirada del odio, cómo imaginar lo no comunicable, cómo trazar líneas de código en una computadora apagada, deletrear el hechizo o el algoritmo que habrá de levantar la magia de la basura, ser los antihéroes de la mudez, el no-poeta que juega a ser un casi-árbol en medio del bosque de significados

 

 

 

[este no es un poema de las últimas cosas]

 

 

A Raymond Carver

 

 

lo sabes, amigo, la mente de Chejov es una carrera

de caballos locos

               -caballos que deliran buscando el lenguaje de la nieve-

una noche murió el jardín que sólo existía en tu cabeza

como una orilla de realidad devorada por la niebla

 

en tu vida no hubo caballos

sólo locura y vacas en campos para suicidas a plazos

 

la vida se agita en la hierba,

tú la atraviesas con calma

               -eres el canto desollado y respiras como

si ya hubieses abandonado este mundo-

 

¿qué resta por hacer en el final?

 

El viento de la tarde se hunde en las cosas

que desaparecen.

 

 

 

[afuera del vacío, el mundo]

 

 

no hay centro en este yo

               de consciencia y sepultura                         bordes de tierra y tiempo

 

expansión de la sombra sobre el peñasco

donde la nueva vida

no llega ni llegará

 

no, nada hay entonces en el sueño

soy culpable del delirio que embriaga mis pies

a medida que corro de la felicidad predecible

y me lanzo al abismo del principio

                                                           -cualquiera que este fuera-

 

sí, otras vidas antes de esta

habitaron la misma sangre, el mismo espíritu

de carcoma y pánico

 

adentro, un río

que desemboca en la nada del océano

 

 

 



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