Revista Latinoamericana de Poesía

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Claudia Osorio: enseñar es también un acto poético



Claudia Osorio: enseñar es también un acto poético

 

Por Alejandro Cortés González

 

 Estamos con Claudia Osorio, poeta mexicana del 72, Doctora en Educación por la Universidad Maya de Chiapas, Coordinadora administrativa de la Dirección de Difusión Cultural en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, autora de los libros de poesía Los poemas del diván (2024) y Noche callada (2025), y, posiblemente, una de las mayores conocedoras de la obra poética y pedagógica del ilustrísimo poeta tabasqueño Carlos Pellicer Cámara.

 

—Claudia, gracias por aceptar esta entrevista. Para usted como escritora y educadora, ¿cuál ha sido la relación que ha descubierto entre poesía y pedagogía?

La relación entre poesía y pedagogía, en mi experiencia, es profunda y a la vez natural. Ambas nacen del mismo anhelo: comunicar y transformar. La poesía, con su lenguaje cargado de imágenes, metáforas y silencios, nos enseña a mirar el mundo desde otra perspectiva, a descubrir lo invisible en lo cotidiano. La pedagogía, en cambio, busca guiar, orientar y abrir caminos para que ese descubrimiento se convierta en aprendizaje y crecimiento humano.

He comprendido que la poesía no es solo un arte estético ni un ejercicio reservado a la intimidad del escritor, sino también una herramienta pedagógica que despierta sensibilidad, imaginación y pensamiento crítico. En el aula, un poema no solo se lee: se habita, se interroga, se desarma y se vuelve a armar desde las experiencias personales de cada estudiante. Así, la palabra poética se convierte en espejo y ventana: espejo porque refleja la voz interior de quien la lee, y ventana porque abre horizontes hacia otras formas de ser, sentir y comprender.

La pedagogía, por su parte, me ha mostrado que el acto de enseñar no se reduce a transmitir información, sino a generar encuentros significativos. En ese sentido, la poesía entra como aliada, pues nos recuerda que el conocimiento no puede separarse de la emoción, que la formación integral requiere no solo razón, sino también sensibilidad. Cuando un estudiante interpreta un verso, no solo aprende a leer entre líneas, sino también a reconocer sus propios matices internos, a ejercitar la empatía y a comprender que el lenguaje es una forma de resistencia y de libertad.

Diría que poesía y pedagogía se complementan: la primera educa la emoción y la imaginación, mientras que la segunda da estructura y sentido a ese viaje. Ambas nos invitan a mirar más allá de lo evidente, a cultivar una educación que forme seres humanos críticos, sensibles y conscientes. Y en esa convergencia, he descubierto que enseñar también es un acto poético, y que escribir poesía también es una forma de educar.

 

Entre la publicación de Los poemas del diván y Noche callada hay un año de diferencia. ¿Qué cambios nota entre uno y otro? ¿Qué enseñanzas le dejó cada uno de ellos? 

Entre Los poemas del diván y Noche callada media un año en el calendario, pero en mi experiencia vital y literaria representan dos territorios muy distintos. Ambos libros dialogan entre sí, pero desde lugares complementarios: uno fue el estallido de la voz interior, el desahogo urgente; el otro, la maduración del silencio y la contemplación como formas de resistencia y de creación.

Los poemas del diván fue, ante todo, un espacio de catarsis. En él puse en palabras lo que se agita en la memoria y en el corazón cuando buscamos comprendernos a nosotros mismos. Era como tenderme en un diván imaginario y permitir que las emociones, sin filtros, se volvieran escritura. Esa obra me enseñó que la poesía puede ser un territorio terapéutico, una manera de darle forma al dolor y a la incertidumbre, pero también de reconocer la belleza que nace de la fragilidad humana. Fue un libro de confesiones y de búsquedas, un puente entre la intimidad más personal y la voz poética que, al pronunciarse, se vuelve colectiva.

