Revista Latinoemerica de Poesía

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Sensatez de la locura: una teoría delirante



Sensatez de la locura: una teoría delirante

(Sobre La sal de la locura de Fredy Yezzed)

 

Por Juanita Urbano Álvarez

El delirio tiene nombre, se adapta al ser que habite. Jane Alette es el mío. Hace una semana, gracias a una casualidad a propósito, Jane terminó conociendo a un hombre: Ariel Müller. Identificado como el delirio de Fredy Yezzed; el mismo que yacía en un hospital psiquiátrico de Argentina, en pleno 2010. 

Ariel se mostraba esquivo, inmerso en otro mundo, agresivo ante el sufrimiento que suponía ser la diferencia. No creía en ella. Todos los días solía preguntarle: ¿Qué haces aquí? Deberías irte al reino de los normales. Allí los problemas son otros, la vida se afronta desde las cosas que todos pueden ver. Al principio, Jane permanecía en silencio, analizaba las palabras de Ariel y lo miraba. Nunca pudo alejarse una vez lo conoció. Un par de días después se animó a responderle cuando él volvió a preguntar. Ella abrió la boca. El corazón le latía fuerte bajo la carne que le quedaba. La mente era su peor enemigo, pero contra todo pronóstico, y temiendo el caos que ya conocía, dijo: Estoy aquí porque, aunque pueda vivir algún tiempo bajo los efectos de la cordura, nada es eterno y yo vivo con miedo a morir; yo también soy capaz de ver que hay un hombre en el jardín. Por primera vez, Ariel no le reclamó. Escogió mirarla, y se acercó diciendo: Quiero pensar que no eres solo el viento, no quiero responderles a las enfermeras que te vi solo esta vez. 

Al quinto día Jane lo visitó como de costumbre, este le contó que muchos de sus desvaríos los escribía en francés. Ella le pidió que le recitara algo y luego se lo tradujera. Le Sel de la folie, significa La Sal de la locura, dijo él y ella ladeó la cabeza. Truenos fueron escuchados. Hoy Ariel parecía querer contarle todo lo que ese animal nostálgico que es el olvido le había hecho sentir. Empezó por mencionar a la Dra. Dalzotto; su gran capacidad para sacarle la sal y recordarle que es hombre, que sigue vivo. Respondiendo a la intimidad de su confesión, Jane le relató: A mí me gustaría saber lo que es la tranquilidad, sentirla y no dejarla ir. El miedo había aparecido de repente una noche cualquiera, mi cuerpo gritaba lo que mi mente se había obligado a guardar toda la vida. Los músculos sufrían al estar tan tensos, que casi podía oír el desgarre. La potencia de las luces me hacía pensar que ya no estaba en la tierra, sino en un planeta blanco y vacío, lleno de presión. Me perdí a mí misma desde entonces. Mis roces con la cordura son pocos, escasos, inexistentes. La crisis tomó la forma de mis ojos. Ya no daba fe de lo que conocía; constante y fielmente creía que algo o alguien iba a matarme. Ariel la escuchó y creyó en ella, estuvo seguro de que no había sido uno de los personajes que solía crear siempre que estaba solo. En ese momento, Jane lo notó más relajado. Incluso, él le tomó la mano, y lo único que mencionó fue: Yo soy tan real como tú. Aquí la flor azul no existe. Aún no estamos cerca del peldaño final a la demencia.

Pronto se volvió habitual que uno buscara al otro. Las visitas en su mayoría fueron prósperas. Excepto aquella tarde en la que Ariel tuvo que subir hasta el piso No. 13, se estrelló contras las agujas del frío, cerró los ojos, todos los ruidos se volvieron silencio, observó como las paredes extendían sus brazos y le arrancaban los huesos que caían como hojas al piso, uno plagado de agujeros. Un grito lo despertó. Se dio cuenta de que tenía las manos en la nuca y miraba hacia el final del pasillo. Los psiquiatras daban rápidas órdenes a las enfermeras. El cuerpo de una Jane desesperada estaba sujeto a la camilla, mientras la humedad de sus lágrimas le empapaba el cuerpo y gritaba con fuerza: Me voy a morir, me voy a morir. El piso se va a caer. A la camilla se le saldrán las varillas y me van a matar. El techo se va a caer y me voy a morir, de algún lado va a salir alguien y me va a matar. El retrato de lo que pasó en el piso No. 13 nunca dejó mi cabeza. Ese día estuve cubierto de mercurio. Allí las luces gritaban, se la pasaban suicidándose a cada rato. Lo que sí se quedó conmigo, fue una mancha negra en el alma. Un eco. Una grieta de cristal del pensamiento. 

No la vio por dos semanas. La estabilidad que le proporcionaba hablarle se esfumó. Dejó de salir de su habitación; allí el silencio es un enemigo implacable capaz de revelar el peor de los destinos. Se perdió de sí mismo, entregándose al exilio que existe en el abismo de las penas que remite la soledad. La tristeza se nos mete como el algodón por las fosas nasales a los muertos, le habló a su reflejo en la ventana. Esa mañana se dio cuenta de que su castillo de sal se había roto. Los ladrillos fueron disueltos y los designios de la cordura lo habían abandonado una de tantas veces. Ariel le dijo a los psiquiatras que nunca pretendió buscar la redención de ningún tipo. También les advirtió que no deseaba ser objeto de sus teorías. Se los había explicado muchas veces, pero parecían no entender. Y si no entendían es porque tal vez no existía el problema o sencillamente el problema no tenía solución. Les parecía imposible que yo no deseara saber más de mí. 

