Revista Latinoamericana de Poesía

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Esmeralda Torres



Presentamos un conjunto de poemas de Esmeralda Torres (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1967) Poeta y narradora venezolana. Es licenciada en castellano y literatura por la Universidad de Oriente. Ejerció como bibliotecaria y promotora de lectura durante 30 años en la Red de Bibliotecas Públicas del estado Sucre. Fue fundadora de la Bienal Cruz Salmerón Acosta que se organiza en la península de Araya. Tiene un canal de YouTube donde publica audiolibros de escritores venezolanos. Dicta talleres de creación literaria para jóvenes y adultos. Préstamo circulante es una columna semanal de consejos para escritores que publica en la revista Épale Caracas.

En abril de 2025 resultó Ganadora del Premio Literario Casa de las Américas de Poesía, 2025, con su libro de poemas CUERPO QUEBRADO LUMBRE. En diciembre de 2023 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida, en Yucatán México, con el libro MUDAR LA CASA. También en 2023 fue merecedora de una mención honorífica en el premio Casa de las Américas, Cuba, por su libro de cuentos LA NOCHE DE LA CASA.  Ha publicado una docena de libros en los géneros de poesía y cuento.

 

 

 

Ella no sabe

                 

Ella no sabe

que la estuve soñando en la vigilia.

Yo no quería que me viera

con mi falda de flores de cortina

y mis zapatos de tela ennegrecida por el lodo.

Tal vez sea este el paisaje de los pájaros asustados.

Tal vez yo haya venido a ovillarme a los pies de la noche

para ocultar las heridas que deja la memoria.

 

Ella no sabe 

que es  esta la hora de las preguntas terribles,

de las palabras prohibidas.

Esas palabras inventadas por los hombres para hacer daño.

Para calar en los huesos las peores derrotas.

Pero también la palabra pájaro puede herirnos.

 

Ella no sabe.

¿Cuál es el color interno de una hoguera?

Un heliotropo es una flor

para dibujar la letra H en las cartillas.

Ella y sus sueños justicieros

ya no me toma de la mano para cruzar.

Por eso he venido esta noche con mi falda de flores de cortina

con mis zapatos sucios, con mi memoria herida,

con un pájaro en el pecho,  esta derrota.

 

Ella no sabe

que retrasó mi partida.

Al salir rompí la puerta y sus candados,

por eso la herida que en mi mano dibuja una flor,

al fin un heliotropo.

Voy a la deriva, ella no sabe,

a juntar mis pájaros con los peces del río.

 

Del libro: Resplandor de pájaro

 

 

 

La desesperación de los relojes

 

Madre, afuera ya no se ven los pájaros

me he asomado y el cielo está limpio de vuelo.

El malabar se secó y el pan es agrio, como de esponja.

Los huesos de la casa crujen cuando los golpea el Siroco

solo persisten la frágil transparencia y las blancas paredes del olvido.

 

Pero yo he venido a buscarte.

¿Te acuerdas cuando por las tardes nos mandabas recoger

la piel de los lagartos y la culebra blanca?

Hay en el farallón una hoguera que solo alumbra el frío

y ahora ya nada es nuestro.

Junto a tu memoria se detuvo también la desesperación de los relojes.

La quebrada no moja las piedras altas del cauce

la tierra se abrió y se tragó lo que sobre ella habías mandado amontonar.

 

Todavía, cuando quiero decir la palabra noche

me brota un lirio.

Cuando el sol no se oculta

me tajo los brazos con el filo de la palabra miedo.

Por eso he venido a refugiarme en el cuarto de los trebejos

donde prohibías entrar para dejarme tan bellamente sola y sin perdón.

 

Del libro: La noche de los tamarindos

 

 

Silbidos en la noche

 

En el cuarto de los trebejos no se escucha tu llanto

Macarea, ni tus pisadas feroces.

Es la hora en que el abandonado está más solo

y en que el enfermo siente que va a morir.

Ha llegado la inevitable noche de los tamarindos

la que no se repite.

 

No deben temerle al silencio de lo oscuro, nos dijiste.

Va a llegar para cada uno la noche más negra, sentenciaste.

Tienen que ponerle un nombre y prepararse para transitarla.

Estarán solos y de esa oscurana no se vuelve.

Si escuchan un silbido esa voy a ser yo.

 

Al fin lo que anunciaste se ha cumplido.

Pero desde afuera solo me llega un rumor sofocado, madre

semejante al de la soledad y al del olvido.

 

Del libro: La noche de los tamarindos

 

 

Canción de la piedra

 

Vine a secar sobre esta piedra

este vestido rojo de mi madre

este barco de papel, casi borrado

esta historia olvidada       

este espejo roto por un trueno y su relámpago

esta memoria herida.

Vine a secar sobre esta piedra

lo que encontré en la casa de la infancia.

 

Pero no digo a nadie la mitad de lo que oculto.

 

Voy a secarlo a la orilla del río

sobre estas piedras  inocentes.

Voy a devolverle un tiempo a mis tesoros

a ver si rescato la fresca pureza de lo nuevo.

 

Porque no sé cómo decir pájara en vuelo.

Porque no recuerdo  el olor de la tierra.

