Revista Latinoemerica de Poesía

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Poetas colombianos nacidos en los noventa



 

 Nuevos poetas colombianos 

 Por Henry Alexander Gómez 

Juan Gelman, en una entrevista con el poeta Iván Trejo, dijo que las personas deberían preguntarse “¿por qué la poesía desde el fondo de los siglos sigue existiendo y ha atravesado todas las tragedias imaginables?”. Es verdad, la poesía y los poetas —en esencia— siguen apareciendo. Desde adentro de la noche, o de las entrañas del sol, van y vienen llenando el espacio de preguntas, de semillas cargadas con el peso de la memoria, o la levedad de la videncia. Son ellos quienes nos traducen el mundo, quienes retratan la vida a partir de la música.

La poesía se reproduce, sólo ella es capaz de ver desde la propiedad de las cosas, sólo ella se cuestiona a sí misma, se devasta para reinventarse otra vez, en la voz de los hombres, en medio de la hoguera del tiempo y de la historia. La poesía colombiana no es la excepción. Sin pretender hacer una antología, la Revista Latinoamericana La Raíz Invertida presenta una muestra de la más reciente generación de poetas colombianos.

Comenzando con Junior Pantoja (Palmira, Valle, 1989) y dejando abierto un eslabón con Daniela Prado (Cali, 1994), encontramos una variedad de voces que se guardan en diversos universos poéticos. Son obras que inician con paso duro, que emprenden el riguroso destino de la poesía, desde la exploración del lenguaje y de la imagen, desde el conocimiento que brinda la experiencia o el mundo leído, o desde la evocación de lo íntimo y lo filosófico. Estos poetas no se alejan de sus antecesores. Algunos, como César Cano o Michael Benítez, recogen la tradición nadaista colombiana y se arriesgan a erigir una poética de lo urbano, desde una ciudad que se desintegra en lo cotidiano y lo sórdido y que exilia a sus habitantes. Otros, como Omar Garzón, sientan una visión crítica de la sociedad, recordándonos el flagelo de la violencia y sus víctimas. Poetas como Danny Yesid León, Junior Pantoja, Iván David Ebrahim y Camilo Marroquín, siembran una poética desde lo contemplativo y lo reflexivo, “Poesía pensante”, como la ha llamado Hugo Mujica. Laura Castillo y Santiago Ospina, abordan, en algunos casos, lo mítico de la vida familiar y su correspondencia espiritual con el lenguaje, otras veces, se acercan a Alejandra Becerra, a David Marín y Juan Afanador en el ejercicio libre de imaginar la palabra y la fábula poética, llegando a lo que podría denominarse “Poesía ficcional”. Daniela Prado juega con el collage y la poesía visual, al contario, Alejandra Menco mira hacia adentro, se inmiscuye en la incineración del ser y lo onírico.

Cada uno de estos escritores tiene una visión particular de la poesía, de la vida y la manera de desenvolverse en ellas. Unos han abierto su oficio de escritura desde los talleres literarios, desde sus carreras universitarias; otros se han aventurado en la crítica, en la traducción, y han fundado revistas tan importantes como Otro Páramo. En fin, esta selección sólo pretende ser una muestra, una primera mirada a esta generación de poetas nacidos en la década de los noventa y que, con seguridad, irá creciendo a medida que pasen los años, sumándose a ellos otros nombres y obras, ayudando a tejer esa inmensa y bella telaraña que constituye la poesía colombiana y latinoamericana.

“Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo”, sentenció la polaca Wislawa Szymborska.

 

 

 

 


JUNIOR ADILSON PANTOJA 
(Palmira, Valle, 1989)

 

INSTANTE EN EL QUE ESCONDE SU CABEZA EL AVESTRUZ

Hay un temblor al interior de cada piedra,
un gemir de bosque que se incendia,
un clamor de río.

Debajo de la tierra
hay otro cielo donde pierde vuelo un pájaro,
una avioneta de papel
y media estrella.

Debajo de la luz
un avestruz esconde la cabeza.

Instante en que el abismo
son los ojos en el barro.

