Revista Latinoemerica de Poesía

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29. José Ángel Leyva



 José Ángel Leyva: Visiones de un cosmos fragmentado

 

Por Jorge Boccanera

 

Mudanzas y sueños


La intuición, la videncia y la idea, se conjugan y consolidan la obra poética de José Ángel Leyva, motorizada por la lucha de contrarios --amor y odio alimentando la misma hoguera--, el uso de la paradoja y las imágenes contundentes.
Las marcas que le otorgan un sello de originalidad se completan con el manejo de diversos registros expresivos: de la sugerente composición visual al trazo narrativo, del apunte deductivo al tono de epigrama, en el armado de una escritura que revela plenitudes y oquedades de un cosmos fragmentado.
Leyva interroga la existencia y su efímera cuerda, a la vez que suspende las certezas que limitan su indagación a fondo, para sintetizar su devenir en una línea: “Mi origen es la suma de los dóndes”. En un tramado de tiempos revueltos circulan las fosforescencias del sueño, la infancia en Durango, el arribo posterior a la gran urbe, su ser indiferente y el ritmo desbocado de la modernidad.
En el puente de esos mundos se yergue la figura del nahual -chamán que se convierte en lobo- representando la transfiguración continua, las mudanzas, lo trastocado, el avanzar a tientas conducido apenas por una voz descarnada que sentencia: “No hay nada debajo de nosotros”.
Aquí las imágenes funcionan como vestigios del sueño, uno de los ejes de esta poesía: sueño encastrado como las matriuskas, donde el ser viaja de una forma a otra, de un tiempo a otro, de un intersticio a una fisura.
El tiempo, que Leyva representa “embalsamado en las cenizas”, y la muerte --“agricultora de los vivos”- -presente en uno de sus textos más logrados, “El espinazo del diablo”, configuran sus otras obsesiones centrales. La imagen que atraviesa su poética martilla una y otra vez sobre un sudor de muerte; lo fatal insinuándose en la ponzoña, la mugre, la gusanera, lo fétido, lo roído.
Poeta, narrador, periodista, editor, crítico de arte, gestor cultural, la figura de José Ángel Leyva se desdobla en diversos haceres sin perder nunca una escritura pensionada por imágenes fulgurantes. Como aquellas que remiten a un tiempo de infancia y que retrató magistralmente en su libro El espinazo del diablo (ese costillar de animal inconmensurable): la mirada infantil perdida entre las extensiones abruptas; las montañas y los voladeros, el recuerdo de un cine de pueblo, las desmemoriadas vías del tren y, sobre todo, ese progenitor que supo conservar entre su corazón y esta línea rotunda: “hermano padre”) y las desmemoriadas vías del tren.

