Revista Latinoemerica de Poesía

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Habitar el Relámpago / Paisajes ominosos



 

PAISAJES OMINOSOS

 Por Juan Manuel Roca

Creo que la reserva que tuvo Gombrowicz acerca de la poesía que busca a todo trance ser “poética”, ha hecho por fortuna blanco en algunos autores que huyen de los tópicos líricos, más cercanos como están a Lautreamont que a Bequer, más a la distopía que vivimos que al gorjeo del ruiseñor. Hemos aprendido a valorar a quienes saben apuntar con tino al público burgués para arrojarle más tomates que rosas. Y a quienes no propiamente lo hacen con alardes vanguardistas ya marchitos, con manifiestos escritos antes de realizar una obra, como quien dice con los gestos vanos de querer poner la huella antes de dar el paso.

Pienso esto al leer los poemas de Norman Paba, unos poemas que parecen nuestro reflejo colectivo visto en un espejo cóncavo. Lo suyo, me parece, es un cambio de dominio de la poesía sumisa que habla por hablar, al dominio de una poesía que rehúye el manierismo, contraria a la que se escribe en estos pagos con bastante frecuencia. Hay contadas excepciones que no encajan en lo que afirmo, un tono homogéneo que permite insertar versos de un poeta en los versos de otro poeta sin que se altere para nada ni el sonido ni el sentido.  

Frente a una artillería de mentiras y miedos que llega inclusive a domesticar la poesía, a hacerla cortesana y obediente, la palabra de Paba resulta inquietante porque no es tremendista sino sucia de realidad sin que sea por esto realista.

El poeta le sigue en estos seis poemas un prontuario a nuestro entorno. Y anota sus desvaríos: el de quienes pierden “la cabeza por amor una y otra vez” o cohabitan con la soledad o con la ebriedad en un país más ebrio aún. Un país dónde no pocos preguntan dónde queda su casa, dónde queda la vida. Todo podría resultar en extremo dramático pero la forma que tiene de expresarlo lo aleja del gimoteo, como si dijera entre líneas que la soberbia colectiva a veces puede desalojar los pequeños dramas del individuo.

Frente a la jauría de los miedos, miedo al otro, miedo a la noche, miedo a sí mismo, miedo a la incertidumbre, miedo a perder el más adocenado empleo; frente a los miedos en los que somos atrapados como reos, su palabra habla del sueño, y el sueño no es verbal, pero habla más aún del maldormir en callejones, de dormir con quienes ingieren grajeas de expiación, de dormir en un auto oxidado, de “dormir esposado en estaciones de policía o en bibliotecas”, “en taxis que regresan a ningún lugar”. Pero también es bueno hacerlo bajo bengalas en ultramar “escuchando la conversación subterránea de todas las cosas vivas”.

Su poética contiene una suerte de almacén de símbolos (la expresión es de Baudelaire), de imágenes que nos acompañan y siguen inquietándonostras su lectura.

Su alucinada y/o alucinante versión de San Victorino, de un paisaje del Bosco que hace itinerancia en nuestra ciudad, de nuevo nos recuerda que, entre la realidad y el deseo, en esta geopatía, en esta enfermedad del paisaje de una multitud que vomita (salud, García Lorca), la poesía que no escamotea su acoso siempre tiene una relación disfuncional con la falsa realidad.

Paba ve la belleza escondida en el harapo, como algunos ángeles de su admirado Caravaggio. Él es uno y otros. Es Chet Baker levantando la trompeta resurrecta tras su muerte en Ámsterdam, un lírico del jazz que regresa del olvido para ponerle la banda sonora a esta ciudad que nunca conoció.

Paba es o quiso o pudo ser “un monje salvaje”; puede ser, en fin, el intento por despojarse de un yo atenazante, un paseante que decide “lanzarse a las vías de un tren que no existe”.

Yo agregaría que por fortuna ese tren luctuoso no existe y que, de existir, Norman lo encontraría posiblemente en las carrileras de un cuento de Arreola, a lo mejor con un guardagujas de su misma inusitada imaginería.

 

 

 

 

 

PROEMIO

Para todas las que no participaron en una revolución, para las que arrojaron a sus niños desde lo alto de la montaña y luego sonrieron satisfechas mientras la brisa aullaba, para las que perdieron la cabeza por amor una y otra vez y odiaron tanto ese corazón entregado que desearon ser hombres y follar su propio cuerpo con la rabia de las cosas oxidadas, para las que apagaron cigarrillos en sus vientres con natural felicidad luego de visitar al ginecólogo, para las que murieron de sobredosis en callejones, en bares y en cuartuchos infectos, para las que nunca lucharon ni les interesó hacerlo, para las rubias destruidas estáticas en su propia contemplación de animal de centella, para las que se emborrachaban hasta perder el camino a casa y a sus vidas, para las que la ternura, ese extravío, destruyó sistemáticamente. Este es su canto, su llaga perfecta, de azafrán, de jazmín, de las diez mil hogueras donde arde toda la belleza.

 

 

 

 

DORMIR

Dormir en sofás endurecidos por el frío.
Dormir en callejones, en puentes, en plazas,
mientras las ratas bailan un vals con tu hambre.
Dormir
con toxicómanas violentas aullando de emoción
ante la posibilidad de una nueva dosis.
Dormir, perseguido por las jaurías del amor,
en un Cadillac dios de óxido y ruido.
Dormir con las luces encendidas por miedo al fin del mundo.
Dormir en habitaciones destruidas por la fiesta,
en trincheras, en cráteres salvajes.
Dormir borracho y despertar en medio de un hospital
ciego de golpes.
Dormir enfermo en el altillo del apartamento 2 0 2
5 gatos furtivos y la amistad más generosa
desplegándose.
Dormir esposado en estaciones de policía, dormir en bibliotecas,
en taxis que regresan a ningún lugar.
Dormir en moteles del desierto
donde la certeza de la inminente y estruendosa derrota
seduce a mi desesperación.
Dormir
en ese único avión
que cae en medio del infierno.
Dormir con Angélica, su cuerpo perfecto de 1 metro 79
cuchillo de luz que parte el aire, parte la madrugada
irrumpiendo como milagro,
breve tigre de Kafka, fogata alucinada.
Dormir
arrullado por el resplandor de las bengalas,
en altamar,
escuchando la conversación subterránea de todas las cosas vivas.