Raíz doliente que deja de crecer
para volver a su semilla.

 

 

 


OMAR GARZÓN PINTO
(Bogotá, 1990)


AQUELARRE EN MACAYEPO

Hoy cayeron piedras del cielo.
Cayeron tantas veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera:
A su choque con el suelo daban gritos de agonía.
Cayeron como truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas.
Hoy cayeron piedras del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida.
A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz
y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro.
Los montes se alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres:
Ramas estacadas en los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos,
llantos sin destino… Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra
                                                                                          /ya salada, ya de cal.

Hoy cayeron piedras del cielo.
De su paso por aquí solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos
y las huellas de los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.

 

 

 

 

DANNY YESID LEÓN
(Bucaramanga, 1990)


PASOS DEL CARCELERO

Yo hollaré la lumbre que dejaste,
desgastaré mis dedos tratando de revivir el fuego,
                                                 porque esta casa es hielo
y es agua suelta entre la roca
y vacío adentro no hay manera de abrir los ojos.

Yo hincaré el diente en la despensa,
probaré la sal fermentada que nutre
                                                 los huesos que dejaste en desuso.

Saldré al patio donde dormita la ausencia
                                                 y llenaré de espanto cada rincón del aire.

Seré como el rayo que me hirió de costado
                                                 cuando te fuiste muy lejos de aquí.
Yo rayaré las paredes,
dibujaré palabras insanas que irrumpen
                                                 y te golpean a oídos sordos
y dicen del ruido que fecundas en soledad.

Yo mudaré tus desgastados enseres,
                                                 los abandonaré bajo cerrojos imposibles
hasta que las polillas y el orín los hiera,
                                                 los pudra como a mi corazón sin tiempo.

Seré en esta morada
                                                 el carcelero de tu imagen,
de tus recuerdos que buscan la memoria
y llegan a mí, sin esperanza alguna,
mientras ahora los someto, los encierro
y les doy su ración de pan y vino amargo.

Yo apostaré el fuego imposible de revivir,
azotaré las columnas y el techo,
pondré luz donde no hay sino sombras de ti
                                                  y hundiré la casa en pesadas cenizas.

No quedará más que el camino
                                                 que se alza hasta aquí,
donde no permanecen puertas abiertas,
el camino que se pierda abajo en silencio
y mis pasos que regresan hacia la nada,
hacia ese cuerpo con el que un día
                                                  viene a encontrarte.

 

 

 

 

LAURA CASTILLO
(Bogotá, 1990)


INSTANTE

La abuela solía guardar el pan
en un canasto colgado del techo,
decía que los gatos andaban con su sombra
y en ella cargaban los trozos de pan conseguidos.
A diario, yo preguntaba,
si el gato también anudaba a sus uñas
los gramos de humo que esculpían la cocina,
ella, con sus inmensas manos recogía mi rostro,
tumbaba sus dedos en la soga
y del techo se abismaba la canastilla.
Entonces, yo inclinaba la angustia en los pies,
observaba las figuras humeantes,
la cesta en manos de la abuela,
el gato vigilante en la cornisa,
y el fogón hervir en su extensa oquedad.

La abuela siempre supo cómo ser
instante en la memoria.

 

 

 

 

DAVID MARÍN-HINCAPIÉ
(Buga - Medellín, 1990)

 

I
Después de largas vigilias han bajado de los montes. Quieren sumergirse en el agua, que la luz los roce tan pronto despunte la claridad. Quieren apaciguar la sed devorando moras y arándanos, frutillas del bosque que han brotado en la duración de la lluvia. Ignoran que se alejan cada vez más. Que la renuncia al deseo es su destino inaplazable. Llegarán pronto al olvido.

 

II
Tornan al temperamento del verano. Encuentran agilidad en los cuerpos y beben la fertilidad del río. Hay un color en el que condescienden con el placer y adoptan la claridad. Son semejantes al pájaro que el sol hincha y prepara para la sumisión en el gozo del canto. Están paseando bajo la prueba del encantamiento.

