Revista Latinoemerica de Poesía

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174. Alberto Avendaño



 

Presentamos al poeta mexicano Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990). Ha publicado Para cantar bajo la lluvia (Rey chanate ediciones, 2017), En la habitación a oscuras (Rey Chanate ediciones, 2019) y Las cenizas del día (Literatelia, 2019). Actualmente traduce al poeta toscano Cecco Angiolieri.

 

 

 

 

De Para cantar bajo la lluvia (2017)

 

 


ALEPO

(—¡Cadish!—)
Miras atreves del ojo de la aguja
y observas a un padre cargando el cadáver
de su hija, salieron del fuego: padre, cadáver y lágrimas.
Llueven piedras y flechas sobre Ankara y Siria
mientras los ratones roen el corazón del mundo.
Los muertos rezan por nosotros que aún pertenecemos al infierno.
Nosotros, hijos de la arena,
somos los sobrevivientes de la furia de Dios.
Dios vendrá por nosotros esta noche, sabremos que llegó
cuando la ciudad descanse en forma de ruinas.
Dios lapidará nuestros nombres ya que somos los herederos de Sodoma.
( —¡Tekiah!—)
En las montañas de occidente ven el recuerdo de lo que fuimos
y no saben si sentir lástima o celebrar.
Siguen con sus vidas: cavan sus tumbas, derriban sus hogares,
ven nuestros cuerpos de sal petrificarse
desde el otro lado del ojo de la aguja.
Mañana nuestros alaridos irán perdiendo intensidad
hasta que la aguja caiga en el pajar, será la prueba final
para occidente, hijo de Gomorra.
¿Reducirás nuestros gritos al hueso o a la carne?
(—¡Yiskor!—)

 

 

 

 

 


FUGA DE MI RECUERDO

Jacales viejos que el viento ondea.
Desfilamos hacia la noche
y en el transcurso
recogemos nuestros ojos
que han crecido como amapolas
sobre el chapopote de los boulevares.
Venimos de las puertas de la nada
y vamos hacia los jardines del sueño.
Nuestros cuerpos de barro
son mutilados en el camino,
los reparamos
con estiércol. Somos los hijos
de una historia que será escrita
por nuestros nietos. Hijos de la noche
que como golondrinas regresan
aun después de luchar contra la tormenta.
Acunados en un pilar de huesos
nuestros descendientes lloran
ya que conocen el futuro.
El tiempo pasado y el tiempo presente
son una serpiente que sabe, y no duda,
que en su principio está su fin
—como en los versos de Eliot—.
Nos desprendemos de la luz.
Nos bifurcamos. Pues nuestro destino
son las sombras, pues nos arrullan
las tiernas nanas del olvido,
pues nuestras camas de vidrio
no soportan nuestro descanso.
Se desmoronan los edificios,
se abren las tumbas en los cementerios
y los esqueletos aúllan a nuestro paso.
Somos el recuerdo de la piedra
de David, que fue la misma
que levantó el muro de Berlín.
Los árboles arden y al final se secan,
se pudren y desenraizan. Cuando lloramos.
Nuestra miseria es la casa
de la especie, muertos nacemos
y la palabra “vida” no la comprendemos.
Viejos jacales que el viento ondea
espérenos en la noche.
En el sueño y la metáfora
del tormento en que habita Dios.
Mientras, a nuestro alrededor
vamos dejando niebla purpurea
que oxida lo que toca.

 

 

 

 

 

LIBERIA

Cuando se comienza a recordar la guerra de mierda
ciertos hechos resucitan. Dios, al principio
Ezra Pound

