Revista Latinoamericana de Poesía

Revista Latinoamericana de Poesía

post

Tras los pasos de Cesare Pavese



TRAS LOS PASOS DE CESARE PAVESE

 

Por Carlos Fajardo Fajardo

 

Santo Stefano Belbo. Miércoles 9 de septiembre de 1908. Nace Cesare Pavese. Hasta aquí me he desplazado para rendirle tributo y darle mi agradecimiento al gran poeta Piamontés. He ido tras sus huellas a la casa natal bajo un sol canicular de agosto. Nació cuando todavía el verano calentaba estos viñedos en una familia en la que habían muerto tres hijos. Los únicos que sobrevivieron fueron su hermana María, tres años mayor, y él.

 “He cumplido con mi papel público. He hecho lo que he podido, he trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos”, dice una placa ante la cual realicé mi tradicional ritual de recogimiento leyendo sus poemas. Pavese pasó su infancia en medio de colinas y hermosas viñas. Aquí germinó su pasión por la región del Piamonte, de la que con tanto ardor habló en sus novelas y poemas. Tierra de luminosos veranos, donde el sol cae sobre los cuerpos de los caminantes.

En el pueblo, la Fundación Cesare Pavese mantiene su memoria: fotos, correspondencia, videos, parte de su biblioteca amada, estilógrafos, pipas y sus gafas con que miraba el mundo, viendo lo no visible, ampliando los horizontes, visiones poéticas con las cuales leía y consignaba las realidades. Allí se encuentran –reproducidas- las primeras páginas manuscritas de la novela La luna y las hogueras, último libro publicado por Pavese, ambientado en Santo Stefano Belbo, como también cinco lienzos de gran formato del artista milanés Ernesto Trecanni, inspirado en dicha novela.

En una sala se conserva el libro donde dejó escritas sus últimas palabras el sábado 26 de agosto de 1950, cuando, en la habitación # 49, hoy 346, del Hotel Roma, situado al frente de la Piazza Carlo Felice, en Torino, decidió marcharse de este oficio de vivir, descansar en medio de la fragua.

La Fundación se encuentra en la iglesia de los Santos Giacomo y Cristoforo, donde fue bautizado el poeta. Hoy esta iglesia está desacralizada, convertida en auditorio. En ella se realizan eventos, conciertos, exposiciones, como también el festival Pavese.

Así que he llegado a Santo Stefano Belbo viajando desde Torino, pasando por Asti, arribando a estas hermosas colinas de Las Langhe en busca de sus orígenes, donde surgieron sus iniciales palabras. En esta tierra poblada de agosto, tal como se lee en muchas de sus novelas, lo imagino de niño contemplando las viñas, escuchando a los ancestros que pueblan su obra. Sin embargo, a muy temprana edad se radica en Torino. Allí pasa la mayor parte de su vida: su periodo escolar, el Liceo, la Universidad, donde estudia filología inglesa y se gradúa con una tesis doctoral sobre Walt Whitman. 

En 1930 traduce la novela Moby Dick de Herman Melville. Trabaja para el editor Giulio Einaudi, donde publica casi toda su obra. En 1935 es arrestado por conservar unas cartas del exnovio comunista de la que se había enamorado. La llamará en sus poemas “La mujer de la voz ronca”. Es condenado a tres años de confinamiento en el pueblo de Brancaleone, condena posteriormente reducida a un año por las complicaciones de su salud pulmonar. En dicho pueblo, el 6 de octubre de 1935, comienza a escribir su diario El oficio de vivir.

Su primer libro de poemas Trabajar Cansa se publica en Edizioni Disolaria de Florencia, del cual algunos poemas fueron suprimidos por la censura fascista de Benito Mussolini. Con este poemario, Pavese cambia la poesía italiana, dominada hasta ese momento por el hermetismo, dando inicio a la llamada poesía relato, poesía narrativa de situaciones y hechos de la cotidianidad, introduciendo prostitutas, obreros, mecánicos, presidiarios, campesinos, borrachos, mendigos y gente del pueblo con un tono conversacional. En 1943 lo reedita la Editorial Einaudi.

Ese mismo año, en plena Segunda Guerra Mundial y bajo el régimen fascista de Mussolini, es llamado a filas, pero es declarado no apto debido a su asma. Sufre una crisis espiritual. Se interna en el Monasterio de Crea, crisis que supera al terminar la guerra. Tiene remordimientos por no haber participado en la contienda, de no haber estado al lado de sus amigos muertos en combate. Entonces, como antifascista, se afilia al partido comunista, al de sus camaradas, comprendiendo el reto de asumir y cambiar la realidad, el de estar al lado del sufrimiento de sus semejantes. Así que retorna a un Torino bombardeado y semidestruido. En la editorial Einaudi comienza a publicar sus novelas.