Tiempos revueltos


Un cosmos fragmentado y de tiempos revueltos ondula en la poesía de José Ángel Leyva. En las redes del sueño se confunden las fosforescencias de la infancia con la gran metrópoli indiferente, más un bestiario de escorpiones y colibríes, buitres y dragones. Pasajes del México arcaico espejean sobre el lienzo de una modernidad que a ritmo acelerado va borrando su rostro humano. En el puente de esos mundos se yergue la figura del nahual -chamán que se convierte en lobo- representando la transfiguración continua. Leyva desarrolla así una poesía de mudanzas, de lo trastocado en una indagación que va del “hueso ancestral” a un devenir remoto: lo incipiente cegado por el resplandor de la vida y el acecho del fin: “huyendo de sus sombras/ cruzamos la frontera/ entre el lodo negro de los genes/ para engañar el olfato de la muerte”. Y también: “Somos formas inconformes/ buscando algún destino”. Aquí todo es a tientas, todo es presentimiento y voz de una mirada descarnada que sentencia: “No hay nada debajo de nosotros”.
Un grano de polvo trae señales de lo que agoniza, mientras la pasión rompe “la pertinaz espera de la nada”. Esa lucha de contrarios motoriza toda la poesía de Leyva: el silencio y el decir expresados a un tiempo, espacios llenos de vacío, puertas que dan a ninguna parte, calles sin caminos, vida latiendo en la carroña; lo efímero y el sinsentido de existir subrayados en la figura de la paradoja -incluso en el oxímoron que da título al libro: El roce de la nada. En esa cuerda el poeta se interroga sobre la existencia, suspende las certezas, recorre en círculos su ser baldío: “Mi origen es la suma de los dóndes”.
Toda la obra de Leyva parece suscribir una línea rotunda de Luis Cardoza y Aragón: “respiramos la muerte”. En su poema “Toniná” nos habla de la muerte “agricultora de los vivos”, y en uno de sus textos más logrados, “El espinazo del diablo”, escribe sobre “la muerte agazapada” que se “pasa la vida acariciando”. La imagen que atraviesa su poética martilla una y otra vez sobre un sudor de muerte; lo fatal insinuándose en la ponzoña, la mugre, la gusanera, lo fétido, lo roído. El tiempo es otra de las obsesiones del autor de Aguja, que lo muestra “embalsamado en las cenizas” o “encerrado en una caja de herramientas”.
A ratos la poética de Leyva dibuja una cosmogonía aunque no de cuerpos celestes, sino de órganos humanos; lo seccionado rueda por una metafísica personal: membranas, cerebro, nervios, costillas, vísceras, músculos, pulmones a la deriva (quizá esto tenga que ver con los estudios de medicina del poeta, que por momentos parece auscultar un cuerpo mientras alude a agujas, pinchazos, estiletes, virus, infecciones, “cortes cirujanos”, etc). El cuerpo desmembrado busca su sí mismo, cobra conciencia de su ser efímero, escucha el ronquido de sus branquias en rincones remotos de su memoria.
En tanto, la figura del nagual remite a una poesía hecha de visiones: imágenes como vestigios del sueño y sueños hechos con jirones de imágenes. Precisamente uno de sus títulos (Entresueños, 1996), condensa uno de los ejes de esta poesía: un sueño encastrado en otros sueños donde viajamos de una forma a otra, de un tiempo a otro, de un intersticio a una fisura.
Son estas visiones donde el transcurrir de lo antiguo se superpone con la urbe moderna, las que acercan el imaginario de Leyva a dos libros ya devenidos en clásicos: Poeta en Nueva York de Federico García Lorca yPequeña sinfonía del Nuevo Mundo de Luis Cardoza y Aragón. En ambos libros el corazón helado de la metrópoli guarda una multitud extraviada y aterrorizada de sus propios abismos zigzagueando entre aguas podridas, basura y epidemias. En Leyva la ciudad es sinónimo de desamparo, asfixia, soledad, anonimato, humo, mendicidad, “atmósfera irrespirable” y “lluvia ácida”, mientras que recurre varias veces al término “veneno” para sintetizar aquel compendio de calamidades. La ponzoña puede alcanzar también a la palabra, que se vuelve tóxica cuando se utiliza para el engaño. En uno de sus últimos poemas “Nagual 5. Fuego”, dice el poeta mexicano: “en la ciudad granizan augurios de Sodoma/ Caen rayos letales al azar sobre los pobres… Sólo el incendio del rayo y los murciélagos/ agitando sus alas de fuego”.
Otra vecindad de estas obras que van cruzadas con la ráfaga de un bestiario propio a cada poeta, es que poseen un personaje central. Mientras “Dante” y “Lázaro” responden respectivamente a los libros de Lorca y Cardoza, Leyva agrega su “Catulo” deambulando entre los “icebergs de cemento”. Aquí aparece un libro clave de esta obra -Catulo en el destierro- diario del joven provinciano entrando en los engranajes de la capital (una vivencia del propio autor) que manifiesta de nuevo la lucha de opuestos: amor y odio alimentando la misma hoguera. El poeta de Verona que en sus epigramas instala el diálogo y alterna el elemento lírico y el pasaje anecdótico, sirve a Leyva para armar la trama del desacomodo en un suelo, dice, con bordes de tumba. Termino estas líneas con lo que debería haber sido el principo: la infancia del poeta retratada con un conjunto de imágenes contundentes en El espinazo del diablo (ese costillar de animal inconmensurable); sus ojos de niño recorriendo extensiones abruptas; las montañas y los voladeros, el recuerdo de un cine de pueblo (que tanto iba a influenciarlo), de sus familiares (condensada en esa línea rotunda de “hermano padre”) y las desmemoriadas vías del tren.
Se me ocurre, si fuese posible ceñir esta poética, la imagen de una escultura azteca quebrada, abierta a múltiples significados.
Originalidad y manejo de diversos registros expresivos --de la sugerente composición visual al trazo narrativo, del apunte deductivo al tono de epigrama-- caracterizan la escritura de José Ángel Leyva, que da noticias de plenitudes y oquedades de un cosmos fragmentado.