Una noche de dos lunas, Jane Alette regresó. ¿Quién asegura que la locura no es un intento más de salir de la casa hundida? Tocó dos veces la puerta y habló: Soy lo que queda de mí, Ariel. Y en ese pedacito sigo recordándote. Él no estaba seguro de si Jane era ella o un truco de su mente que intentaba darle atisbos de esperanza. Se escribió la fecha y hora en el brazo como pudo, quería dejar constancia de aquel suceso. Como él se mantenía en silencio, la voz insegura de Jane preguntó: ¿Puedo pasar? Ariel le abrió la puerta, la observó de pies a cabeza para verificar que fuera ella y no una versión tergiversada por las flores azules de su cráneo. Se hizo a un lado para dejarla pasar, ella comenzó a llorar. Sus labios pronunciaban tan rápido que todo se convertía en balbuceos. Trataba de explicar su partida. Ella hacía estrellas con las manos. Lo único que dijo con claridad fue: Fui presa, juguete y hogar del pánico. Lo que él pudo responderle: nadie que exista está bien. Le confortaba saber que la persona que lo comprendía estuviera justo allí. 

La canción de psicosis es la pieza final que introduce la forma en la que dos delirios fueron encontrados y se les dio un nombre. 

¿Quién asegura que la locura no es el deseo de acariciar los caballos, de abonar las plantas, de sentir correr agua limpia dentro del jarrón del alma? Quién negaría que la locura no es esa catástrofe tectónica del rozarse de dos células como dos rosas a las cuales les lleva tiempo acostumbrarse al olor del otoño, que deben dar el atlántico salto de una millonésima de milímetros más, que tienen en su sangre toda la responsabilidad de salvarnos. Y aún más: que no desean salvarse si no nos salvamos todos. 

¿Acaso no se han dado cuenta?

Jane Alette es mi vigente delirio, uno que responde al diagnóstico de trastorno de pánico y que llegó a mí una noche cualquiera en marzo del 2022. Me hizo sentir que el reino de la normalidad y la cordura ahora me serían ajenos toda la vida. Por mucho tiempo la rechacé. Me sentí sola. Entre los huesos del silencio, la palabra que me nombra me destruye. Ella me hizo ver otra realidad en la que lo desconocido era todo, en la que una rutina sin una receta de medicamento parecía imposible. Yo también le hablé a mi psiquiatra y le dije que me iba a morir. Un año después, fue gracias a ella que conocer y conectar con Ariel fue tan fácil y especial. Yo era una delirante que entendía que las angustias de aquellas visiones eran nuestro lenguaje. Cuando su delirio y el mío se encontraron, llegué a la conclusión de que este poemario, e incluso nosotros mismos, no somos aptos para la normalidad que ofrece la cordura por mucho que la deseemos un par de veces. Nuestra existencia es un problema para los cuerdos por varios motivos. El primero porque somos capaces de ver lo que ellos no. Mientras que el segundo, les afecta aún más puesto que los pone en el incómodo lugar de pensar sobre la posibilidad de que este mundo sea tan hostil y catastrófico que nosotros, los locos, desarrollamos un cuerpo que no solo es capaz de ver sino también de adaptarse y sobrevivir. Quizá por eso es más sencillo catalogarnos de raros y peligrosos, que aceptar que son ellos la especie más débil. 

 

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Notas sensatas sobre Freddy Yezzed

Fredy Yezzed. Bogotá, Colombia, 1979. Poeta, escritor y defensor de los derechos humanos. Después de un viaje de seis meses por Sudamérica, se radicó en Buenos Aires, Argentina. Es licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad de La Salle y profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente es profesor de Escritura Creativa en La otra figura del agua: clínicas y talleres literarios.  

Por su tercer libro de poesía, Carta de las mujeres de este país, recibió la Mención de Poesía en el Premio Literario Casa de las Américas 2017, La Habana, Cuba. Tiene publicado: La sal de la locura, (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010; 5ta ed. Nueva York Poetry Press, Nueva York, 2018) y El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2012; 5ta ed. Nueva York Poetry Press, Nueva York; 2019. Como investigador literario escribió los estudios Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010) y La risa del ahorcado: antología poética de Henry Luque Muñoz (Editorial Universidad Javeriana, Bogotá, 2015). Ha obtenido además los siguientes reconocimientos: XII Premio Nacional Universitario de Cuento, Universidad Externado de Colombia, 2001; Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, 2003; Premio Nacional Poesía Capital, Casa de poesía Silva, 2005, y XXVII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento, Universidad Metropolitana de Barranquilla, 2006. 

 

Segunda parte de notas sensatas: Juanita Urbano Álvarez

Juanita Urbano Álvarez. Bogotá, Colombia febrero del 2001. Estudiante de último semestre en el pregrado de Creación Literaria de la Universidad Central. Ha dictado una conferencia de literatura clásica en el Colegio Liceo Lunita de Chía en 2022. Librera del Fondo de Cultura Económica (FCE), gracias al programa de voluntariado en convenio con la Universidad Central. Primera edición 2022. Cuenta con experiencia en gestión bibliotecaria, en la Biblioteca municipal Hoqabiga de Chía 2020-2022. Trabajó en la edición y corrección de estilo en el texto: Santiago años sin cuenta de Gilberto Bello, en el número 81 de la revista Hojas Universitarias de la Universidad Central. Tiene publicado un texto en el proyecto: Poética del encierro creativo 2020, por parte de la asignatura Taller de formas literarias de la Universidad Central y difundido por la misma entidad en un evento virtual del mismo año.

 

 



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