En Torino, hace unos días caminé bajo sus arcos o soportales en busca del barrio donde vivió Pavese, como también del Hotel Roma y de los cafés donde el poeta entraba para escribir. Había arribado a esa ciudad por la hermosa Estación Central de trenes, Porta Nuova. Desde allí me dirigí al barrio Crocetta, un barrio apacible y silencioso donde encontré, en la calle Lamarmora, su casa y su placa:

Cesare Pávese habitó en questa casa dal 1930 al 1950 gli anni fecondi della sua vita civile e della sua operosita letteraria (Cesare Pavese vivió en esta casa desde 1930 hasta 1950, los años fructíferos de su vida civil y de su obra literaria).

Hice mi ritual de respeto, evocación y agradecimiento, y en un momento lo vi salir por esa amplia puerta hacia su trabajo en la editorial Einaudi, caminando despacio con sus manías de soledad, mirando las montañas que se divisan a lo lejos, quizás añorando las colinas de su Piamonte natal.

También salí con él por esas calles, desandando sus pasos, entrando a su Trattoria preferida donde cenaba, siguiéndolo hasta el Fiorio, café fundado en 1780, y en el Platti, que funciona desde 1870. En ellos solía escribir durante horas. Lo vi concentrado, fumando su inseparable pipa, quizás escribiendo poemas, ensayos, fragmentos de alguna novela, traduciendo o leyendo a sus autores norteamericanos que tanto amaba: Walt Whitman, Sinclair Lewis, Sherwood Anderson, Edgar Lee Masters, Herman Melville, O. Henry, John Dos Passos, William Faulkner…

Complicado en asunto de mujeres, con relaciones tormentosas afectadas por su animadversión hacia ellas, se enamoraba intensa y locamente de bellas damas que no le correspondían, generando en él frustraciones por dichos amores contrariados. Entonces, se autoculpabilizaba, se castigaba, sosteniéndose en ese único madero que lo mantenía a flote: la escritura. En su lista de amores encontramos a “la mujer de la voz ronca”, Tina Pizzardo, nombrada en sus poemas de Trabajar Cansa, militante comunista, causante indirecta de su encarcelamiento, y quien, al retorno de Pavese de su clausura en el Santuario de Crea, se había casado un día antes. También encontramos a Fernanda Pivano; a Bianca Gadafi, la bella siciliana, traductora, escritora; a la actriz norteamericana Constance Dowling, en fin, amores truncados, y que, como un Tántalo, lanzaba sus brazos y su vida hacia aquellas inalcanzables presencias. Entonces escribía compulsiva y febrilmente, dando sus últimos suspiros a la realidad del mundo, de prisa antes que…; rápido, pues había un asunto que desde siempre cargaba: la muerte y el suicidio, sus dos íntimos acompañantes.

Vuelvo de nuevo a este Santo Stefano Belbo y me ubico en su casa natal de amplios ventanales campesinos. Está al lado de la carretera a la salida del pueblo.  Pavese añoraba esta tierra como el exiliado urbano que era en Torino. Lo había escrito en su diario: “Damos, a un lugar de entre todos, un sentido absoluto y lo aislamos del mundo. Así nacen los santuarios. Así recordamos los lugares de la infancia; en ellos ocurrieron cosas que los hacen únicos y les imprimen ese sello mítico que los distingue del resto del mundo”.

Unos meses antes de su decisión final, había viajado hasta aquí para escribir La luna y las Hogueras, su última novela. Y es de este paisaje del que está impregnada casi toda su obra. Tierra de hermosura, verde entre los verdes en este verano con el color de las viñas en su interior de luz solar celeste.

He visitado también su tumba que se encuentra a la entrada del apacible y silencioso cementerio de Santo Stefano Belbo. Bajo un sol canicular de mediodía leí las palabras que como testamento y sello de su vida había consignado en su diario el 16 de agosto de 1950, dos días antes de su definitivo adiós: “He dado poesía a los hombres”. Grabadas en una gruesa losa de color marrón y rosa bajo la sombra de una parra, dan cuenta de que cumplió con su destino de poeta.

 

A principios de 1950, en Torino, Pavese se enamora de la norteamericana Constance Dowling, a quien conoció durante el rodaje de la película Arroz Amargo, dirigida por Giuseppe De Santis, donde trabajaba su hermana Doris. En Connie, como le llamaban, Pavese vio una mujer liberada e intensa. Solo estuvo con ella un mes. Fueron días agraciados y productivos. Del 11 de marzo al 11 de abril escribió los poemas del libro Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, donde evoca e invoca el amor de Constance. Estando en esas, Connie se marcha a Roma dejándolo definitivamente. En mayo, ella retorna a Nueva York. No la volverá a ver nunca más.

En junio 24 de ese año, Pavese recibe en Roma el Premio Strega por su novela El bello verano. Entre julio y principios de agosto se apasiona por una joven de nombre Pierina. Le escribe bellas cartas diciéndole que la ama, y será una de las que, la noche del 27 de agosto, desde el Hotel Roma de Torino, llamará varias veces sin obtener respuesta.

