
María Ángeles Pérez López
MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ
Presentamos esta selección de poemas de María Ángeles Pérez López, poeta y profesora de la Universidad de Salamanca.
HASTA EL POEMA
Hasta el poema llegan, como islotes
de óxido y de plancton celular,
los restos silenciosos del naufragio
en que quedan los barcos y los hombres
tras el amor intenso, el oleaje
que levanta su proa y la sumerge
al fondo de la mar y sus caballos.
Las caracolas guardan su rumor,
la lentitud sombría en que los peces
desnudos se acomodan a morir
y vuelven cristalina su belleza
de fósil, su armadura transparente,
su vertical caída hasta el silencio
en que el fondo del mar guarda la espuma
que levantó el deseo y las mareas.
En su abisal distancia deslenguada,
amor y mar comparten varias letras
y la raíz mojada por la sal
empapa cada signo tras su empeño
por la coloración y el frenesí.
La boca humedecida, la entretela
del cuerpo y sus humores ablandados,
las veintisiete letras rezumadas
por la líquida masa del amor
después se vuelven piedra quebradiza,
astilla y fósil blanco en su rescoldo,
su agalla enrojecida en el vivir.
(de Catorce vidas y una más. Poesía reunida 1995-2012)
UNA NARANJA
Para pelar despacio una naranja
se anuda la belleza a sus tres sílabas.
Entonces cae su piel como un regalo,
un bucle de calor y de oro espeso
que baja por las patas de la mesa
y se enreda en su tronco y su raíz.
Cuerpo desnudo, libre, luminoso,
esfera vegetal sobre su elipse,
felicidad sencilla entre los dientes
y en la vocal abierta y repetida.
Su agua mansa no cede ante el invierno
y moja el escondrijo de la angustia.
En la mano que ofrecen los poetas,
la palabra naranja es tan redonda
que parece imposible su desgarro,
su quebradura inquieta ante el cuchillo
como orín y amoníaco en la muerte.
Tan redonda que es casi inverosímil:
solsticio que se abraza a su sintaxis.
con/contra Parra (con/contra Borges)
(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)
EL CUERPO DE LA FLECHA
El cuerpo de la flecha es solo de aire.
La punta sobrepasa su pesar,
es bronce que tallaron los egipcios
y sílex acerado en cada muesca,
el pedernal, la herida en que la roca
golpea su estructura acristalada
contra el latido azul de los vencejos,
la fibra que en el vidrio se dispone
sobre la superficie de la muerte.
Sin embargo, su cuerpo es ligerísimo.
Asta en que la madera ya ha olvidado
el peso procesal de las raíces
con su llamada oscura y maternal.
La rama sujetaba todo el árbol
y ataba sobre sí todas las aves.
También es de madera cada pata
con que el pájaro vuelve hasta su nido
y deja de ser vuelo o ala hendida.
Pero cuando las hachas descolocan
la rama y la hacen cuerpo de la flecha,
recuerda que nació para la altura.
Respiración ingrávida, alfabeto
que es tan solo pulmón poroso y mudo,
la línea que se borra al escribirse.
Centella que en el tiempo de lo súbito
recuerda que nació para la altura.
La palabra es la arquera y su carcaj.
La forma fugitiva de esa ausencia.
En ella beben luz ramas y pájaros.
(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)
ESTRUENDOSO ZUMBIDO DE LO REAL
Estruendoso zumbido de lo real. Y sin embargo, nada sé de las avispas.
¿Hasta dónde alcanzan sus obligaciones con el nido? ¿Acaso pueden zafarse de la tarea prioritaria de desconocer la muerte? ¿No les preocupa saberse deudoras del verano y sus diosecillos rencorosos?
Lanzadas hacia la luz y la avidez, obedecen el mandato de los días. Asisten a su escuela de calor.
Algunas son hermanas entre sí y se abrazan en la noche porque temen la sombra. Con las seis patas que entrega cada una, forman un estrecho círculo de tiza del que solo podrán salir al mismo tiempo. No es posible pensar sino en el todo, en su sustancia algo viscosa y primordial que sostiene encendida la mañana: hasta cinco mil piecitas de ámbar impacientes acercan todo el sol al avispero.
Otras son solitarias, como yo, que me aferro temblando a mis dos patas.
Tampoco sé de su apetito, de su organización territorial o sus banderas. Ni siquiera si se excitan cuando lamen el miedo.
Me pregunto si en sus pesadillas hay también un caballo ensangrentado.
Cuando despierto estoy empapada en esa sangre. Mana de mi centro y sube a la raíz, donde el pelo se adentra en lo invisible. Incluso encharca todo el arco de la frente.
Desesperada, agito los brazos hacia lo alto izando una bandera blanca que tampoco se ve y cuyas raíces terminan perdiéndose en el aire. Intento gritar, pero no puedo y solo se oye un disturbio de baja intensidad, un rumor calcinado en el oído.
Las avispas conversan con vocablos blanduzcos. En el fragor de sus tareas, tal vez dicen: esto está demoliéndose, el ala oeste ha sido arrasada, en la noche de San Juan entregaré la pulpa y los atajos a la palabra patria, ese avispero…
Arrancan descargas de fulgor y se entregan sin miedo a la energía en la que reverbera lo real. Para ellas, las celdillas son cobijo, son argumento afín, son arrebujo que permite a las larvas crecer hacia la luz.
Nada sé de su talle, su desdén o su desoladora adolescencia. Ni del modo en que se enamoran de los caballos hasta hacerlos morir contra mi boca.
Cuando acerco la mano hasta las crines también soy devorada por mi propio aguijón.
(de Incendio mineral, 2021, Premio Nacional de la Crítica)
María Ángeles Pérez López (Valladolid, España, 1967). Poeta y profesora de la Universidad de Salamanca. Como poeta ha recibido varios premios, entre los que destacan el Premio Nacional de la Crítica por Incendio mineral (Vaso Roto, 2021) y los premios de la Fundación José Hierro y “Meléndez Valdés” por Libro mediterráneo de los muertos (Pre-textos, 2023). Su trayectoria ha sido reconocida en Lima con la Medalla Vicente Huidobro.
Antologías de su obra han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá, Lima, Buenos Aires y Honduras (Los Confines). También, de modo bilingüe, en Italia y Portugal. Su libro Carnalidad del frío ha sido publicado bilingüe en Brasil y Estados Unidos.