Sandor Halmosi
Apócrifo de Sándor Halmosi
Editorial Gondolat Kiadó, Budapest, 2020
Traducción de Zsuzsanna Latatos-Báldy
y Alfonso Lombana Sánchez
Nota y selección de Alejandro Cortés
De Sándor Halmosi, destacado poeta, editor y traductor húngaro, se suele decir que su poesía tiene un fuerte corte existencialista, donde pregunta por el ser hasta merodear la esencia. En Apócrifo, poemario publicado en Budapest en 2020, encuentro que esa pregunta sostenida, más que existencialista, revela a un poeta plenamente vitalista desde lo espiritual y lo concreto, alguien que toma puñados de trascendentalismo —como el célebre poeta y enfermero Walt Whitman—, y los arroja de golpe hacia un enigma devastador.
Sándor Halmosi también es autor, entre muchos otros poemarios, de los manifiestos literarios Ora et labora. Un grito de guerra por la literatura pura (2020) y Allegro Bárbaro. Sobre la poesía sin dogmas o la paz inquieta del mundo (2023), donde indaga en la crisis espiritual del arte y en la manifestación elocuente del silencio al interior de la poesía, aspectos que en Apócrifo se sienten como una bruma que emerge desde las raíces de cada verso. Pero, ¿qué clase de bruma es la que atrae en el lenguaje de Apócrifo? Es difícil determinar la naturaleza de lo etéreo. Sin embargo, me atrevo a decir que a través de ella se asoman las búsquedas espirituales universales, el caos de sudor y grasa en el que se pierde el hombre y hasta el temblor después de haber visto el rostro de Dios.
La presente selección de poemas exige varias lecturas lentas. No esperen dulzor en las palabras ni danza en el lenguaje: esto lo hace aún más devastador.
Tango Kali Yuga
(Kali-juga-tangó)
Si hay mucha luz miramos hacia otro lado.
Hay mucha luz. No podemos mirar hacia otro lado.
Eres quien soy
(Vagy, aki vagyok)
Me pregunto qué estarás haciendo.
Cómo con tus espaldas dolientes aguantas
la nada inmensa. Cómo todo lo que
te persigue se cansa antes de que hipes
dos veces y el hedor todo lo invade.
Comprendo el todo sin nosotros
ni vosotros ni ellos. Tú que me
insuflaste la vida en ti; que dijiste
que el amor nada pide aunque exista.
Eres quien soy.
Silencio que muere empalado.
Tentación
(Kísértés)
¿Cómo no sentirse amarrado?
Como el buey y el siervo bajo la presión
sangrienta y sudorosa de las correas,
bajo el yugo del arado. Como los ángeles
después de recibir instrucciones.
¿Qué sabe…?
(Mit tud)
¿Qué sabe la estatua de piedra cuando llueve?
¿Qué sabe el mundo de Dios cuando tiembla?
Géiser
(Gejzír)
Si es omnipresente es entonces
omnipresente y está en el amor y en el odio,
y en la ofensa y en el perdón,
y en el camino y en la transición sin transición,
y por doquier. Matemáticamente diríamos que
es denso en la existencia. Es cuanto rebrota
en cada riña y vuelve a caer en su propio
ser infinito. Por algunos segundos.
Mito y realidad
(Mítosz és valóság)
Desconozco si es la luz la que nos mueve o la fricción de la oscuridad. Lo que sí sé es que seguimos avanzando, que la forma para nosotros es abstracta y que el pasado se puede reescribir; que estamos compuestos de añicos, que somos de plomo y de vidrio, un conglomerado luminoso y mate. Los tonos de blanco son un número necesario y suficiente. Cedro solitario, la luna en el mar riela. Vivimos en la Edad de Oro sin darnos ni cuenta. Budas y monos en Angkor; en Velemér, María y el manto del alma.
El derecho a la última palabra
(Az utolsó szó jogán)
Aún si dijéramos algo por el derecho
a la última palabra, seguro que esto no sería
lo último. No lo decimos nosotros.
Un gran ángel vestido con la zamarra,
o un leñador, o un cantor (¿hay diferencia?)
vendrán y arrodillándose ante nosotros
romperán a llorar. Quizás no con lágrimas,
quizás no tengamos nada que ver.
Pero al levantarse y girarse ante nosotros,
resuenan corales todas las disculpas
de este mundo. También la tuya.