Cuando salió de su casa hacia el Hotel Roma, donde se había hospedado unos días antes, llevaba una pequeña maleta fingiendo un paseo de fin de semana. En aquella maleta cargaba su libro Diálogos con Leucó, libro del que decía era su mejor presentación.

En la mesa de trabajo de su casa, donde vivía desde 1930 con su hermana María, su cuñado y dos sobrinas, dejó su diario, en el cual había escrito el 18 de agosto, aquella despedida tanto vital como escritural:

 “Basta con un poco de valor. Cuanto más determinado y preciso es el dolor, más lucha el instinto de la vida, y la idea del suicidio cae. Parecía fácil, al pensarlo. Pero lo han hecho mujercitas. Se requiere humildad, no orgullo. Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.

El sábado 26 de agosto, en la noche, antes de recluirse en la habitación 49 del hotel, caminó incansablemente por Torino. Trató de ver a sus amigos, pero todos estaban de vacaciones. Visitó la editorial Einaudi. Preguntó por su dueño Giulio. Frustración. Estaba veraneando. Pasó luego por L'Unità, el periódico del Partido Comunista. Estuvo allí hasta medianoche acompañado por Paolo Spriano, el único periodista que permanecía de guardia, y quien, posteriormente, lo acompañó a la imprenta de Popolo Nuovo. Pavese siguió recorriendo las calles desesperanzado, con su eterna dificultad para dormir. Volvió por los soportales al Hotel Roma. Toda esa noche realizó varias llamadas, pero ninguna de las mujeres aceptó su invitación. Así que hizo el último gesto: “Basta de palabras. No escribiré más”.

El domingo 27 de agosto un conserje llamó a la puerta y al no obtener respuesta la abrió, encontrando a las 8:30 de la tarde el cuerpo del poeta sin vida. Estaba vestido, sin zapatos y sin chaqueta. Doce cajas de somníferos y siete paquetes de cigarrillos vacíos estaban en la mesita de noche. A su lado, el ejemplar de Diálogos con Leucó abierto en la primera página y escrito en ella su último deseo: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿Está bien? No hagáis demasiados comentarios”.

Su féretro fue expuesto en el despacho donde trabajaba en la editorial. A su funeral asistieron muchas personalidades y gente lectora de sus libros. Entre ellos, Norberto Bobbio, Natalia Ginzburg y su esposo Leone, un Ítalo Calvino de 26 años, quien lamentó con tristeza la partida de su amigo y maestro.

Unos años más tarde, Calvino, en un hermoso prólogo a los ensayos del poeta, escribió: “El discurso literario fue para Pavese desde el principio también un discurso político. Y cuando pudo emprender un discurso político propiamente dicho, puso en él también toda su pena de hombre, como es propio del poeta, hable de lo que hable. (…) Y véase cuánta sustancia política, cuánta argumentación de ideas había en las convenciones de Pavese, sobre todo en lo que atañe al problema fundamental de nuestra formación cultural: el de la libertad”.

Me despido de Cesare Pavese en este Piamonte pleno de un sol veraniego. Observo las colinas con aquellos viñedos que tanto lo hechizaron desde su infancia, y frente a un verde intenso, releo algunas de las frases escritas por este alucinado oficiante que me han acompañado a lo largo del duro oficio de vivir: “Antes de ser poetas somos hombres, conciencias cuyo deber es alcanzar la mayor conciencia posible en la escuela de la experiencia (…) Las palabras son nuestro oficio (…) En nuestro oficio no se va hacia algo; se es algo (…)  Estamos en el mundo para transformar el destino en libertad”.

 

 

 

Carlos Fajardo Fajardo, Santiago de Cali, Colombia, 1957. Poeta y ensayista. Magister y Doctor en Literatura. Cofundador de la Corporación “Si mañana despierto”, dedicada a la investigación y creación artística y literaria.

Ha publicado varias obras de poesía, en ellas: Origen de silencios, 1981; Serenidad sitiada, 1990; Veraneras, 1995; Atlas de callejerías, 1997; Tierra de Sol, 2003; Navíos de Caronte, 2009; La ciudad del poeta, 2013; Ínsula del viento, 2016; Bajo extraños soles, 2017 y Las espadas de Dios, 2018.

Entre sus libros de ensayos se encuentran Estética y sensibilidades posmodernas, 2005; El Arte en tiempos de globalización: Nuevas preguntas, otras fronteras, 2006; Rostros del autoritarismo, 2010; La ciudad poema, la ciudad en la poesía colombiana del siglo XX, 2011; El bazar de lo efímero, 2014; La democracia global y otros escritos, 2017; La brevedad de la línea de tu mano. La poesía de Tomás Quintero, 2018; La poesía a la intemperie, 2019, La sal en la taza de café, 2022; Adoctrinamiento exquisito y controles digitales, 2024 y La balada. Educación sentimental de una época, 2025.

 



Nuestras Redes