Revista Latinoemerica de Poesía

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Siete pameos de Julio Cortázar



El 12 de febrero de 1984 falleció Julio Cortázar, a quien también se ha considerado, y con justa razón, como poeta. Los pasajes de sus obras están marcados por un despliegue de imágenes y sugerencias líricas que hacen que retornemos una y otra vez sobre la música de sus escenas. Sus libros de poemas son: Presencia (sonetos, con el seudónimo de Julio Denis) 1938; Pameos y meopas, 1971, y Salvo el crepúsculo en 1984.

En palabras de Graciela Maturo: ¨Julio Cortázar fue un defensor de la razón poética, afirmada desde el orfismo en adelante por una larga cadena de filósofos y poetas, y revalidada en nuestro tiempo por figuras tan eminentes como Martin Heidegger, José Lezama Lima, Leopoldo Marechal, Octavio Paz y María Zambrano. No creo desacertado definirlo como un irrenunciable y profundo poeta cuya vía expresiva se ha ido apartando del canto y la palabra plena que expresan totalmente al creador, para embozarse en formas sustitutivas, aledañas, irónicas o ambiguas. Toda su obra va afirmando el desarrollo de una concepción mágica del mundo y una tensión erótico-mística que contradice o avasalla a la razón, descubriendo un modo profundo, de índole mística, de conocimiento y revelación.¨ Aquí siete de sus poemas:

 

 

 

Aplastamiento de las gotas

 

     Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones

cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita

en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo

y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.

     Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga,

ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

     Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración

del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.

     Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

 

 

 

Ceremonia recurrente

 

 

El animal totémico con sus uñas de luz,

los objetos que junta la oscuridad debajo de la cama,

el ritmo misterioso de tu respiración, la sombra

que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminentemente.

Entonces me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño,

Vuelvo de un continente a medias ciego

donde también estabas tú pero eras otra,

y cuando te consulto con la boca y los dedos, recorro el horizonte de tus flancos

(dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto,

te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego

de piel y de azabache, las figuras del sueño)

el animal totémico a los pies de la hoguera

con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.

 

Y después despertamos y es domingo y febrero.

 

 

 

 

Esta ternura

 

 

Esta ternura y estas manos libres,

¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz

para la zorra, y en medio del llamado

la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.

Hicimos pan tan blanco

para bocas ya muertas que aceptaban

solamente una luna de colmillo, el té

frío de la vela la alba.

Tocamos instrumentos para la ciega cólera

de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos

con los presentes ordenados en una mesa inútil,

y fue preciso beber la sidra caliente

en la vergüenza de la medianoche.

Entonces, ¿nadie quiere esto,

nadie?

 

 

 

 

La patria

 

Esta tierra sobre los ojos,

este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,

esta noche continua, esta distancia.

Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,

pobre sombra de país, lleno de vientos,

de monumentos y espamentos,

de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,

escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,

repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando

de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

 

Pobres negros.

 

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,

dónde el que come los asados y te tira los huesos.

Malandras, cajetillas, señores y cafishos,

diputados, tilingas de apellido compuesto,

gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,

centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,

coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,

bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,

secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,

contraflor al resto. Y qué carajo,

si la casita era su sueño, si lo mataron en

pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

 

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

 

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,

te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña

envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,

mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate

con su verde consuelo, lotería del pobre,

y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos

para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.

Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,

pobres blancos que viven un carnaval de negros,

qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,

en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,

en los ranchos que paran la mugre de la pampa,

en las casas blanqueadas del silencio del norte,

en las chapas de zinc donde el frío se frota,

en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.

Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,

vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,

tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,

tango, coraje, puños, viveza y elegancia.

Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado

en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.

Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo

saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,

no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.

La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,

ser argentino es estar triste,

ser argentino es estar lejos.

Y no decir: mañana,

porque ya basta con ser flojo ahora.

Tapándome la cara

(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)

me acuerdo de una estrella en pleno campo,

me acuerdo de un amanecer de puna,

de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,

de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos

quemando un horizonte de bañados.

Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles

cubiertas de carteles peronistas, te quiero

sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,

nada más que de lejos y amargado y de noche.

 

 

 

 

Los amantes

 

 

¿Quién los ve andar por la ciudad

si todos están ciegos ?

Ellos se toman de la mano: algo habla

entre sus dedos, lenguas dulces

lamen la húmeda palma, corren por las falanges,

y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva

hacia muertes de césped, hacia puertos

que se abren entre sábanas.

Todo se desordena a través de ellos,

todo encuentra su cifra escamoteada;

pero ellos ni siquiera saben

que mientras ruedan en su amarga arena

hay una pausa en la obra de la nada,

el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,

empiezan a salir los ciegos,

el ministerio abre sus puertas.

Los amantes rendidos se miran y se tocan

una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.

Y es sólo entonces

cuando están muertos, cuando están vestidos,

que la ciudad los recupera hipócrita

y les impone los deberes cotidianos.

 

 

 

Nocturno

 

 

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado

como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.

Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,

no sé si me querían, y si esperaban verme.

En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,

una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.

Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,

yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.

Mi mujer sube y baja una pequeña escalera

como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.

Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.

Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran

a la ventana que tengo a mi espalda.

 

 

 

Para leer en forma interrogativa

 

 

Has visto,

verdaderamente has visto

la nieve, los astros, los pasos afelpados de la brisa...

Has tocado,

de verdad has tocado

el plato, el pan, la cara de esa mujer que tanto amás...

Has vivido

como un golpe en la frente,

el instante, el jadeo, la caída, la fuga...

Has sabido

con cada poro de la piel, sabido

que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón,

había que tirarlos

había que llorarlos

había que inventarlos otra vez.

 



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