
Espera, ausencia y vacío:
Espera, ausencia y vacío: la levadura del pan
Sobre Pan piedra de Laura Andrea Garzón
Por Liza María Guerrero
En Pan piedra el dolor espera: como espera el vacío; como espera el abandono a que vuelva el querer; como espera el cariño surgir entre un padre y una hija que no se conocen; como espera El mundo ser madre; como espera la pizza no quemarse los bordes; como espera el pan la levadura y finalmente como espera Dioselina ser abuela y ser Dios.
Pan piedra es publicado por Luna Libros en 2022; ganó el Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza. El poemario está conformado por distintas partes divididas en poemas narrativos, los cuales van contando la infancia de la autora. Es atravesado por tres elementos principales: la figura del padre —un padre ausente—, el pan como metáfora de la creación —o más precisamente, la comida como lenguaje de lo vivido y que describe a los personajes dentro del libro—, finalmente la relación triangular entre abuela-madre-hija. La autora despliega estos elementos en sus versos libres y narrativos, donde florecen imágenes cotidianas nacidas de una construcción familiar. La cocina es el escenario de lo afectivo; los alimentos, la forma más íntima de nombrar la historia y la infancia.
La obra es un poemario sobre el vacío de nunca haber tenido un padre y verse forzada —casi, casi— a conocer a un hombre de la nada. Un hombre que no es “papi”, porque no ha estado y tampoco quiere estar. Es la prórroga de una niña que ni siquiera sabe cómo llamarlo; no sabe si es amada y se mantiene solo con la espera. Es esa ansiedad nacida de aguardar por cariño paternal. Es ese vacío quedante cuando Pedro no es sinónimo de papá.
De ese intento desde la masa: cocinar, crear, traer, jugar, comer lo hecho con las manos. Y aun así, aunque sea todo lo que siempre quisiste, no sabe igual. Porque “se nos quemó en el horno”, porque “la levadura iba antes que amasar”. Como el amor va antes de la responsabilidad, porque “crear pizza y que nos salga mal es jugar a olvidar la ausencia poniendo un sobretrabajo en la masa”. Darte cuenta que “la raíz crece hacia arriba”: es el padre, quien no estuvo y no está; porque es Pedro y no papi.
Entonces te cansas de tanta espera y tú también te quieres ir. Con las arepas de la abuela a causa de que a ellas sí las conoces, sí te aman y no hay que aguardar. Jugar en la cocina del mundo no es jugar en la cocina de Dioselina; la abuela quien te crea para ser imagen y semejanza, “para no nacer de ninguna costilla”. La costilla finalmente deja los envueltos inflados pretendiendo ser lo que no es; solo así —quizás— se le puede llegar a querer.
“Los envueltos están aireados porque hace falta que se
vean grandes para que la gente los compre
hace falta que sean algo que no son para que nos
contentemos y digamos qué buenos
estos son los de verdad verdad”
El cariño es condicional para todos, se alimenta de la constante espera por ser algo, o llegar a serlo. Dioselina espera de la niña Reina; El mundo espera del Padre y de la hija; el Padre espera no serlo y espera el perdón.
Resulta tan triste, triste y cierto. La palabra y el concepto de “padre” nos rebota a muchos hacia adentro, a buscar entre la gran nada, a exonerar a un don nadie. “No puedo seguir viviendo en el deseo”. No se puede seguir habitando la ausencia, es Este alimento su carne, es la forma del vacío, llena de un dolor tan profundo, sin cabida a nadie más, es “la necesidad de comprobar que todos van a irse”.
“No sé si quiere que le pida que me deje quedar Por favor o quiere pedirme que me vaya. Filmo a Padre tratando de entenderlo…”
“Tal vez quiero unas memorias para reemplazar la ausencia. Tal vez él quiere ser mi amigo. O tal vez no quiere deberme.”
Pero antes no había ausencia. “No sentir que te falta algo permite vivir sin la carencia”. Haces del pan blandito compañía, vas con la abuela, sin preguntarte por la circunstancia llamada Padre. La madre —El mundo— no dice nada y entonces vives la infancia comiendo demasiado, llenándote de compañía y de panaderías bogotanas. Hasta que aparece lo desconocido, el desconocido, otra vez, Padre.
“La figura del Padre reaparece
es el miedo de encontrarse a alguien en la casa que se filtra
el cuerpo pegado al piso
para saber si hay pasos o es seguro salir si
Padre y todas sus repeticiones han desaparecido”
Pero antes, mucho antes, en el comienzo, padre se llamaba Dios y la abuela dirá que no se necesita a nadie más, no hace falta ningún soborno.
Tenía que nacer el vacío de la ausencia. Ese que nunca se supo si era un intento de construir sobre la falsa complicidad. Y en medio de todo, anhelar sentirse llena con la promesa del amor, la hamburguesa y los tamales.
