Revista Latinoemerica de Poesía

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El poeta Vicente Núñez y lo indisoluble



Por José de María Romero Barea

 

“Epicúreo” no es un adjetivo que relacionemos de forma inmediata con la Física moderna. Tradicionalmente, pertenecen a esa categoría los amantes de la comida y el buen vino. Llamar así a alguien, al menos desde la época del Padre Isla, significa tildarlo de mero buscador de placeres indulgentes. Los seguidores de Epicuro (Samos, 341 a. C. - Atenas, 270 a. C.) son, en el fondo, hedonistas. La búsqueda del deleite es su credo; y, sin embargo, el filósofo griego sostenía, también, que el mayor gozo consistía en estar libre de angustia: que la ruta segura de un alma libre, en su búsqueda de la felicidad, era la comprensión de lo absoluto.

Por otra parte, el poeta y pensador Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera 1926 - 2002) vivió y escribió durante los tumultuosos años de la posguerra. Sus poemas aluden lo mismo a la gris dictadura franquista que a la posterior y luminosa democracia. Su obra no sólo es homenaje al tiempo que le tocó en suerte sino a sus predecesores romanos Virgilio y Ovidio. Escribió el autor de Teselas para un mosaico (1985) en un registro que fue poético, de forma consciente. Sus temas fueron no solo el amor, el mito o la historia, sino también la felicidad. Comparte con Lucrecio la ambición de escribir sobre “la naturaleza de las cosas”, y nada como la dicha para explicar su mundo y, de paso, el que nos rodea. Ésa, al menos, es la tesis del volumen de ensayos Vicente Núñez y la felicidad (Fundación Vicente Núñez, CEP Priego Montilla, Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera, 2016), donde se sostiene que la poesía del cordobés es tanto el medio como el objetivo para alcanzar la plenitud a través de la literatura.

“Latino, pagano en todo, acabará cantando la resurrección católica en el último verso: “conquistaré ese cuerpo que ni te di ni tuve”. Se ha salido de la paganidad romana, pero no se ha movido de la romanidad”, sostiene el profesor y poeta salmantino Juan Antonio González Iglesias (1964), en su ensayo “Felizmente romano”. Según el autor de Eros es más (2007), varios siglos después de la civilización romana, el aguilarense ha llegado a la conclusión de que nuestro volátil mundo tiene que estar hecho de algo permanente. Átomo significa, literalmente, “indivisible”. Lo indisoluble en la poesía de Núñez, según Iglesias, responde a las aparentes paradojas de la divisibilidad.

Se sabe que durante el período que vio el ascenso de Alejandro Magno al poder, se adoptó y adaptó la teoría atómica para promover la alegría: “El conocimiento otorgaba la felicidad. El camino epicúreo del conocimiento estaba empedrado con la técnica del mosaico: se llegaba a las grandes verdades a través de las pequeñas”. El filólogo y poeta onubense Antonio Portela (1978) redunda en su artículo en la creencia de que la ciencia se basa en la compasión: mirar a nuestro alrededor para ser conscientes. Fue para apaciguar el miedo del alma al aplastamiento, que Epicuro regresó a la teoría atómica de Demócrito y Leucipo. La misión de Núñez, al rescatar al filósofo griego es, pues, aplicar la Física a la poesía, y hacerla así más comprensible y aceptable para sus lectores.

Por último, la escritora y traductora cordobesa Leonor Martínez Serrano, afirma en “In vino veritas…”, que la obra del autor de Ocaso en Poley (1982) aporta razones para no temer a la muerte. Sus palabras no solo pretenden explicar los fenómenos del mundo natural, sino “los contornos de las cosas y los seres que pueblan el mundo”. Si entendemos la Física, no tememos a los dioses. Sostiene Serrano que Núñez nos muestra la existencia de lo invisible a través de la realidad visible de lo que nos rodea, mientras aporta argumentos y ejemplos “desde esa atalaya desde la que contempló el mundo e su impasible devenir” para llevarnos, de la mano, a lo que consideraba la verdad del universo y la clave para la satisfacción.

Sevilla 2017

HIMNO I

Si yo supiera como vosotros, oh árboles,
estar atento por entero a mi ser.
Si caudalosamente os estrechara en un abrazo
tan derramado y hondo como el valle
que oteáis majestuosos
en las mañanas del abrigado otoño.
Si yo pudiera compartir mi vida
en animada y tenue vecindad.
Saludar con júbilo desde lo extremo
de vuestras crestas
a nuestra hermana la hierba
y despeñarme y cobijarme
en el compacto tejo
del verdor. Si os dignarais
otorgarme el don de la insomne
evidencia y el de cumplirme
en los tumultos de la adversidad.
Porque vosotros habéis concurrido
a todas las iniquidades de mis huidas.
Porque surgís incólumes
en todos los recodos
de mis deserciones.
Porque me acuñáis
solícitos desde las edades
y os alojáis y encendéis en mi carne.
Porque os nutrís de mis infortunios
y respiráis extáticos
en la proximidad de las estrellas infinitas.

Vicente Núñez

 

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Vicente Núñez

Poeta español nacido en Aguilar de la Frontera, Córdoba, en 1926. Es uno de los más importantes poetas andaluces de la segunda mitad del siglo XX. Su primera publicación, Elegía a un amigo muerto en 1954, fue seguida por Los días terrestres en 1957. En 1960 regresó definitivamente a su ciudad natal y tras largos años de silencio, publicó en 1980 Poemas ancestrales y en 1982 Ocaso en Poley, con el que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica. Fuente: http://amediavoz.com/nunezVicente.htm

José de María Romero Barea

(Córdoba, España, 1972) es profesor, poeta, narrador,traductor y periodista cultural. https://romerobarea.wordpress.com/



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