Revista Latinoemerica de Poesía

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Lo que se desvanece



 

Instrucciones para ganar lo perdido

 

Sobre Lo que se desvanece de Luis Camilo Dorado
Reseña y selección de Henry Alexander Gómez

 

Novalis hablaba de la tarea de romantizar el mundo, descender a la noche y develar la verdadera luz, el parpadeo de una llama no fácil de hallar o de encender. Observar, aprender a ver desde todos los sentidos. He ahí el oficio del artista, lo que tanto se ha pregonado pero que no logramos comprender del todo.

Siempre hay algo de emoción cuando asistimos al nacimiento de un libro, más si es una ópera prima. Precisamente, Lo que se desvanece, primer libro de Luis Camilo Dorado, nos muestra, en literal, los resultados de esa búsqueda. La ambigüedad de ese fuego presente y ausente, ese hilo de luz que tratamos de seguir, el cual nos lleva a las trampas del lenguaje y que, solo en algunas ocasiones, nos permite habitar habitaciones insospechadas.

Si bien, todas las definiciones de poesía son inexactas, aunque todas son verdaderas, podemos afirmar con cierta certeza que la escritura de poemas lleva a cuestas una inmensa pregunta. Tratar de asimilar o entender la herramienta con la que edificamos la poesía, o los ensayos, o los relatos. Sí, buscamos de una manera u otra. Pero no se trata de preguntar literalmente por el idioma en que escribimos, también indagamos por el lenguaje de las cosas, lo que está inmerso alrededor, la música verdadera de las palabras, su argamasa, la atomicidad de la masa. En estos primeros poemas publicados por Camilo Dorado vemos este examen, preguntas que develan, tal vez sin responder, o respondiendo indirectamente, estas interrogaciones. El misterio, lo que deambula detrás de los objetos y su lenguaje.

En ese sentido, no creo que haya un título más adecuado para esta búsqueda: “Lo que se desvanece”, esa llama que todo el tiempo parpadea, lo esencial, la lumbre que tratamos de asir con las manos y el corazón y que huye en la inmaterialidad de su esencia. Este es un libro que nos muestra lo que pronto desaparece, el instante, la vitalidad de lo perdido, lo que se disipa; lo realmente verdadero, es decir, esa capacidad de los poetas de hallar una visión y descubrir las palabras precisas que reflejen esta iluminación.

Camilo Dorado pregunta por su abuelo y las vicisitudes de la guerra, en este caso, la guerra de Corea. Interpela por los objetos y los juguetes de la infancia, un trompo, la monareta, los rollos fotográficos olvidados por mamá en un baúl, las últimas grafías dibujadas con tiza en un tablero de la escuela. Sus poemas son una serie de instrucciones para recordar lo perdido. Ya lo dijo Baudelaire, “la poesía es también la continuación de la infancia”, crearnos a nosotros mismos desde ese algo que preexistía adentro.

El autor lo sospecha y nos lo muestra: la poesía ayuda a entender que la mejor manera para describir la sed es precisamente hablar del agua, la carencia es una facultad, el silencio es el que más ruido hace. Acá, en estos poemas, el lector es transportado a un lugar interior donde se dibujan una serie de huellas que permiten descifrar que algo verdadero pasó por allí. Y esto último nos lleva a nombrar una cosa implícita en el libro; a partir de esta anatomía de la pérdida, se indaga, al igual, por lo metafísico. El reflejo de un niño en la pupila de una vaca, las piedras que sostienen el mundo, las libélulas que desovan en la orilla de los lagos y comprenden la pulsación del universo, las cenizas que deambulan en el viento y que evidencian que la tierra siempre está ardiendo.

Conozco a Camilo Dorado desde hace algunos años, he sido testigo de su persistencia y fidelidad con la palabra. La reflexión sostenida en su quehacer y la honestidad y el respeto con el que mide la palabra. Es por ello que Lo que se desvanece, merecedor del I premio Nacional de Poesía Henry Luque Muñoz y publicado por las editoriales Escarabajo y Abisinia, es un libro que abre una puerta segura, un destello hábil que nos confirma que la poesía, por más inaprensible que sea, es posible.


Acá una selección del libro:

 

 

 

 


PIEDRAS

Sin musgo que las oculte
las piedras ruedan loma abajo
lo hacen por turnos
para buscar la hierba de la zanja.

Algunas se desintegran en su viaje
y deshacen los mapas que los insectos dibujaron con sus antenas
señales para viajar hacia las flores
el lago o las colmenas.

En las orillas parecen muertas
tan áridas y calladas
tan pesadas e inútiles
desnudas unas sobre otras.

Hay raíces
que con el tiempo reconocen las piedras
y las aprietan a la tierra.
De nuevo las habitan los insectos
y vuelven a recordar su oficio
la tarea
de sostener al mundo.

 

 

 

 


LIBÉLULAS

Las libélulas se aman en el aire
y desovan a la orilla de los lagos.

Aceptan su pequeñez
y las alabanzas del viento que inclina la hierba
en que se posan.

Adormecidas en brotes de pasto
interpretan las pulsaciones de la tierra.

Algo descifrarán del universo
acerca de las raíces que no pueden alcanzar
aunque están lejos de presentir
el simple placer
de aletear bajo la tierra.

 

 

 

 

 

HALLAZGO

La luna
descifra las líneas
que dejan a su paso los moluscos.

Su brillo recorre
el tejido ilegible de la baba
su espesor viscoso
que bordea piedras y hortalizas.

Como un arqueólogo maravillado
el astro palpa la superficie de la tierra
aunque su lectura
repita cada noche
el mismo silencio.

 

 

 

 


DISOLUCIÓN

El olor del abuelo
se escondía en los baúles de madera
se desprendía de las cosas
para dibujarse en la cocina
y en los muebles acumulados en el patio.

Una mezcla de ungüentos
repetía sus pasos
sus manos apretadas en la espalda
tratando de ocultar
algún recuerdo perdido.

Una tarde
abrimos los cajones
para dejarlo ir

Hoy su voz
arrulla los maizales
cuando el viento se detiene.

 

 

 

 

PUNTO DE FUSIÓN

Las aves buscan el árbol
antes del anochecer.

En él encierran
el aire de sus vuelos.

Ellas doblan sus alas
esconden su cabeza
pierden su canto
entre las ramas.

Los pájaros desaparecen
hasta la madrugada

Algunos de ellos no son aves
solo sombras
que se desprenden
y atraviesan la mañana.

 

 

 

 


ELEVACIÓN

A falta de árboles o cultivos
una sola vaca
puede adornar bien cualquier terreno
aunque los miopes confundan su cuerpo
con las piedras.

Sin reses ni terneras
los potreros lucen el abandono
en su encierro de alambres.

Aunque les toma tiempo
se puede ver cómo crecen hacia el cielo
en las puntas de la hierba.

 

 

 

 

 

Luis Camilo Dorado Ramírez (Bogotá, 1985) es maestro en artes plásticas de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Mención en el Concurso nacional Casa de Poesía Silva “La poesía, pintura que habla” 2017. Finalista del premio nacional del libro de poesía Ciudad de Bogotá 2020. Finalista del segundo premio internacional de poesía Vicente Huidobro 2020. En 2021, su libro Lo que se desvanece fue ganador del I Premio Nacional de poesía Henry Luque Muñoz Sub 35 (Editorial Escarabajo-Abisinia). Varios de sus poemas han sido publicados en diferentes medios, tanto virtuales como impresos. En 2019 fue incluido en las antologías Nuevo Sentimentario editorial Luna Libros y Pecados Capitales de Ediciones Exilio.

 

 



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