Las bienaventuranzas vienen con una mano posada bajo la tuya. Aquí es la carrasposa de la abuela, quien madruga a ver a Dios, aunque una niña no pueda imaginarse la carne de Cristo como el pan y la sangre de vida. Para la comida, las manchas no importan, para todos, el Padre sí.
“Esperamos sentadas mientras dan la comunión
ese no pan carne de Cristo
y ninguna va por él
ella porque no puede: algo malo que hice
algo que no me van a perdonar pero no
está triste cuando dice eso
no creo que pueda ser algo tan malo no
creo que haya hecho ya muchas cosas buenas para borrar
lo oscuro que dice: no
suspira y a lo hecho pecho piensa”
Vemos a la niña Reina, quien en los primeros años Dios le baja el mundo, pues “tiene que salir adelante por todos nosotros.” “Es el orden natural de las cosas”. Se espera que crezca, sea feliz, que deje el Quiroga. Nadie imagina que la niña Reina haya sentido la espera en la madre-mundo y a la ausencia no le halló nunca un nombre hasta que dijo: no quiero ser padre.
“Un día me dirá que no estaba listo para tener hijos
tienes que perdonarme porque yo ya me perdoné y fotos
con la hija de su nueva esposa
y yo en el prado de la enfermedad
descifrando cómo he logrado repetir esta historia
siempre lo mismo he buscado tanto al Padre sin saberlo
o no al Padre sino la ausencia.”
Resulta prodigioso cómo avanza el poemario. En la tierna infancia de la niña atendida por su Diosa, quien le da todo para ser y superar las expectativas puestas en ella, “En un carrusel es Reina de todo el mundo”. Pero a medida que avanza la obra, y crecen los poemas, las preparaciones culinarias van revelando otros mundos, otras emociones, —llegamos a otros puntos de la niñez— ella ya no es La niña Reina, en donde no encuentra a su Dioselina.
“Dioselina dio a luz a El mundo y El mundo dio a luz a la
niña Reina
La dejó a cargo de la niña
hasta que decidió regresar para traer un nuevo orden
Dioselina calma a la niña
le da agua de canela
ella enfrenta la faz del abismo y se ahoga un poquito
debajo de la ducha”
Luego de toda una vida de espera, de ausencia, llegan las meditaciones. Te sientas a pensar sobre la libertad, tal vez sobre el perdón a medio conceder. Hay ocasiones en la vida donde ser un fantasma, un miembro cercenado por la distancia cae en ti como parte de la totalidad que nos conforma aunque no sepamos integrarlo a nosotros, porque nos han lastimado, porque desaparecieron y nos cortaron parte del universo.
“Visualiza ahora a tu Padre dale libertad para que sea lo
que es lo que ha sido”
“... y sé
alguna vez tratamos de amarnos
pero perdí la piel mientras lo intentaba
un diente
las uñas
me quedó una cicatriz en el rostro”
“esta persona básica de que tiene un hilo que
jamás podrá cortar”
“hay otro estómago que se retuerce
Padre es mi dedo perdido el miembro faltante”
Pan piedra es un poemario que duele por lo que no dice. Duele por lo que espera, por lo que nunca llega, por el vacío que acrecienta el paso de la niñez, por la ternura de lo que aún así se crea, y por cómo la comida puede ser reflejo de todo lo anterior. En la cocina de Dioselina se amasa no solo la infancia de La niña Reina, sino también la posibilidad de un linaje materno que resiste desde el afecto, de este paso generacional de abuela a madre y a hija; durante todo el libro vemos como la mamá es el mundo de su hija, la abuela es su Dios inigualable y finalmente la niña es esta reina a la que sus antecesoras quieren ofrecer el mundo. Garzón logra hornear en palabras el pan de la espera y el tamal de la ausencia: calientes, imperfectos, y llenar a la Bogotá vacía con sus mujeres; esto resulta profundamente humano.
“la relación entre el individuo y la totalidad
todos somos así nuestros padres nuestros abuelos
equilibrio precario”
Al final, el vacío no se borra, pero se nombra. Y nombrar es, también, una forma de perdón. Es el lenguaje quien permite la posibilidad y la imposibilidad, el fondo, la excusa, el brote, los agujeros y la boca abierta. Es el lenguaje cocido por Garzón, el pan blandito, el pan sin levadura, el pan con sal y aceite, el pan que habla y le falta decir, el pan piedra.
“no te acuerdas
de mí
como yo te recuerdo”
“pero yo sé que en todos los escenarios
habríamos tenido que conocernos
habríamos tenido que destruirnos
para poder decir
nacimos”
Laura Andrea Garzón (Bogotá, 1992). Literata y maestra en arte con énfasis en proyectos culturales. Magíster en escritura creativa de la Universidad de Iowa. Publicó su primer poemario, Doméstico, con la editorial La Pájara Pinta en 2021. En 2023 publicó Pan piedra, libro ganador del Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza.
Liza María Guerrero (Bogotá, 2004). Estudiante de creación literaria de la Universidad Central.