En cambio, Noche callada se gestó desde otro estado del alma. Si el primero fue grito y desahogo, el segundo fue pausa y contemplación. Aquí descubrí la fuerza del silencio, no como ausencia, sino como plenitud. En este libro me permití explorar un lenguaje más sobrio, más pulido, donde cada palabra buscaba contener un eco de lo no dicho. Es un libro que habla desde la calma nocturna, desde esa hora en que la conciencia se encuentra con la intimidad más honda y, en vez de explotar, se aquieta para escuchar lo que susurra el corazón. Su mayor enseñanza fue revelarme que la poesía no siempre necesita nombrar de manera directa; que en la sugerencia, en la pausa, en la resonancia del silencio, también habita la poesía.

Entre ambos hay, entonces, un tránsito vital y literario: de la urgencia de decir a la serenidad de contemplar; de la palabra como catarsis a la palabra como revelación. Ese año de diferencia no fue solo cronológico: fue un tiempo de aprendizaje, de maduración personal y de consolidación de mi voz poética. Si Los poemas del diván me enseñó a abrazar mi vulnerabilidad y a reconocer la escritura como sanación, Noche callada me enseñó a dialogar con el silencio y a confiar en que, incluso en lo callado, habita la fuerza de la poesía.

 

Usted, además, es autora del libro Carlos Pellicer Cámara. Poeta y Educador. ¿Cómo la vida y obra de uno de los autores más emblemáticos de Tabasco ha influido en usted como poeta y como educadora?  

La obra Carlos Pellicer Cámara. Poeta y Educador representó para mí un ejercicio de investigación, pero también de reconocimiento a una figura fundamental de la cultura tabasqueña y mexicana. Acercarme a su vida y obra significó comprender que poesía y educación no son ámbitos separados, sino vasos comunicantes de una misma misión: transformar la sensibilidad humana y proyectarla hacia lo colectivo.

Como poeta, Pellicer me mostró la fuerza de una voz que sabe armonizar lo íntimo con lo universal. Su poesía, profundamente enraizada en el paisaje tabasqueño y en las raíces culturales de México, me enseñó a valorar la identidad como punto de partida para un diálogo más amplio con el mundo. De él aprendí que la palabra poética no se limita a expresar emociones personales, sino que puede convertirse en un vehículo de memoria, de pertenencia y de celebración de la vida. En ese sentido, Pellicer influyó en mi forma de entender la poesía como un compromiso con la belleza, pero también con la realidad social e histórica que nos constituye.

Como educadora, en cambio, la figura de Pellicer me inspiró a comprender la docencia como un acto de responsabilidad ética y estética. Su labor magisterial estuvo atravesada por la convicción de que enseñar no solo es transmitir conocimientos, sino formar seres humanos integrales, con sensibilidad artística y conciencia crítica. Ese modelo me ha permitido integrar la literatura y la reflexión poética en el aula como herramientas pedagógicas capaces de despertar en los estudiantes la imaginación, la empatía y la capacidad de cuestionar su entorno.

Lo más significativo de Pellicer es la coherencia entre su vida, su obra y su práctica educativa. Fue un intelectual que supo unir poesía, pedagogía y compromiso social en un mismo horizonte. Esa coherencia ha sido para mí una guía, porque me recuerda que la tarea del poeta y del educador comparten un mismo propósito: contribuir a la formación de una conciencia sensible, libre y transformadora.

En suma, la influencia de Carlos Pellicer en mi trayectoria es doble: como poeta me legó la visión de una palabra que dialoga con la tierra y la cultura, y como educadora me mostró que la enseñanza se engrandece cuando incorpora la dimensión estética y humanista. Su ejemplo me reafirma en la convicción de que poesía y educación, lejos de excluirse, se enriquecen mutuamente y construyen puentes hacia una sociedad más plena.

 

Como coordinadora administrativa de la Dirección de Difusión Cultural en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco usted ha liderado importantes eventos y festivales literarios para la comunidad educativa. ¿Cuáles han sido los aportes más relevantes de estos eventos literarios en los estudiantes y en la población en general?

Coordinar eventos y festivales literarios en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco ha sido, para mí, un privilegio y una certeza: la certeza de que la palabra es semilla, y de que cuando se cultiva en comunidad, florece en forma de identidad y esperanza.

