Revista Latinoemerica de Poesía

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El mar tras el viento y la palabra amorosa



 

Por Aníbal Fernando Bonilla

 

 

La poesía como caricia indeleble y determinante acomete en tópicos que rebasan el tiempo y el espacio. El amor es uno de ellos. Con frenesí y soltura metafórica, Gabriel Cisneros Abedrabbo (Latacunga-Riobamba, 1972) entrega su cosecha poética: Somos el mar (El Ángel Editor, Quito, 2022). En este corpus textual es el amor el punto de inicio, desarrollo y final por el cual el autor se enfrenta al papel límpido como mecanismo de desintoxicación vivencial; desafiante ejercicio que abarca otros aspectos isotópicos: los recuerdos, la relación de pareja, la lealtad, la felonía, la vida, la muerte.

El amor se expresa en una vívida plasmación a la mujer anhelada, ya sea en la descripción carnal con la amada, o en la evocación incondicional de carácter materno: “Esa mujer volando en un sombrero / leyendo los caminos, / elevándose en todas las flores; / esa mujer que no encuentra una grieta / por dónde salir de mi corazón” (p. 72). En el decurso de la obra, el mar es una señal de constante riesgo, perturbación y, paralelamente, de salvación. Precisamente es en el mar en donde los poemas cobran una vitalidad inusual, personificándose en aquellos seres apasionados que sienten en sus cuerpos una ardiente composición de cópula y brisa, de pétalos y sangre. El sintagma no sólo que se registra para la admiración artística, sino que late en una revelación discursiva de gestos compulsivos, frente al advenimiento del caracol y las heridas que yacen por debajo de las aguas perversamente convulsas.

Hay un hiperbólico anuncio que anima el mutuo deseo: “En la conjunción del solsticio / tus aguas agitan / mi tierra seca / y dan vida a la semilla / de la que germinan péndulos” (p.13). La imagen oceánica se antepone como campo de batalla, pero también como estancia de reposo y, a la vez, de éxtasis en sus profundidades. Es una auténtica alegoría en donde los amantes celebran su condición de tal, bajo la sombra, bajo la lluvia, bajo el estallido de sus humedecidos cuerpos: “Tú, ligera y punzante / eres música lejana, / en el naufragio / del mar y sus corsarios” (p. 15).

Cisneros se interna en la prosa poética, probablemente por su marcada tendencia al poema dilatado de versificación emancipada. Apuesta con acierto a la unidad retórica, cuyo eco reiterativo se sumerge entre las afanosas olas azuladas y el implacable destino amatorio. Mar y amor en las amarras de impensados muelles en busca de calor, alimento y descanso tras el alarido del sexo y la ensoñación. En Somos el mar -bitácora del marinero en piélago lírico- hay una plegaria del retorno ante el posible naufragio, el grito del errante y el vencido, el pretérito como llaga y sangre. Ajeno al territorio geográfico, el autor inventa paraísos posibles ante la añoranza de la matria-amante, en estricto sentido femenino: “Cubrimos los mares / con el temblor de nuestra nostalgia; / descubrimos la palabra / en el doloroso / despertar de nuestras huellas” (p. 45).

El sujeto lírico apela a una semántica que establece la comunicación idílica de acuerdo a la reminiscencia de los hechos consumados con el ser amado, en analogía nerudiana: “me quemo en tus labios cuando callas” (p. 80). Por eso, tampoco es casual la enunciación de Los amorosos de Jaime Sabines (p. 55). El poeta en el cultivo textual denota que hay una mujer que habita en sus entrañas (deslumbrado entre el muslo, el orgasmo y la constelación), aunque cabría agregar que en él habita más de una mujer que ha marcado huella y oleaje en sus distintos niveles de correspondencia existencial, cuya insistente fuerza simbólica y pragmática confluye en el amor como “manto blanco” (p. 59), en perspectiva del “encuentro final” (p. 37).

Jean Arthur Rimbaud escribió que “(…) la eternidad / Es la mar unida / con el sol”. En tanto, Cisneros considera que aquella eternidad es sinfonía de agua bendecida por los astros y maldecida por la penumbra, en el mismo mar en donde renacen amaneceres.

 

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Aníbal Fernando Bonilla  (Otavalo, Ecuador, 1976)  Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social. Ha publicado, entre otros, los poemarios Gozo de madrugada (2014), Tránsito y fulgor del barro (finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018),  Íntimos fragmentos (2019), la recopilación de artículos de opinión en ConTextos (2009), Evocación de la tierra habitada (2011, 2014), y Tesitura inacabada (2022). Columnista de diario El Telégrafo entre 2010 y 2016. Actualmente es articulista de El Mercurio, de Cuenca, así como colaborador en la revista digital venezolana Letralia, Tierra de Letras y en el portal loscronistas.net. Ha participado en eventos de carácter literario, cultural y político en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y  Colombia, como el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2012), el XIII Encuentro Internacional “Poetas y Narradores De las Dos Orillas” en Punta del Este (2014), en donde recibió la distinción “Idea Vilariño” por su trayectoria literaria, y el III Encuentro Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos en Santa Cruz de la Sierra (2016).

 



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