Apócrifo
(Apokrif)
Siempre cuchicheaban a sus espaldas
y se reían de él. Hasta le cosieron
los labios para que no hablara. Si podían
lo esquivaban. Y si no podían esquivarlo,
chocaban y lo empujaban. Solían darle
golpes porque sabían que no se los
devolvería. Pero nunca le miraban
a los ojos. Se burlaban de él, y escupían
a los que sanó, en teatrillos improvisados
imitaban sus gestos y su forma de hablar.
Todos lo vieron. Pero se dice que hubo
un lugar vedado hasta a los sumos sacerdotes.
Allí, dos, y bien pagados, eran los custodios
de sus palabras. Muchos rumorean buscando
contradicciones en él día y noche. Y por fin,
mucho tiempo después, dieron con una.
La furia fue desmesurada; se batieron hachas
de piedra y se ordenó el homicidio de aquel
artista que los había creado. (Laguna).
Habían encontrado la palabra para llamarlo.
Debajo del margen
(A margó alatt)
Los ángeles anotan lo que no decimos.
Y lo que queda por decir sostiene el firmamento.
El rostro de Dios
(Isten arca)
El rostro de Dios no se encuentra en
las fibras ni en las piedras ni en las semillas duras.
Más bien en los dedos, en las palmas de la mano,
en las caricias. Así hasta que la materia sea tan
blanda como en la mano del ángel aquella
piedra que se devolvió después de la discordia,
el espadillado látigo del alma.
Espinas
(Tüskék)
Será porque somos poetas.
Si no, ¿quién tenería su
almohada con coronas de espinas?
Dime qué lleva adentro el caballo de Troya
(Mondd, mit visz be a trójai faló)
Dime qué lleva adentro el caballo de Troya
si el tiempo pudo a tus murallas
y se ha vuelto inútil
librar por ti una batalla
en una conversación última,
bajo el único árbol que queda.
¿Qué dirías? ¿Fue suficiente? ¿Muy largo?
Anhelas rezar, señalar el mar en lenguaje
de signos mirando a lo lejos con los ojos cerrados
hacia aquel punto interior. Ser mujer sin pasado.
Castrada venganza junto al hombre castrado.
Estar de pie en medio del patio helado, entre cuchillos,
azuelas y sopletes, y decirle a los nuestros: el cerdo
puede irse, ahora no matamos. Y abrazándonos
con los delantales de matarife limpios bailamos
un tango. ¡Que rompa después el alba!
Experiencias de la vida real.
Te marcharás. Lo buscarás.
No te gustará lo que encuentres.
Te acompañará para siempre lo que no encuentres.
Y volverás. Tranquilo, sigiloso, bronceado,
raído. No tendrás palabras que lo nieguen.
Los surcos que dejaron la sal, el viento y la arena
servirán para que las lágrimas se asienten cuando
me consuele y me acerque a ti. Yo digo que todo
esto es patético. Y tú, que no importa. Te gusta.
Ocurrió aún sobre la planicie antes de la sequía.
Todo esto es inútil ya.
Como la matanza del cerdo.
Sándor Halmosi, 1971. Poeta húngaro, traductor, editor y matemático. Compagina su actividad literaria con conferencias sobre tradición, poesía, lenguaje y símbolos. Da mucha importancia a la popularización de la cultura, a la potenciación del diálogo cultural y a la búsqueda de conexiones entre las artes y la literatura. Ha fundado diversas asociaciones literarias y culturales, y es asimismo miembro pleno del Club PEN húngaro (Budapest) y de la Academia Europea de Ciencias, Artes y Letras (EASAL, París). Ha visto publicados en húngaro y en diferentes lenguas más de cuarenta volúmenes. En 2020 publicó el manifiesto literario Ora et labora. Un grito de guerra por la literatura pura, que ha sido traducido a más de 10 lenguas y es un intento para iluminar la crisis intelectual mundial a través de la autenticidad, el posicionamiento del poeta y la responsabilidad de los autores.
Sus volúmenes en húngaro: El adorador del demonio, 2001; Eras una chica de sol, 2002; Arboleda de bebés, 2003; Qué es de Salomón, 2004; En la ladera sur del Annapurna, 2006; Gilead, 2009; Ibrahim, 2011; La pasión de Lao-ce, 2018; Apócrifo, 2020; Neretva, 2021; Cátaros, 2022, y Tantra y bomba de calor, 2023.