En los estudiantes, estos espacios han encendido una chispa que va más allá de la lectura como obligación académica. Han descubierto que la literatura puede ser refugio, espejo y horizonte. Verlos acercarse a un poeta, escuchar un recital, hojear un libro recién presentado, es ser testigo de cómo la palabra despierta en ellos sensibilidad y pensamiento crítico. Cada encuentro literario se convierte en una invitación a soñar distinto, a escribir su propia voz en diálogo con las voces que los preceden.

En la población en general, los aportes son igualmente valiosos. Estos eventos han abierto las puertas de la universidad para que la cultura deje de ser un territorio lejano o exclusivo, y se convierta en un bien compartido. La poesía y la literatura, cuando se viven colectivamente, generan vínculos de pertenencia: fortalecen la memoria de quienes somos y, al mismo tiempo, nos proyectan hacia lo que queremos ser. Muchos asistentes se han acercado por curiosidad y han salido transformados, con la certeza de que la palabra también puede sanar, unir y dar sentido a la vida cotidiana.

Por otra parte, estos festivales han colocado a Tabasco en el mapa cultural con mayor fuerza. La voz de nuestros creadores dialoga con voces de otras regiones y países, y en ese intercambio se tejen puentes que enriquecen tanto a los visitantes como a quienes aquí habitamos. La universidad, al impulsar estos encuentros, asume su papel de custodio y promotor del patrimonio cultural, recordándonos que educar también significa abrir horizontes sensibles y artísticos.

Creo que el aporte más profundo es haber demostrado que la cultura no es un adorno, sino una necesidad vital. En medio del ruido y la prisa de nuestra época, los festivales literarios son remansos donde aprendemos a escucharnos, a detenernos, a celebrar lo humano. Allí, entre versos y lecturas compartidas, comprendemos que la palabra es capaz de construir comunidad, de tender puentes y de recordarnos que no estamos solos.

 

Y ahora, después de Noche callada, ¿qué está escribiendo Claudia? Denos, por favor, algunas pistas de hacia dónde apuntan sus nuevos escritos.  

Después de Noche callada, he sentido la necesidad de explorar territorios distintos, aunque siempre desde la fidelidad a la voz poética que me acompaña. Si Los poemas del diván fueron catarsis y desahogo, y Noche callada contemplación y silencio, ahora mis nuevos escritos buscan dialogar con la memoria y con la finitud. Estoy trabajando en poemas que giran en torno a la pérdida de seres queridos, a ese misterio que nos iguala y nos recuerda la fragilidad de la vida. Hay un proyecto titulado Carnaval de la muerte, donde intento darle a la muerte un rostro festivo y ritual, no como final absoluto, sino como metamorfosis. En estos versos la muerte aparece entre máscaras, danzas y silencios, pero también como celebración de lo que somos y hemos amado.

Paralelamente, avanzo en un conjunto de textos más íntimos, dedicados al amor en sus formas más ocultas y complejas. Allí exploro las relaciones clandestinas, los afectos que se viven en penumbra, las pasiones que no siempre pueden nombrarse a plena luz. Estos poemas, que quizá se conviertan en un libro bajo el título Donde no estas, buscan revelar lo que se esconde detrás de lo no dicho, de lo secreto que late en el alma.

Finalmente, me interesa mucho la línea de la autoexploración y el amor propio, que ya asomaba en algunos poemas de Noche callada. Estoy escribiendo piezas donde el yo poético se reconcilia con su reflejo, con las cicatrices, con el tiempo vivido. Es una búsqueda de luz interior, de aceptación y de renacimiento, que probablemente cristalice en un libro de tono más esperanzador.

Podría decir que mis nuevos escritos apuntan hacia tres caminos entrelazados: la muerte, el amor y la memoria personal. En todos ellos, lo que me guía es la convicción de que la poesía sigue siendo un espacio de revelación y de resistencia; un lugar donde puedo dialogar con mis sombras, pero también con la comunidad de lectores que encuentran en cada verso un eco de su propia vida, por supuesto todo bajo la dirección de mi casa editorial SUMMA.

 

Cerramos esta entrevista con cinco poemas de Claudia Osorio. Que los disfruten. 

 

SIN PREGUNTAS

 

Entre nosotros hay un lazo sutil,

no es amor, pero tiene su destello,

un pacto sin promesas.