 
 
 

De Tres cuartas partes, Editorial Mantis, México, 2012.
 
 
 

ALICIA EN CIUDAD JUÁREZ
 
De vuelta del colegio descendió del autobús
Se rompió el drenaje y la tragó la tierra
Se fue por el subsuelo tras años de sequía
En el desierto llueve con rencor por el olvido

No hay fantasía capaz de destrabar las fauces
Cayó en la boca del lobo en la frontera
Se fue hasta el fondo con su grito escolar
Con la enseñanza de civismo en la mochila

Alicia en las cloacas recorre el inframundo
y más allá donde descubren su cuerpo las barajas
los conejos los enseres parlantes y los diarios
En el reloj sin cuerda el miedo es un cucú de trapo

Recolectores de basura sacuden su mortaja
retiran los detritus del gesto adolescente
Alicia se va de la ciudad que intenta
tapar el agujero para ocultar el sol

 
 

MIGRANTES
 
No estuvieron aquí camino al otro lado
Pasaron por encima para no despertar
a los durmientes ferroviarios
que van contando los metros del infierno
El paraíso distante se huele en el hogar
cuando no hay nada qué perder acaso el hambre

Hay cuerpos que nacen por nacer
o matan o les quitan el alma para tener un pasaporte
La patria está donde hay mañana

Hay peregrinos que dejan de existir para no ser prisioneros
El cautiverio impide llegar al más allá
Nunca pisaron tierras mexicanas para arribar a la frontera
Atravesaron el aire sin respirar el tufo de la muerte
Nunca pasaron por aquí

A Jordi Virallonga

 
 

BOGOTÁ
 
El filo de la noche me rompe la suela del zapato

Llueve

Al pie de Monserrate mis plantas
son verdes también como los negros ojos
El calcetín recorre la Séptima carrera
sin prisa
la Décima la Trece el maratón de niebla en la sabana

En el futuro estuve aquí
tenaz como el pasado
Y en el ayer que es hoy
su geometría rondaba mi ignorancia

No para de llover
Ladrillos y piedras me indican
que voy de atrás para adelante
La Candelaria envejeció desde el recuerdo

No para de llover
La juventud de Bogotá borbota en las aceras
Forman arroyos sus risas sus deseos
Saltan como hongos de humedad las voces
Caderas senos pasos devenir en baile

No tengo zapatos suficientes para expresar
la intensidad del tiempo
Habrá cielo despejado
con sol bajo la suela

 
 

TRÉMULA
 
La palabra miedo es temblorosa
Será porque nació sin armas
No tiene dentadura ni fuerzas en los miembros
Carece de sombra y pelos que la envuelvan
Es una idea imprecisa en el vientre en la garganta
Aprieta los músculos y gime sin saber la causa
Vomita todo lo que aún no come
Se vacía antes de ser
En esa palabra agazapada anida el aire
la mirada interrogante que asoma la nariz
y huele el paso de luz en la floresta

 
 

EL ÁRBOL DE LA MUERTE
 
El viento aclara la novedad del follaje
Entre los huecos de los pájaros anidan
el estupor y la zozobra
Puñados de sombras parecen agitar las ramas
Solo ausencias se desprenden del árbol de la muerte
Cuelgan sin gravedad medusas del dolor
Vienen desde abajo
con la raíz en la cabeza del gusano
que aprende a florecer sin frutos

 
 

EL POETA LLEVA UN TIRO EN LA CABEZA
 
Pensaba que la muerte no dolía
mas sintió una explosión de dolor en la cabeza
Era un joven intenso de Colombia
Hombre niño viejo

Le gustaba arriesgar el corazón en la ruleta
y jugar a darle sentido a las palabras
a ponerle nombre a los sucesos
que la demencia y el horror definen innombrables

Se puso a revolver las letras del revólver
Se puso el chaleco salvavidas
Alquiló su vida como escolta

¿En qué país estoy? se dijo
cuando la bala le rompía la frente
y se alojaba estupefacta en el cerebro

Nunca perdió el conocimiento
ni la imagen vívida del arma
¿En qué país estoy? interrogaba a los curiosos
el guardaespaldas boca arriba
con ojos de poeta
                   de mártir
                   de extraviado
                   de suicida