Homenaje a Egon Schiele

 

 

 

 

MICHAEL BENÍTEZ ORTIZ
(Bogotá, 1991)


INDIGENCIA

Dicen
Que se la pasa leyendo papeles que recupera de la basura de los manicomios
Y escribiendo con tinta trasparente,
Que se emborracha de noche
—No por la noche—
Y que le gusta bien fría.

También dicen
Que trabaja en un sueño O mejor En una pesadilla
Y que dios, en persona, lo coronó con aureola de ateo.

Eso dicen
De mi amigo
Que escogió
Como costal
La poesía.

 

 

 

 


CAMILO MARROQUÍN
(Neiva, 1992)


EN LAS TARDES DE LA CIUDAD

5 p.m.:

Los niños pescan mariposas
con sus redes en el parque.
Y en el río,
otros niños visitan la orilla del tiempo
en pequeñas barcas de papel.

La tarde, cansada de jugar
se retira para recibir la noche
con un grito de niño abandonado.

 

 

 

 

 

JUAN AFANADOR
(Bogotá, 1992)


SUEÑO TRAS LA HELADA

do you think there is anywhere, in any language,
a word billowing enough
for the pleasure
that fills you,
as the sun
reaches out,
as it warms you
Mary Oliver

 

Era de noche
y por tercos o confiados
no prendimos el fuego.

Tomamos en cambio pequeños tragos de alcohol
completando nuestro cuerpo por turnos
con porciones adecuadas
de calor breve.

Y reímos como ríen los amigos
a pesar del frío.

Cuando fue hora de dormir,
nos repartimos el sueño
que hacía tiempo se arrumaba a nuestro lado.
Lo agarramos con las manos
—cada uno un pequeño terrón—
y entramos a las carpas con la esperanza
de que al tragarlo
su recorrido inquieto
nos permitiera menguar
y concentrar en él nuestra presencia.

Pero el frío existía más que el sueño.
Y nos mantuvo presionados a la tierra,
completos,
con su peso transparente.

El final de la noche fue una lenta batalla
en que la conciencia se columpiaba

y el cuerpo se batía.

Hasta que el sol apareció,
cernió su calor sobre nosotros
—calor sagrado
que fue cayendo—

y produjo un temblor de agua
al llegar a nuestra piel

y el sueño emergió de nosotros como un pez rojo
para alimentarse en la superficie

y borrar nuestros bordes,
                                         finalmente,
y nadar hasta la tarde.

 

 

 

 

 

ALEJANDRA BECERRA
(Bogotá, 1992)

 

UN VELERO SUELTA LA NOCHE

El marinero con tristeza en los labios
bebe alcohol y en el infinito todos sus años desaparecen.

Grita su silencio y toda la lluvia regresa a los párpados,
agita las páginas de aquel diario que no escribe
y abandona el recuerdo arponeando de lejos la incoherencia de las olas.

Trae de a tanto una red,
dos zapatos y un ballenato
que ha dejado la contemplación del fondo para correr en los cauces de los mercados vecinos.

Se conmueve el espacio agua hombre y surge el adiós del alba con sus manos.

Bebe otra bocanada de ron
recoge aquel instante y encuentra en el aire un tono ante las voces que interrogan lo que su muerte desconoce.

Será otro día en la playa buscando el comienzo de la vida, será otro día y la noche en que la boca surja de la arena
para contradecir el vacío de estos párrafos.

 

 

 

 

 

SANTIAGO OSPINA CELIS
(Bogotá, 1993)

 


GOTAS DE LUZ

All day the stars watch from long ago
My mother said I am going now
When you are alone you will be all right
W. S. Merwin

Mi abuelo dijo: me tengo que ir.
Mi alma no regresará a otro cuerpo
pero el trueno, al morir, se vuelve parte del viento
y las flores reencarnan en las olas blancas del mar.
Que la lluvia te estreche contra su pecho,
que permanezca la casa que habita en nosotros.
Mira el cielo cuando la luna sale al mediodía,
ella es una semilla que siembra la noche.
Nadie sabrá que fuimos una palabra en llamas
que caminó sobre el agua, una espina
clavada en la respiración de la tierra.
Acuérdate de mí cuando avances entre el zumbido
de las abejas del jardín, gotas de luz
suspendidas en la tarde marítima de Bogotá.