En las costas de Liberia
los hombres caminan sobre sus mierdas
mientras cantan:
el amor a la libertad nos trajo aquí.
Los mercaderes huyen de los mosquitos
y las mujeres venden sida
a bajo precio.
—Pero Dios es grande
y nos trae buena cocaína
desde México y Colombia—.
Un niño fuma marihuana mientras busca
su oreja perdida;
violó a sus hermanas,
y las cambio por algo para traficar.
—El hedor purpureo de los burdeles
construidos sobre el desagüe
nos recuerda que Dios es bueno
y con suerte mi carne, al morir,
sirva de alimento para mi madre—.
                                                                    El General Trasero Desnudo
                                                                    lucha entre la selva
                                                                    al lado de los Generales Rambo y Bin Laden.
—Oh, General, cuando hayas matado a tus enemigos
ven por mi corazón,
sácamelo cuando duerma,
devóralo, haz que mi sangre
te brinde la inmunidad necesaria
para la siguiente batalla.
Báñate en mis pieles,
pero por favor
no olvides a mi madre,
que pruebe mi riñón
mi hígado.
Hazle saber que Dios es misericordioso con todos.
                                                                    —En las costas de Liberia
                                                                    he visto niños comer niños
                                                                    mientras otros cantan alegres
                                                                    al dar brincos sobre su mierda.

 

 

 


De En la habitación a oscuras (2019)

 

 

 

 

UNA SERENATA PARA QUE NO TEMAS

Cuando quedemos en silencio
y una a una se apaguen la estrellas.
Cuando las galaxias hayan colisionado
y el universo se contraiga,
te llevaré a dar un paseo por lo que resta del cosmos
y rogaremos acabar como fósiles en algún asteroide,
para que las civilizaciones hoy ignotas,
aun estando ante el fin de los tiempos,
se deleiten al estudiar nuestra procedencia.

Cuando esté cerca el momento
y tú y yo no seamos más que dos esqueletos
y en nuestras cuencas aniden luciérnagas
tal vez el tirano se arrepienta
y cumpla su promesa de resucitar a los muertos,
será entonces preciso que decoré tu esternón con perlas.
Pues, ¿quién quiere ser juzgado mal vestido?
¿quién asiste en andrajos a su funeral?

Cuando la humanidad se haya mudado a las cavernas
y estemos solos tú y yo, mi amada.
Te recostaré en mi pecho
para contemplar el smog del firmamento,
mientras esperamos
contaré una historia para que duermas.

Cuando lluevan calamidades
sobre nuestra casa
y una peste oscura caiga en la tierra,
te abrazaré con tal fuerza
que nos fusionaremos,
provocaremos una gravedad tan intensa
que crearemos el gran hoyo negro.
Será un final precioso,
el amor
habrá acabado con el multiverso.

Cuando la luna se desmorone
y caiga sobre nuestras cabezas.

Cuando el maligno jale de tus pies
mientras tomas la siesta.

Cuando los polos se inviertan
o el planeta estalle

aquí estaré tomando tu mano,
susurrándote al oído esta cantaleta.

 

 

 

 

EL RITO

Tú eres yo y yo soy tú.
Abro mi estómago
con el pico de un ave
que he encontrado
bajo la almohada.
Ofrezco mi hígado
al dios de los huérfanos
y mi páncreas
al señor de la asfixia.
En este rito pagano.
Llegas al claro del bosque
y te preguntas
¿qué fue de los huesos
que ocultaste
dentro del roble?
¿A caso el fango
ha absorbido tu lápida?
Yo soy tú y tú eres yo.
Tomemos nuestras manos
y oremos al luar,
corazón derretido,
arcángel de piedra o de barro,
tiara de rosas,
hay un artrópodo muerto
en cada uno de nuestros bolsillos
y al fondo de la senda
nuestro reflejo.
Sin mí no existes.

 

 

 

 

 

BELFEGOR

Pasaban los días mientras los cristales
                  que venían de la pesadilla rasgaban mi colchón
y en el pasillo del teatro
aún se escucha como marchitan las cactáceas
                  como si fueran cadáveres olvidados en la autopista que va al manicomio.
Rechazo tu presencia
que es el ladrido de un perro a la mitad de mi calle
y con las piedras que dejaste donde era tu sitio
                   levanto las costras que conservo desde niño.
Padre, hoy quiero ver cruzar tu fantasma por en medio del lago.
Pregunto a mi vaso que ahora es lo mismo que la canción olvidada
                   o que la Diosa del pan concediendo la hambruna a sus fieles
                   ¿qué será de la cuna caída frente a los altares para los difuntos?
                   ¿A dónde va el tiempo cuando lo olvidamos?
Hay un puente colgante en la oscuridad de la alcoba
                   y los ojos del señor de la pereza observan como rezas por mí,
                   que soy lo mismo que un murmullo cuando no hay nadie.