¿En dónde sobrevivo? se pregunta
ese hombre cuando escribe
y le pesan los versos como plomo
y le vuelven los nombres de la muerte

¿En qué país en qué país?
repite la bala estacionada en la cabeza

A Fausto

 
 

LA POESÍA
 
Pasaban los árboles veloces de mi infancia
El autobús me arrancaba de los ojos
uno a uno los pinos y las nubes
Devoraba el asfalto tembloroso de la sierra
Yo dije la palabra inútil
y vi la mirada de la muerte
Su tieso semblante y la rigidez
del aire que no pesa y no camina
¿De qué están sembrados los sepulcros
que no echan hacia fuera gusanos sino flores?
Toc toc toc
                   toc toc toc
Sonó mi cráneo o calavera hueca
Alguien llamaba desde el bosque
Pasaban las sombras de los árboles
y repetí con balbuceos la palabra aliento
Un velo en el cristal de la ventana
la colocó al revés y en forma de conjuro
Entonces las fosas de la tierra
dieron a luz mi propia lengua

 
 

SU NOMBRE ES BAGDAD
 
Atado a la mano de sus seis noviembres
camino por abril sobre preguntas lilas
Frágiles revientan debajo de la suela del zapato
Su aroma luminoso asciende a la nariz
Estalla la ciudad poblada de presagios

—¿Las bombas apagan el color del sol
o le quitan la sombra a las personas?—
Me pregunta el niño con su voz de sabio

—¿La guerra despinta el corazón
o solo seca la sangre de la gente?
¿Papá, cómo se matan las sonrisas?—
Las jacarandas son lágrimas aéreas
en la ciudad más grande del planeta
donde el olvido desecó sus lagos
y convirtió en escombros a los dioses
de la lluvia del maíz de la creación humana

—Papá, ¿cómo se llaman las voces que ordenan
desde lejos la explosión del mundo?—
En esta primavera me quedo sin palabras

 
 

EL CAMPESINO DEL FUTURO MUERTO
 
El campesino oriental se inmola en la barrera
de una estación pavimentada por la muerte
Incrédulo en las cámaras recorre el mundo
                   su rostro de dolor y de impotencia
No hay en el tumulto alguien que logre arrancarle
esa máscara de niebla y luces en retiro

La navaja también estupefacta escucha el corazón
que languidece y no atina a explicar la vaciedad
la ruina de un tambor forjado en la labranza
Palpita o se contrae el metal ante las pausas de la carne
El arma intenta descifrar los pulsos que troncha con su filo
aún con el dulzor de una naranja mondada con paciencia
El desgarrón impide reconocer las claves fugitivas
Hay un mensaje de aridez que enturbia el canto de los gallos
el abrazo a la mujer que siembra en él su aroma
la noche en que tremolan los ocres del otoño

Un despertar cualquiera y un té sobre la mesa
El ruido silencioso afuera donde los hijos y los árboles
despejan los sobresaltos del alba
Bajo la piedra azul celeste el labrador coreano
desciende sin luz en medio de la turba
Quiere gritar contra el mercado sus últimas consignas
La hoja punzante le corta la voz y los recuerdos
Se le atraganta el pasado en una lengua sin futuro

Huele a miedo del otro lado de las vallas
Hay campesinos con disfraz de policías y bastones
No entienden por qué un hombre abandona el sembradío
Viaja en clase turística a Cancún para romperse el pecho
luego de andar descalzo por la playa y bajo el sol sedante

Hay cuenta regresiva en ese cuerpo en andas
Lleva moribundo la admiración del ojo maya por el cielo
La redondez del cero y del vacío
La flor azul turquesa del Caribe
Y en un bolsillo el boleto de entrada al parque comercial
donde escuchaba al guía
                   absorto en el espejo del cenote
explicar los sacrificios humanos a los dioses

 
 
 

De Aguja (2009)

 
 
 

POETA CENIZO
 
Hace tiempo empuña el lápiz como daga
Se hiere con la punta de grafito
Unta su dolor en el papel
La carne estéril en la hoja
De nuevo se oscurece la memoria

 
 

AGUJA
 
Detrás del monitor el ojo sangra
La aguja pincha el globo ocular sin miramientos
Abres la mano a la flor a los enigmas
No estar en la página te mueve
el dedo hasta el menú del día
“Elige el blanco donde caben
los nombres las formas del cursor”

