Revista Latinoemerica de Poesía

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Ángel Escobar



Nota y selección por Hellman Pardo

 

Ángel Escobar penetra en sí mismo y apresa sus entrañas. Las curva, las entrega a su país y luego, con las cenizas que quedan, funda un dolor en medio de su alegría. Descorazonado, sin más camino que asumir el ser que es, aquel hombre con pies ciegos, habano en los dientes y de mirada fulminante, es el poeta cubano más importante de la última mitad del siglo XX. Escobar solo quería un ramito de albahaca, y terminó arrojándose de ese alto edificio de Occidente. Aquí, una pequeña muestra de su poesía:

 

DESPUÉS DE TI

Sentado en una piedra, ya casi otro,
miro,
pero es tan solo el viento el que por aquí pasa,
gruñe, gira resbalando en sus ejes,
cancaneando.
Borra un tamaño
el viento. En una piedra es otro.

Recostado en la punta de un reflejo, de un muro,
en el pescante
llamo,
pero ya no estás tú – de ti ni un rastro -,
ni alguien, no hay ya nadie en la puerta.
Sobra un grito.
Acuclillado, roto, en pie, voceando
duermo
sin encontrar tu voz. Tan solo se oyen
las sordas palabras
que darán al ruido de los huesos.

 

CIELO RASO

Soy un hombre común;
sin embargo tengo que cargar con esta muerta.
Los periódicos la mortifican,
el frío le carcome los huesos, el calor
le echa a perder los ojos.
A mí me tiene sin cuidado.
Yo que puedo hacer. Qué puedo hacer. Qué puedo.
conozco los espacios; me detengo;
cuento algunas estrellas –
sin embargo en mi espalda sigue
este bulto atascado. No es mi cuerpo –
la cosa es otro nombre que vigilan
y asedian los insectos. Qué hice o no
para así merecerlo. Las filosofías me abandonaron.
Ya se sabe que yo tengo miedo. Nadie aquí
me acompaña. Los dientes rotos, los pies sueltos
no me sirven de nada. Ya no puedo correr.
Soy un hombre común y aquí sigue la muerta.
Alguien debería mostrarme un sitio
donde depositarla. Es tanto como no puedo
ver. Y me pudro con ella. Un ramito
de flores quizá podría sacarme a mí
del incierto sentido en que me escondo.
No soy un niño. No vengo de la playa.
Ayúdeme a saber. No basta el azul tierno de Cuba.
También yo tengo frío y el calor me zahiere.
La piedra, el mar son otros.
Nada se transfigura.
Soy un hombre común.
Sin embargo tengo que cargar con esta muerta.
Qué puedo hacer. Qué puedo.


BEULAH

El humo y las nubes sobre la ciudad.
Y sobre mí mi nombre.
Las torres suspendidas, los edificios altos,
los postes desperdigados
como suspiros de huérfanos
sobre la tierra.
Y sobre mí tu nombre,
tus dos brazos, los pechos, la boca sacudida
por palabras sangrientas.
Las colillas, los fósforos quemados,
los cartones de ayer,
los confetis, las serpentinas que enamoran los pies
cuando se ven sobre el asfalto.
Y sobre mí la gestión de los cielos amarillos –
tu recuerdo.
Los dientes picados, los horrendos zapatos.
el perro que llega, los tipos que ladran
en malogradas mesas consentidas
sobre losas lavadas, vueltas a lavar
y luego
percudidas por los escupitajos sordos de ahora.
Y sobre mí tú sola.
O con tu fiesta viajando en autostop
hacia provincias cercanas o lejanas.
Tú cerca, tú lejana como una maldición
que me persigue apenas con dos manos –
tus ojos.
Tus dos ojos. Sobre toda la tierra.
Y sobre mí, los míos.
Y sobre mí, yo mismo. Aquel
a quien ya nadie perdona.

 


EL RAPTO EN LA LEJANÍA

Cuando crees que estás solo en el mundo
y que el infierno es esta habitación vacía,
viene un pájaro, o algo que puede ser un pájaro,
y golpea sin cesar en tu puerta. Entra
en tus nervios, se arremolina y sube
a tu cabeza, baja a tu corazón y se hace
la ceniza que te habla de otro día. Vuela,
cesa, fuego o serpiente, música ciega,
y de algún modo te acerca un cigarrillo,
un sorbo de café, o al sesgo te habla o gime
¿es tu madre? ¿es tu hermano? ¿un muerto?
y ves, en mitad del erizo, entre los cuatro
muros que no dan y no toman, ni te exponen
ni salvan, cómo se alza ante ti, rey y mendigo
solo en ella y por ella y para ella en ti,
la Virgen de la Caridad del Cobre. Y es
la última costa, la isla que resguarda tu pecho –
y allí el anhelo, el roce de la melancolía: rompe,
bojea: el alma al aire, al sol – solo deseo.
Eso que te sacude, y te mantienen en vilo sobre el risco,
qué es sino tan solo todo lo que tú puedes dar,
es decir, todo lo que has perdido. Y lo has perdido
cuando crees que estás solo en el mundo
y que el infierno es esta habitación vacía.