 

Del libro: La noche de los tamarindos

 

 

 

Azul del tiempo

                      

A esta ciudad el viento la recorre en forma de plegaria

el agapanto ya no busca las nubes

y ya el pijotero cantó su ultimátum a la lluvia.

De entre el mereyal sombrío que nos dejó el sol de la tarde

sale un tigre hacia la noche,

lo veo sin espantarme

porque reconozco a mi madre en la pisada.

 

A esta ciudad entraron a morir los pájaros de la lejanía

en un ceremonial de paraíso.

Con la madrugada mi madre regresa

la reconozco porque sus cabellos

conservan el color de la sequía y del olvido.

 

A esta ciudad de redes y curiaras até el chillido del tití

mientras bebía el agua del remanso.

Hay un oro de baraja en su cielo

ya nadie sale o retorna de la noche

no hay madre alguna que me recuerde

en esta ciudad se demora mi nombre.

 

Miro mi sombra azabache abrazada a la pared

como en el origen azul del tiempo

toda esta memoria la contiene el río.

 

Del libro: La noche de los tamarindos

 

 

Demolición

 

Soy un sollozo bajo el dintel

eso soy.

Soy el alero de esta casa

su alacena                                  

el brocal que la rodea

soy el vano de un mosaico que borrado

cumple su mejor vacío

pero sin duda soy además su andamio

su antepuerta

los pasajes que han construido las polillas

también soy el pan que no levó

millares de mariposas secas

momificadas tras el quinqué

la herrumbre de sus grifos

el filo sangrante de un vaso roto

eso soy

el alacrán y su gota de veneno

el rastro azul de una comadreja

el traquetear de sus vigas y puntales

soy un sollozo bajo el dintel

cuando la estremecida

no me da tiempo a otra reforma

y se cae

repetidamente se cae

definitiva cae

intento salvarla

mi mano descompone el espejismo

en la superficie del agua

de esta casa sin diciembres ni veranos.

Del libro: Mudar la casa

 

 

Lealtad de los espejos

 

Un espejo es siempre un testigo

no lo dejes a su suerte

no permitas que otras vidas se miren en él

te contiene toda en cuotas de ilusiones

o en formas parecidas a un reproche.

 

Nadie supo nunca de la lealtad de los espejos

son oscuros e imposibles como el vacío

déjalos arder al sol sin que se rompan

trastorna en siete sus años de silencio

y en nada la exactitud de su misterio.

 

Del libro: Mudar la casa

 

 

Hospitales de paso

 

Deberían existir sanatorios

donde encallar a plena madrugada,

no un lugar para locos, habrase visto,

esos ya están a salvo dentro de ellos mismos,

sí para los desquiciados por el abandono,

la enfermedad o la zozobra del martirio.

 

Un hospital para acoger al que viene de lejos

con un mástil que en neón anuncie 24 horas

con su luz amarillenta en medio de la oscurana.

Un hospital para chequear la congoja

sin prescripción facultativa.

 

Un lugar donde pasar un resto de noche

todas las noches.

 

La habitación encalada

con grafitis de antiguos confinados.

Pisos de ajedrez en blanco y verde,

una silla, una ventana

para ver despuntar el amanecer

y a los galenos de la ronda preventiva.

 

Un hospital para morirse

una y muchas veces

que cada cual cumpla a lo que vino,

firme aquí,

entregue sus recuerdos acá,

échese allí,

sáquese el abrigo,

intente no pujar,

aunque le duela

acumule sobre esa mesilla sus insomnios

y no implore.

 

Si escucha una música vadeando el silencio

no se extrañe

es la radio del centinela impenitente,

no se desgaste en contriciones

imposible huir,

ha llegado.

 

Del libro: Mudar la casa

 

 

Refugio para perros

 

Llego a la ciudad vacía que espera cada noche

para ofrecerme refugio en los andenes

seguridad en vagones de trenes constantes

el traqueteo de sus rieles acompaña.

 

Desde el andén del frente un perro me mira

tal vez quiera ser mi amigo

acurrucarse a mi lado

repartir a partes iguales el cobijo,

agita la cola desde el andén al otro lado

como si amigo aceptara el abrigo

pero tan lejos, tan abismo.

 

Comienzo a escuchar el traqueteo

de un vagón en su estampida furiosa,

nocturna, repetida,

aquí no muere nadie esta noche

le grito al perro mientras de mis piernas gordas, varicosas,

levanto los cartones del frío y la agonía.

 

Aquí no muere nadie,

responde el perro con su cola

la agita aceptando mi sentencia

al compás del traqueteo nocturno enfurecido

se sonríe, se babea, se sacude,

al fin alguien quiere mi amparo,

se retuerce, da saltitos

presiente ya mis brazos en su cuello.

 

El tren ya llega, puedo olerlo

mi perro, lo es, es mía su alegría,

reconoce mi voz, mi presencia,

entiende que hay un abismo

que nos separa un trozo de camino

se orilla, se agita, me sonríe,

el vagón ya llega

(me orillo y salto)

pita como si gritara su furia que redobla

aquí no muere nadie esta noche

pero tan lejos, tan abismo.

 

Del libro: Mudar la casa

 



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