Una navaja de afeitar muestra dos filos
Uno es tiempo y dolor
el otro puede cortar la retina en dos mitades
dejar a la bestia un tajo de abulia
o de banal quejido

El perro ciego a contraluz babea
No es el olfato el tacto ni el oído
Es un presentimiento de carne tras la imagen
Baja del sueño hasta la lengua
La piel que descongela el pasmo
Sacude el can los belfos
gruñe ante una grey a rastras

La aguja insiste en sacar hilo del fondo
de un túnel inútil
                   en desahucio
Destello de pasión hacia el final del día
No hay brújula ni apuntes
                   un puerto a dónde retornar
La aguja verbal que zurce velas
apunta al corazón como un infarto

Rompe y corrompe la materia el punto
Beneficiarios del cebo que nos llama
picamos conscientes el anzuelo
Movemos los dedos y las manos en auxilio
los otros se mueven igual
mudos de estupor o aburrimiento
Un carnaval de gestos nos deja a la deriva

La aguja expurga carne de imagen en la red
llena de peces
aleteando aún
en el cristal donde se miran

 
 

VIRUS
 
Aún me queda la mancha del espanto
Un doble clic nos puso en contacto con el virus
Pasaba montado en un mensaje
“Longevidad segura o sexo sin prejuicios”
La tos no es vocación ni síntoma
Apareció sin más
                   sin dar la cara

Inventamos o fuimos inventados
El huésped brinda alojo
sirve la mesa
               entrega el inventario
Mi casa era la suya Nuestro el lenguaje

Toda infección muda de espacio
Trasmuta el ser antes que el nombre
Soy otros con certeza de no ser quien los menciona
Estamos enfermos de girar en torno al ego

El virus copia y multiplica sin prisa sin envidia
Una legión de yos invade siembra
               furor desidia escepticismo
Si viene o va no causa incertidumbre
Cuánta confianza hay en su noción de tiempo
La confusión se acaba

 
 

CARAMBOLA, FRUTA HELIOTRÓPICA
 
Un nudo en la garganta
de sabor heliotrópico, rumiante
Dulce –parece opinar la conciencia atribulada
por un sueño sexual que muerde el esqueleto—,
frutal como el saber del árbol de la ciencia.

Mordaz –opina mi alter ego que nunca ha probado
ni será capaz de mordisquear la certidumbre—
es su brillante forma de afilados bordes
o costuras donde el sol apretuja el gusto a azúcar.
Nadie conoce en su lengua el nombre anterior a la semilla,
al ojo que desciende en círculos de sombra,
un gusto de poder que descompone el fruto.

Finita es –respondo yo en el momento de apretar su carne
y masticar con paciencia de gusano y de mosquito—
la imagen, el olor que matan el hambre y la ignorancia
La carambola me arrastra al intestino después de deshacer
el nudo que impide correr el lazo en mi garganta.

 
 

DONDE TARZÁN PERDIÓ EL CUCHILLO
 
La debilidad de un héroe es imperdonable
Deja llagas abiertas en el sueño de un niño
Hecho hombre --recostado en el diván--
responde aprisa porque el tiempo vuela
Levanta la cortina del alba donde aún supuran
--visiones temerarias-- los párpados del cómic

Si el miedo de Tarzán lo desarmó en la urbe
Si la ansiedad y el celo ante la hembra
obnubilaron la razón --la garra
estupefacta en el combate con nariz
pupilas lengua labios mayores y menores—
Si no fue eso y fue el cansancio de ser lo que no era
Si fue la cobardía camuflada de prudencia
Si fue o no fue al lugar donde perdió el cuchillo
Si nunca estuvo allá

Tarzán desciende del mono y de la jungla
No tiene recuerdos del salto humano hasta la bestia
Si deseaba a la madre no lo supo
o que al matar al gorila central representaba a Edipo
Halló el cuchillo entre las ruinas
Venteó la huella de su dedo pulgar
Incertidumbre y dudas en la inodora imagen
de su rostro en un estanque
El héroe comenzó en la lucha
en el dolor de piedras que parten la cabeza
Las mismas que sirven para hacer estatuas
lapidan a la adúltera al mendigo a los traidores
Se defendió de la muerte o del olvido
No se sabe
Cuerpo a cuerpo sin efecto
La daga del padre era la sangre no la ciencia

