Revista Latinoemerica de Poesía

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Tres poemas de Teresa Melo



 

A los 61 años falleció la poeta y editora cubana Teresa Melo, nacida en Santiago de Cuba el 21 de octubre de 1961. Graduada de Filosofía en la Universidad de La Habana. Entre sus libros publicados se cuentan Libro de Estefanía (1990), El vino del error (1998), Yo no quería ser reina (2001), El mundo de Daniela (2002), Las altas horas (2003). Fue directora de Ediciones Santiago; directora de de la revista Cúpulas del Instituto Superior de Arte (ISA) y miembro también del Consejo de redacción de la revista SiC de la Editorial Oriente. También integró el Consejo Editorial de El Caimán Barbudo y de La Jiribilla. Formó parte de distintos jurados en concursos y premios como el Loynaz, el de la Revista Revolución y Cultura, el Premio de la Ciudad de Santiago, Siete primeras villas, Botti, Premio de La Gaceta de Cuba, Premio José María Heredia, Premio El Caimán Barbudo, Premio Nacional Nicolás Guillén. A lo largo de su vida recibió varios premios, como una mención en el Premio David en 1988, el de la Crítica en 1999 y 2004, el Premio Nacional Nicolás Guillén en 2003, la Distinción por la Cultura Nacional en 2002 y la Orden por la Cultura Nacional que otorga el Consejo de Estado, en 2014. Sus textos fueron recogidos en antologías como Ellos pisan el césped (1988), Poesía infiel (1989), Retrato de grupo (1989), Jugando a juegos prohibidos (1990), La isla entera (1995), Hermanos (1997), El turno y la transición. Poesía latinoamericana del siglo XXI (1997), Donde termina el cuerpo (1998), Mujer adentro (2000), La casa se mueve (2001), Incesante rumor (2002) y Heridos por la luz (2003).

 

 

 

 

EL POEMA

 

 

En mis Jardines, Noel

no pastan héroes. Animales blandos

derriban esos límites

y de allí salen a comer esto que ves y soy

aderezada por el aire salobre.

Viene a comer el animal salvaje.

Viene a comer el animal doméstico.

A uno y a otro los separa [leve] su voracidad.

De ambos no sé qué me separará.

 

Arborescente es también la boca con que pasto

de mi propio jardín.

Donde soy tierra firme

puentes elásticos me soportan el peso.

Cruzo esos puentes asida de la idea de ti:

asida de la idea de ti no caeré al abismo de los árboles

…...............................…… /acechantes

los que no me darán su sombra protectora.

Bajo este cielo fijo puse mi casa líquida:

atravieso su cuerpo como el cuerpo de los hombres

camino de la mortalidad.

Bajo el cielo que pasa los puentes temblorosos

la doble levedad: asida de la idea de ti

a mis jardines, Noel

donde alimento la bestia rumorosa y cuido el sueño

del animal de casa/ bajo ningún cielo.

 

 

 

EL TEMBLOR

 

 

En la tierra breve que desgrano

flores de cedro / helechos / abedules:

signos de la transformación.

La gacela de ayer

maúlla en mi caricia

en el sitio cálido de las ropas de sal.

Flores de cedro

que no son la mesa olorosa / la silla torneada.

 

La mariposa que conoce los cielos aneblados

vuelve pez su sueño para amar al pez:

aman los peces transfigurados

a la luz de la vela.

 

Son éstas las canciones que canto en la oscuridad.

Otros serán los cantos de la luz

en la voz de mi hija.

Ella no conocerá a los hermosos ahogados

sosteniendo la plataforma marina de la isla.

Ella buscará otra explicación

tan cierta como ésta / tan inútil para describir.

 

Signos de la transformación

agua en canasta es nuestro conocimiento:

escurre por los entresijos de la paja

y vuelve al sitio mineral.

Son las canciones que canto en la oscuridad

para nombrar al hombre

su vanidad espejeando /

sus tres metros de más.

La poesía también nos viste de diosecillos /

totems.

 

Guardo el poema. Al poeta

lo acuno junto a los hermosos ahogados

para calmar su llanto infantil su soledad sus terrenales miedos.

 

 

 

 

COMPACTS

 

No creo haber sido la única en la Plaza de Armas que hacía sus palabras. Turistas levemente atentos, con las piernas cruzadas hacia lo alto y los pies desnudos, dejan ir las notas de la flauta. La plaza está pensada. Mujeres de Botero en camisas azules barren hacia el recogedor las hojas de laurel que caen despaciosas.

 

El obrero que pinta unos adoquines de madera recién puestos había recogido un pájaro raro: desconocido para mí. Aquel pájaro trataba de agarrarse con las patas delgadas al borde del vagón de arena. Allí quedó: por momentos no podía saberse si estaba vivo. Hasta que el pájaro movía un poco el cuello y giraba los ojos. Era un detalle terriblemente humano. Y también estaba pensado para turistas. Ellos gesticulaban como si hubieran encontrado la belleza y aprisionaban la belleza en el ojo de sus cámaras de video y una vez logrado el testimonio se iban sin mirar de nuevo al pájaro patético, a buscar algún otro detalle espe-cialmente bello o especialmente humano.

 

Un obrero retocando la fachada de piedra no desentonaba. Fue pensado también para turistas. Mujeres arrastrando sus vestidos de intención colonial, cestas, cestas con flores de plástico o papel y sonrisas marcadas de una comisura a otra, apretaban en el hueco de la mano, bajo la cesta de flores, billetes arrugados. Una niña con un bolso de nylon sacaba unos jabones, los olía sobre el papel y los pasaba por su cuerpo.

 

Yo también fui pensada para turistas esta mañana. Intento regresar de mano de los trenes. Soy la escucha mientras tanto. Coches infantiles. Los destinos de un niño. Algún rostro fijo que no refleja las ideas. Y también lo contrario.

 

Mirada mientras miro. Turista desechable. Esto es común. Pero lo escribo.



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