 

Nos miramos sin muchas palabras,

pero el cuerpo habla con más claridad,

nos entendemos en noches calladas.

 

Un abrazo que se queda en el aire,

y un beso que no pide más, solo ser:

sin cadenas, sin prisa, sin baile.

 

Un beso sin preguntas,

sin expectativas que el alma limite,

solo el presente en que todo se junta,

y la confianza en lo que nos permite.

 

 

 

LA CITA

 

La cita fue un suspiro entre dos almas,

un punto de encuentro en la inmensidad,

donde el tiempo se disuelve,

y el destino se atreve a escribir un ritmo.

 

Un café humeante, una mirada incierta,

las palabras danzan, tímidas,

el reloj parece una puerta entreabierta,

y cada segundo es un nuevo aliento.

 

El aire se carga de algo que se nombra,

pero se esconde en los pliegues del ser,

la esperanza, incierta no se asombra

cuando el corazón empieza a entender.

 

La cita no necesita promesas claras,

basta con el instante, con el simple “te vi”;

en el reflejo de pacientes esperas

el silencio se convierte en un “sí”.

 

 

 

AVENTURA SECRETA

 

Hay un amor que no puede gritar,

una llama que arde, callada, con calma:

tus ojos son mi sol en silencio,

pero mis labios nunca lo confiesan.

 

Es un amor que camina a escondidas,

bajo la sombra de sonrisas aparentes,

en cada palabra no dicha,

en cada suspiro, mi vida se olvida.

 

Te amo en lo oscuro, en el rincón del alma,

donde el miedo al rechazo es mi única paz,

y, aunque mi pecho arda, diré “te quiero”

y el mundo jamás lo sabrá.

 

 

 

LIBRE

 

En la inmensidad del cielo

mi espíritu se siente a plenitud.

 

Libre

como el aire que acaricia mi piel,

amando sin temor a perder.

 

Bailo con las nubes, abrazo al sol,

me elevo con el corazón.

 

Soy dueña de mis pasos.

 

Amo ser libre,

caminar ligera, sin peso ni ataduras.

 

En cada suspiro encuentro paz,

en cada amanecer, libertad.

 

Este es mi destino, mi elección.

 

Aquí el amor es uno:

brilla, ilumina mi camino.

 

 

 

RESILIENCIA

 

Resiliencia es un suspiro

cuando el alma se tambalea,

es el viento que, aunque fuerte,

sabe cómo acariciar la marea.

 

Es el árbol que, herido,

se inclina, pero no se quiebra,

sus raíces son profundas, en ellas

encuentra la fuerza que lo mantiene.

 

Resiliencia es aprender con cada herida,

con cada pérdida, cada error,

convertir en luz lo sombrío

es transformar el dolor en amor.

 

Ser resiliente es dar un paso tras otro,

aunque el camino sea incierto,

es encontrar quietud durante la tormenta,

darse cuenta de que, la esperanza, siempre en silencio,

siempre abierta.

 

Resiliencia no es resistir,

es fluir, es bailar con el mar, con el viento

es abrazar la cicatriz que nos hace grandes

pero que ya no duele.

 

 

 

Claudia Osorio (Villahermosa, 1972). Estudió la licenciatura en Ciencias de la Educación en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Maestra en Administración de Instituciones Educativas por la IEU Universidad. Doctora en Educación por la Universidad Maya de Chiapas. Actualmente trabaja como Coordinadora administrativa de la Dirección de Difusión Cultural, en la UJAT. Ha sido organizadora de diferentes eventos culturales como Ferias de libro, entrega de premios y reconocimientos a grandes personajes, tanto del ámbito cultural, político, deportivo y empresarial. Ha sido docente de las licenciaturas de Administración, Mercadotecnia y del Taller de Lectura y redacción. Gestora Cultural. Ha publicado:​​ Carlos Pellicer Cámara. Poeta y Educador​​ así como​​ Los poemas del diván​​ (Summa, Perú, 2024)​​ y​​ Noche callada​​ (Summa, Perú, 2025). Es miembro de la organización del Festival Internacional Primavera Poética.



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