La leyenda del arma está en la herida
del más acá en el inconsciente
donde nos cuesta recordar por qué pagamos
el silencio o la alharaca del simio que nos mira
perplejo no ante la voz sino ante el aire

El dónde
              es el lugar extremo
Sólo llega allí el audaz y a quien perder
supone la obtención de otra memoria
La misma que el hombre mono descubrió
en su instinto
en la algazara del monte de Venus
entre los senos de Jane
en la vertiente suavísima de muslos
que lo empujaban a ser de nuevo el animal
Allí donde Tarzán perdía el cuchillo

 
 

COMPLOT
 
¿Está bien que el mal nunca descanse?
Agobiado por la cruz del insomnio
a veces elucubra sobre el fin y la justicia humana
Se imagina un crimen perfecto
Dejar que lo envenenen de esperanza
y lo pongan de cuernos en el cielo
O cuando menos con Hades o Caronte
en Estigia apagar el descreimiento
Borrón y cuenta nueva

Muerto común de muerte indescifrable
Sin larvas de rencor ni multitudes
sin plagas ni simientes
Beber despacio las aguas del Leteo
No piensa la memoria No hay duelo por nada
Duele el desdén
la indiferencia del que vive
La llaga de no estar

Un complot un ataúd
No alguien sino algo llama

 
 

DIABLO TINTO
 
A los pies de mi cama llega una botella
sin edad ahíta
Un chispazo de luz
Embriaguez de magma humano

No trae mensaje
trae desorden
Sólo un pintor naufragaría en esa gota
sedimentada en el fondo de un envase
Sin nada que ofrecer para vender el alma

Úrico y telúrico el diablo borbotea en el frasco
Desierto como el mar de los olvidos
arena de sed
calcomanía de fuego
Retiro el corcho con los dientes y bebo hasta la insidia
Tinto es mejor me digo ante el espejo acedo
Abro una botella más
Ya vengo dentro

 
 

LA MASA Y EL PAN DEL DIABLO
 
Uno no sabe al amasar las notas
qué música tendrán de fondo las acciones
Algunos van por las calles en silencio
rompiendo vidrios con la suela del zapato

¿Por qué suceden o se dicen las cosas sin pensar?
¿Por qué primero el verbo?
Deprisa van los transeúntes ausentes y descalzos
sobre añicos de un corazón que no es de nadie

Hay quienes comen el pan en marcha hacia el trabajo
Sacan la lengua y engullen el cuerpo y la sangre hechos de harina
La honda soledad de un día

Atraco a plena luz de un parque
La víctima tiene tiempo de pensar que se arrepiente
de no haber hecho el amor y de comer sin sacrificios
Las manos no saben qué hacer con la garganta
sino apretar las cuerdas vocales hasta obtener el tono
afinado de la muerte

El diablo amasa el estertor y huele el pan en esa boca
No en la finada en la otra que pasa la lengua entre los dientes
detecta residuos de la hostia y musita
el amén de una oración carente de palabras

 
 
 

José Ángel Leyva (Durango, 1958). Ha publicado: Libros de poesíaBotellas de sedCatulo en el Destierro,EntresueñosEl espinazo del DiabloDurangurañosAgujaNovelaLa noche del jabalí (Fábulas de lo efímero).Periodismo literarioEl Naranjo en Flor. Homenaje a los Revueltas. Coordinó y forma parte de los librosVersoconverso (Poetas entrevistan a poetas mexicanos), México, 2000; Versos comunicantes (Poetas entrevistan a poetas iberoamericanos), Ediciones Alforja y UAM, 2001. Versos Comunicantes II y III, ediciones Alforja-UAM, México, 2005, y Alforja-Universidad de Nuevo León, 2007. Libros para niñosTaga el papalote. Algunas de sus obras han sido traducidas al francés, inglés, portugués e italiano. Ha dirigido diversas revistas nacionales, entre las cuales destaca Alforja, revista de poesía. Actualmente dirige la Coordinación de Publicaciones del Instituto de Posgrado, Investigación y Educación Continua de la Universidad Intercontinental. Es director general de La Otra. Revista de poesía+Artes visuales+Otras letras. Obtuvo el premio nacional de poesía “Olga Arias” (Gobierno de Durango-Bellas Artes) con el libro Entresueños, en 1990, y el Nacional de Poesía convocado por la Universidad Veracruzana, en 1994.



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