 

 

 

 

 

ALEJANDRA MENCO
(Bogotá, 1993)

 

X

HUBO UNA MUJER SEMBRADA
           bajo este árbol sin raíces.

Su vientre
abrazado a la tierra,
           bebía del cielo pájaros
y del aire los colores
que alimentaban su ansía de vuelo.

En cada estación
           su edad moría,
para regresar la infancia a una niña
revoloteando como un ave asustada
                                        sobre su cabeza.

Hoy es la mujer centenaria
            con sueños heridos en el árbol.
Si pudiera volar
iría al encuentro de unos brazos desconocidos,
pero sus entrañas enraizadas
            sólo buscan el sustento
la savia para seguir creciendo
en medio del jardín de su noche.

 

 

 

 

 

IVÁN DAVID EBRAHIM
(San Juan de Nepomuceno, Bolívar, 1994)

 


PRECIPICIO

La noche cae al cuenco de mi mano; la empotro en la botella y, el aire, la dilata en el vacío.

No se oye la lluvia.

 

  

 

 

CÉSAR CANO
(Armenia, 1994)

 

COSAS QUE CONTARTE

Ocurre a veces que la tarde cae
como caigo yo sobre esta mesa

¿Sabes que le dio a un río
pasar por el medio de mi casa?

Tengo tantas cosas que contarte

La última vez saltaron
un montón de palabritas
que se fueron cantando como grillos

               (la noche cayó inmediatamente
               y un lobo durmió bajo mi cama)

Me he tomado las mañanas
-porque se me ha acabado el brandy-
para desempeñar labores
de agricultor y jardinero

Decidí plantar recuerdos
y es lo único que ahora hay
bajo la tierra

                Sembré el botón de tu chaqueta
                la moneda de aire que empluma las cuentas
                el poco de luz que incendia la rabia

Y ocurre a veces que tu recuerdo cae
como caigo yo sobre este abismo

Mi mamá me dice
que está cansada de comer pescado
¿qué tal está tu madre?

Hay un violín que calla
por las tardes
para que el sueño acuda
y yo me largue

Ayer vi cómo un poema
se hacía pájaro
y vi cómo el pájaro
se hacía hombre

Una flor de viento
o pluma enraizada
me hizo nido
en la mitad del pecho

Tal vez de eso se traten los poemas
de volvernos locos y creernos hombres

Pero ocurre a veces que la ausencia cae
como caes tú sobre mis ojos.

 

  

 

 

DANIELA PRADO
(Cali, 1994)

 

CON MI TÓRAX LLENO DE OLAS Y LOS PERROS DE MI INFANCIA

¡OH,TERREMOTO mental!
Yo sentí un día en mi cráneo
como el caer subitáneo
de una Babel de cristal
Rubén Darío

Escribo esto en caída libre
desde mil torres de babel
Algo que no intento llamar
Poema o palabra, ni siquiera sílaba
Pendo de la lengua de los demagogos
y las muchachas tontas con cara bonita
con mi tórax lleno de olas
y los perros de mi infancia

Soy un venado que acecha a la escopeta
un mensajero de la Grecia antigua
Juego esta vida como un yoyo
derivo a la locura de los dioses
Pienso esta vida en otro orden
mientras camino por el techo

Esta glándula que se me abre desde el
y me lastima el habla
ya no se cierra nunca más
Sangra a gritos un fantasma
que desgarra letras maduras y versos párvulos
Me meto de lleno en el reflejo de las horas
me hago materia, melancolía
Me encuentro en la encrucijada del derrumbe
de esta estructura sintáctica que es mi cuerpo
Me deshago
Y no me puedo armar a mi gusto

Sólo me hallo en el bosquejo de unas
que manejan con hilos invisibles
este verso moldeado con arcilla.

 

 



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