Joan Margarit
Presentamos un conjunto de poemas de Joan Margarit, ganador del premio Cervantes 2019. Este poeta catalán es autor de una importante obra, que incluye títulos como Estación de Francia (1999), Joana (2002), Misteriosamente feliz (2008), o Para tener casa hay que ganar la guerra (2018). Esta última es una autobiografía en prosa sobre la infancia y primera juventud de este autor, nacido en 1938 en el pueblo catalán de Sanaüja, al pie de los Pirineos, durante la Guerra Civil española (1936-1939).
NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
—esta flecha de sombra—
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
Un frío ruido de ciudad
en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
SER VIEJO
Entre las sombras de los gallos
y los perros de patios y corrales
de Sanaüja, se abre un agujero
que se llena con tiempo perdido y lluvia sucia
cuando los niños van hacia la muerte.
Ser viejo es una especie de posguerra.
Sentados a la mesa en la cocina,
limpiando las lentejas
en los anocheceres de brasero,
veo a los que me amaron.
Tan pobres que al final de aquella guerra
tuvieron que vender el miserable
viñedo y aquel frío caserón.
Ser viejo es que la guerra ha terminado.
Es saber dónde están los refugios, hoy inútiles.
COSAS EN COMÚN
Habernos conocido
un otoño en un tren que iba vacío;
La radiante, aunque cruel
promesa del deseo.
La cicatriz de la melancolía
y el viejo afecto con el que entendemos
los motivos del lobo.
La luna que acompaña al tren nocturno
Barcelona-París.
Un cuchillo de luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.
Nuestra maldita e inocente suerte.
La voz del mar, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.
CASA DE MISERICORDIA
El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre: la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericordia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos eran duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Como la poesía:
por más bello que sea, un buen poema
ha de ser siempre cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.
ÚLTIMOS ECOS
Terminada la guerra,
el saco familiar de historias tristes
se abría en cada casa: personajes
que para aquellos niños fueron sólo
un nombre, un dolor vago en los retratos
explicados en tardes de domingo
sin luz eléctrica, que se morían
oscurecidas como un gran desván.
Nuestra alegría se desparramaba
por todos los solares, con silbidos
que en el crepúsculo se oían
mezclándose al llamado de las madres.
Vuelvo a la Escuela Nacional de Niños,
puedo oír, en la calle sin aceras,
el recreo en mitad de la mañana,
el griterío y las rodillas sucias
tras pelotas de trapos y cordeles.
La calle polvorienta donde estuvo
con su estucado gris y sus dos aulas,
sin ningún patio ni jardín, mi escuela.
Pero, de aquellos días queda, apenas,
el frío anochecer
que mi padre traía en el abrigo,
miedos nocturnos, tardes
de juegos en lejanas azoteas.
Y la sombra de inviernos ferroviarios,
cuando al alba mi madre iba alejándose
por una calle oscura y solitaria
con mi hermana cogida de la mano:
la maestra y su niña hacia la escuela,
tapadas con bufandas bajo el frío.
La infancia transcurría sin pasado:
cometas de papel en la alta tarde
y canicas debajo de los muebles
y aburrimiento de calcomanías
en los días más fríos y lluviosos.
Mi madre, con mi hermana, ya se alejan
en un tren sin paradas que recorre
las soledades de mi propio invierno.
EL BUSCADOR DE ORQUÍDEAS
No había en casa libros adecuados
para el desasosiego adolescente.
Los de urbanismo eran aburridos
y Cataluña, pueblo desdichado
me parecía un título muy triste.
Cogí el Mein Kampf, un breve libro negro
que tomé por profundo. Así empecé
por el lugar más sucio de la literatura.
Las palabras de Hitler, tan vulgares,
eran un pozo negro.
No lo he olvidado, pese a que no lo recuerdo.
Me di de bruces con la realidad.
Fue allí donde empezó la poesía,
difícil y sin falsas esperanzas.
He hecho siempre como el jabalí,
que busca y, delicado, escoge y come
el bulbo -conocido como el orquis–
de la orquídea.
***
JOAN MARGARIT - Poeta español nacido en Sanaüja, Lleida, en 1938. Es el poeta vivo más leído de la literatura catalana. En el ámbito de su comunidad autónoma ha recibido los premios más prestigiosos: el Miquel de Palol y Vicent Andrés Estrellés en 1982, la Flor Natural en los Jocs Florals de Barcelona en 1983 y 1985, el Carles Riba en 1985, el Premio de la Crítica Serra d’Or en 1982, 1987 y 2007, el Quima Jaume de Cadaqués en 2007, el Cavall Verd y el Premio Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya, ambos en 2008. A nivel español le fueron concedidos el Premio Nacional de Poesía y el Rosalía de Castro, también en 2008. Tugs in the Fog, primera y vasta antología suya publicada en lengua inglesa, ganó el Poetry Book Society Recommended Translation en 2007. En junio de 2017 fue galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, otorgado por el Ministerio de Cultura de Chile y recibido anteriormente por Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Raúl Zurita, Óscar Hahn, Ernesto Cardenal, Fina García Marruz o Nicanor Parra.
*Foto: Antonio Moreno (elcultural.com)