 

 

 

 


TEORÍA DEL VUELO

All things are one.
All things are joined
even beyond the edge of sight.
Mark Strand

A diez mil pies de altura todas las cosas están hermanadas.
Partículas de polvo igualan el tamaño de planetas
y en las calles
los árboles arden y los niños arden
como bestias heridas
que segregan una única visión
de montaña enloquecida bajo un filo múltiple.
Y yo, perpetuo proyectil cayendo sobre los aeropuertos,
exhalo pasión por las piras funerarias
por el olor de la hierba mordida por la humedad.

A diez mil pies de altura
todas las cosas vuelven a ser una.
Luz aplastada hasta la ceniza.
Elemental equilibrio de fuerzas desatadas.

A diez mil pies de altura me desintegro
el pago por mis poemas no llega
y los días de oro son viejas amantes muertas
bailando la dura canción de una nostalgia salvaje.
Arruinado nuevamente
recurro a la poesía
ingrata puta de mil caras
prefiere una cena de piedra bajo la luz de las farolas
prefiere habitaciones calientes y el suave relámpago
de narcóticos aplicados vía intravenosa,
no la reprocho.
A diez mil pies de altura
lanzo un beso al libro de Miłosz olvidado sobre mi escritorio
¿Qué clase de poesía es aquella que no salva
naciones o pueblos?

 

 

 

 

VISIÓN DE SAN VICTORINO

A la manera de Hieronymus Bosch

Niños visionarios arrojados a la hoguera
y viejos toxicómanos destruidos
ofreciendo sus llagas a tambaleantes ángeles del vértigo
detectives del fulgor
que ofrecieron su mente en sacrificio
para despertar tan solo a los tres días
con oro en sus libretas
y la certeza de un nuevo astro
alumbrando el material cambiante de la furia.
Suicidas de cristal paranoico estallando
la calma sorda de las avenidas.
Siniestros productores pornográficos
ejercitando carne podrida
desde el doceavo piso de una pesadilla
con gabanes de cuero sintético y paredes cubiertas en plástico.
Pederastas constelados de horror
cuyos dientes
como los dientes de una cantante muerta
resplandecen en teatros y azoteas.
Putas vestidas de un rojo violento
inestables traficantes de Mini Uzis
enseñando que la belleza sucede
a una cadencia de 950 disparos por minuto.

 

 

 


SUMA

Ser un violento ángel de Caravaggio
visión narcótica de la Gracia.
Ser la pantalla borrosa de un cine pornográfico.
Ser el amante baleado a media noche
gacela herida en la tela del sueño.
Ser la calma anterior,
el jardín cercado por las llamas,
una ciudad aplastada por la artillería de dioses enemigos.
Ser Chet Baker, un diamante tallado y robado en Oklahoma,
delirio de trompetas volando entre lujosos hoteles
y la muerte.
Ser un monje salvaje en perpetuo éxtasis
adusta serenidad sobre el lomo curvado del relámpago.
Ser la fuga, la lluvia, un fuego de hojas secas.
Ser
el más hermoso cuchillo
clavado en el corazón del mundo.

 

 

 

 

CALMA

Para Verónica Ardila

Lanzarse a las vías de un tren que no existe
en una ciudad bombardeada y olvidada en el sueño.
Vivir en los libros, en la pantalla de un cine,
en minúsculas habitaciones donde solo palpita
tu respiración de puro fragor,
pulso de ruinas doradas
bajo el ojo salvaje del amanecer.
Bailar con cuchillos
mientras las ambulancias rugen y el mundo ruge
y la tranquila apariencia de las grietas
es la única música posible.
Derrochar todo dinero en cerveza y cocaína,
y una angustia tan bella
como para huir travestido en aerolitos de furiosa carne.
Jugar con las ilusiones perdidas hace tanto tiempo,
una tarde de agosto,
cuando atravesábamos la avenida Santander
en un viejo Mazda
y tú mirabas a través del parabrisas
a las gaviotas sobrevolando como diosas del destierro
la orilla del mar,
y yo pensaba que podíamos estar allí
en la carretera, para siempre, amándonos.

 

 

 

 

Norman Paba Zarante (1985, Cartagena) Finalizó estudios en Literatura. Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia en la línea de Poesía. Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés y al inglés. Colaborador habitual de la editorial Piedra de Toque Poesía Ambulante. Participó, entre otras, en la antología de poesía colombo-peruana En Tierras del Cóndor del Taller de Edición Rocca; Antología Múltiple III, Luna Nueva (Diecinueve miradas a la poesía colombiana). Dirigió y dictó el taller de creación y apreciación en poesía Ruido Ciego para la Dirección de Museos y Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia. Ganador en el año 2017 de la convocatoria de Idartes Residencias Artísticas en Bloque Ciudad de Bogotá, con el proyecto Habitar el Relámpago (Fundación Poética de Espacios No Convencionales). Su libro de poemas La Noche Incinerada se encuentra inédito. Ha publicado la plaquette Habitar el Relámpago.

 

 



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