 


FRAGMENTOS

Algo que no me deja dormir ni estar despierto
te acompaña a esta hora. No esperes al gallo
de la resurrección. No esperes nada.
Hacen su ruido y caen, muertos y vivos caen.
Ratas pordioseras e inmisericordes se enrolan
en tu sangre. Estás perdido – estas no son palabras,
es la mudez la que te indica la piedra del tormento;
el silencio buscando su equilibrio antes y después
de cada sílaba puesta en ejercicio. Tu sí rechina.
Tu no te vuelve añicos. No llores: las lágrimas
hacen el mal más lento. La ola que vuelve
solo tirará ahogados en la playa. No busques
consuelo cerca del mar a esta hora. No pienses
en los bosques del sur pues son tu sepultura.
Ni en los bosques ni en el mar tendrás descanso.
Tampoco sirve que quieras corregir el pasado.
Y en esta ciudad sucia el futuro es un mero subterfugio.
No eres cobarde ni valiente: te lo dice el instante
que ha de astillarse a esta hora. Tú entero
no eres el fiel de ninguna balanza. No añores
la paciencia. De cualquier modo no hay
a quien maldecir por haberte engañado.
Quédate así contigo. Yo miraré despacio,
si es que puedo, y amanece algún día,
los breves romerillos silvestres que el aire ha enviciado.

 

SI TE VEO

En medio del tumulto de sombras
soy otra sombra más: cuerpo sin rostro,
paja, espanto ciego.
Rastro sin pie: humana perdición de la costumbre.
Gritos de agrimensores, desplante, frío
el estímulo te deja: soporta el don de más,
haz que el contrito de tu entraña te deje
y se acuchille y llore. Una vez dije: “Ven”.
Vino la nada, el leve reclamo de lo mismo.
Un zapato, un violín, un cenicero – lo que se lleva
atado a la costumbre. Yo velo en medio de la noche,
yo quedo solo – el día golpea y te marca y muele.
No hay más allá que el torpe vocerío.
Y los jimaguas que tocan en la encrucijada –
Lucifer baila; más no sabe lo que le espera.
Dios, pon mi cabeza y quítame el frío.
El calor da sus tumbos. Manos y manos solas.
Un silencio, un portazo: dos virutas –
los aserraderos con los ojos por dentro,
la carne ínclita por ti se inclina, el cuerpo
corcovea y se hincha: dale tu dolor,
como si no hubiera más,
dale, y espera sentado: ya no hay cantos con bares.
Todo es la perdición, el doble que te acecha y te hace.
Una tórtola para mí; nadie me da una flor,
ni un ramito de albahaca: mal consuelo.

 

AÑORO

Dame un siquitraque, una matraca;
párteme la siquitrilla. Préstame
tu maquinita de hacer ruido, Dios.
Quiero un fósforo, soy un pabilo –
Sécame: me gasto en ti sintigo:
déjame ver la luz sobre las hojas.
¿Podría ser una brizna de hierba,
no un mugido, no espuma? Sácame
de esta celda. Dame un vuelo, un pétalo,
no la hurañez, lo estéril de estas cuatro
paredes. Dime que puedo ser otro; sé
mi prójimo. Ayúdame a saltar
de este edificio de Occidente. Di
que te encontraré –
ven en forma de mujer, sé mi custodio.
Aplaca el frío de las vísceras: hazme
Correr, no me dejes sentado sobre mí.
Hay un poco de gloria, de azul – no dejes
que astille tu vidriera. Arena, sol y sitio
a mi huesa. Embúllame; no me dejes
caer. Soy sí, soy no: un tal vez,
la carestía, y me apego al fracaso.
Soy el negro lucero de tu juicio; ponme,
componme – haz de mí un hombre:
soy el colegial, el niño de tu impulso;
tomo la piedra, y soy la piedra, Dios,
déjame ser.

 

ESPLENDE

Este temblor es mío, mi única
propiedad privada. Y esta zanja
qué hace el dolor en mi alegría.
Qué hago en este edificio de Occidente.
todo se fuga, menos el yo incumplido –
puedo ser irrepetible y solo. Todos
mis argumentos dan en lo sagrado.
Y tengo un corazón que apuesto
como síntoma de Dios. El verano
llega a mi temblor, y así los sicomoros.
Una simple palabra me aniquila.
No puedo pronunciarla. Soy de mí,
soy de ti – ya no estás solo o sola,
donde quiera que estés, mírame ser contigo.
Es lo único que nos pertenece. Entre
monedas y platos, no estés cautivo o cautiva
de esa desfachatez y ese desplante – temblor,
ante el acoso, solo el temblor del alma.
La vida no es el chantaje que dicen,
y tampoco la muerte – he visto,
siento,
y arreglar eso no puede nada, nadie.

 


Ángel Escobar (Guantánamo, 1957 – La Habana, 1997). Graduado de Artes Dramáticas en la Escuela Nacional de Arte en 1977 y en 1984 en Artes Escénicas por el Instituto Superior de Arte (ISA). Premio David de poesía en 1978 y Premio Roberto Branly en 1985. Publicaciones Viejas palabras de uso (Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1978). Epílogo famoso (Ed. Letras Cubanas, 1985). Allegro de sonata (Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1984), Todavía (Ediciones Unión, 1991), Cuando salí de La Habana (Ediciones Olifante-Iberocaja, Zaragoza, España, 1996).

 



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