 

 

 

 

 


BOSQUE DE NOCHE

Al frente, como una cruz
apenas visible por la nieve,
te encuentro,
lápida para la noche
sobre la que los cachorros juegan.

Bajo los álamos,
cubierta de ceniza,
rasga mi verso,
reflejo de ángel
con alas musgosas
y escapa tomando mi mano
muy lejos del poema.

 

 

 

 


De Las cenizas del día (2019)

 

 

 

 


PAISAJE DE ZACATECAS CON AHORADOS II

Allá, entre los árboles secos, donde se escucha nítido el silbido del viento
gran cantidad de zopilotes vuelan cerca de los cadáveres.
                  Atrás, la bruja se oculta entre el matorral que se pierde con el horizonte.
De las costillas de la carroña colgada:
                                                                dos cabezas de buey cayeron
sobre la roja tierra del semi-desierto.
Péndulos de veneno cobrizo
donde los búhos a la hora del crepúsculo descarnan la calcinada amargura.
Osamentas del recuerdo inmisericorde
                                                                que se columpian como desolados guiñapos:
                                                          el dedo difuso de Tata dios toca el llano y se evapora.

 

 

 

 


HIMNO AL ALCOHOL

De mis lágrimas creció un colibrí,
busca buganvilias en los huracanes.

Hay un camino de huesos
después de la tormenta,
con su corona de cangrejos
al final nos espera la reina de los caníbales
que ora en silencio frente a las Parcas, hijas de la Necesidad.

¡Vengan las tinieblas arrastradas por las olas del mar!
¡Venga, pues, el molde de vapor para los pulmones!
¡Venga el insomnio a perpetuar el sufrimiento!
¡Que la gran telaraña de la luna atrape las palomas!
¡Que los pétalos crecidos sobre las cucarachas maticen nuestros delirios!

Aquí estamos los hijos de Leviatán
nacidos sin hígado
en espera por una palabra de Glauco,
con las macetas como sombreros
y las cadenas y los látigos
que envuelven nuestros gritos.
Crucificados en un molino de viento
estamos, cual luciérnaga aplastada,
nuestro brillo mancha el suelo
pero no nuestra tumba.

Circula por nuestras arterias
la cera de las velas
que usarán en nuestros ritos fúnebres,
somos la pupila del océano
por la que se observan todos los barcos
hundidos en las entrañas de Goliat.

El albatros a lo lejos nos saluda,
nos dice “después de la peste negra
encontrarán la cura,
es la novia que les espera
junto al mausoleo en la eternidad”.

Te saludo, novia, que traes tus besos desde la muerte.
Aquí estoy yo, dejo atrás los ecos de los que me acompañaban,
famélico frente a la estatua de Dionisio.
Traigo mis manos como ofrenda, dejo en su lugar muñones de lodo.
Amada, me preparo para sumergirnos en el pantano,
inseparables por el beso eterno que unirá nuestras almas.

Ahora, desde la cámara de Perséfone,
canto para el único dios que conozco
este himno con mi voz de ave enferma.

 

 

 

 


UNAS PALABRAS PARA UN RECUERDO

Eve. Tu nombre que también es vida
hoy también es el lago
en donde flotan los niños ahogados.
Tus manos que son de briza;
tu sexo que sabe al plácido beso
del suicidio; tus pies que son ángeles
caídos en un pantano;
tu vientre de arena cristalina;
mañana serán la lengua materna
de mis ancestros.

Dame a beber de tus ojos de barco encallado, Eve.
De tu nombre que también es víspera.
No me dejes en este parque donde los pájaros se despiden
y los hombres enmascaran las estatuas.
Hoy busco tu rostro en el ladrido de los locos,
donde la soledad prostituye la tristeza
que escapa de mis labios al pronunciar tu nombre
que también es recuerdo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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