Revista Latinoemerica de Poesía

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Guía de forasteros, de Jorge Ortega



 

 

Por Manuel Iris

 

Ortega, Jorge. Guía de Forasteros. Bonobos: México, 2014.

 

 

Quien guarde silencio tendrá

lo que no pida

y que desea.

 

Jorge Ortega  

 

 

Según el Diccionario de la real Academia, Guía de forasteros se llamaba, en España, al  libro oficial que se publicaba anualmente y contenía, con otras varias noticias, los nombres de las personas que ejercían los cargos o dignidades más importantes del Estado. Era, pues, un libro hecho no para ubicarse en lo geográfico (no era un conjunto de mapas, no era una cartografía) sino dentro de lo simbólico: era un libro para decodificar lo invisible que afecta directamente la realidad material. Eso mismo es la Guía de forasteros de Jorge Ortega: un libro que busca, entrando en lo físico, hablar de lo invisible, lo trascendente.

En este libro, Ortega  se nos revela como un observador o, en realidad, como un contemplador, ya que la contemplación es una forma no de entender sino de cosustanciarse con lo observado: el que observa mira el objeto para entenderlo, mientras el que contempla mira el objeto para entenderse. Por eso, aunque los ojos son instrumento de ambas, la ciencia usa la observación y la filosofía la contemplación. La observación requiere movimiento, atención epidérmica, alerta. La contemplación requiere silencio, introspección, lentitud y la calma. Los resultados de una son una ley general y comprobable, los de la otra son una verdad íntima, una revelación.

Los poemas de Ortega en este libro son, por supuesto,  fruto de la experiencia sensorial, incluso podemos trazar el mapa de sus viajes de ida y vuelta entre España y México en el libro. Sin embargo, su escritura surge de y provoca un silencio existente solamente en la contemplación. El poeta parte de la circunstancia, ascendiendo hacia otro ámbito de la experiencia. Esta Guía de forasteros nos ayuda no a ver las cosas, sino a vislumbrar sus significados:

 

Vas acercándote al centro, un meollo

en que las plantas cantan su pigmento

a todo aquel que escucha con los ojos

o sabe

callarse

para ver.

 

(Pp 13)

 

Un libro tan centrado en el silencio y la calma está, por supuesto, formado de poemas que no pueden leerse a prisa. La reflexión pide no solamente lentitud en el pensar las cosas sino en el sentirlas:

 

Paremos un rato.

Bajemos más despacio

a nuestra tumba.

 

Entre palabra y palabra,

entre un paso

y otro

hay jardines sonoros que prolongan la vida.

 

(Pp 15)

 

Quiero detenerme en un par de versos que no resumen el libro entero pero que sintetizan cierto modo de concebir la experiencia de habitar el mundo trascendentalmente: bajemos más despacio/ a nuestra tumba. La lentitud es un modo de agregar significado al camino al cementerio que es la vida. Pero debe ser una lentitud intencionada e intensa, que se sumerge en los silencios entre una palabra y otra, entre un paso y otro, para encontrar sonoros jardines. Tal es el modo en que el poeta, contemplador que escribe testimonios de su andanza, habita el mundo.

            Estamos, pues, no solamente ante un libro de madurez poética sino de una clara tranquilidad vital. Quiero decir: si bien es verdad que en el libro se manifiesta conflicto con la circunstancia (al hablar de México, por ejemplo), el poeta ha encontrado ya su centro y su paz. El conflicto es con la materia y no con el propio espíritu.

            Como he dicho, Guía de forasteros es un compendio de imágenes nítidas que revelan una realidad trascendente.  Los poemas parten de un evento circunstancial hacia una realidad distinta. Uno hay, sin embargo, que hace el camino contrario: ir en busca de la circunstancia, de la anécdota como final, a partir de la belleza con que se realiza verbalmente la imagen. Creo que es uno de los poemas más notables del libro. Se titula Escuela flamenca y comienza con la siguiente estrofa:

 

La abuela emparejando calcetines

frente al televisor, y una luz tenue

—entre amarilla y blanca

pero sin consistencia—

viniendo desde afuera

a esclarecer la cueva de la sala,

depósito de sombras.

 

(Pp 34)

 

            Por supuesto, el título del poema hace referencia a la escuela flamenca de pintura de los siglos XV y XVI, celebrada por su captación de la quietud, y de la luz y la sombra. No hablo aquí de la pintura del Bosco, sino de la de Van Eyck. Por supuesto, la escena que Ortega nos entrega no es una escena de aquel tiempo, no es el famoso retrato de Giovani Arnolfini y su esposa, sino el de una pareja normal, contemporánea y cotidiana. Pero su técnica de pintura (su escuela, pues) obra como la de aquella escuela pictórica: todo son sombras y luces —en este caso, las del televisor— y las figuras humanas son en un instante el resumen de una vida entera o de un momento histórico. La luz y la sombra lo delinean y lo llenan todo, el poeta habla de una luz tenue,/ entre amarilla y blanca y la sala es un depósito de sombras. El poema continúa con su modo pictórico de armar lo contemplado:

 

A un lado su marido

con la pierna cruzada

y el aspecto cansino,

el rostro un poco más iluminado

por las detonaciones de la tele

que estalla en las fugaces imágenes que ofrece.

 

(Pp 34)

 

[L]as fugaces imágenes que ofrece la televisión son parte de la fugaz imagen que eterniza Ortega en el poema. Imagen en la imagen, espejo en el espejo, pintura en la pintura: barroco. Este poema, que no pongo entero para que el lector lo busque, pudo haber sido igualmente una evocación de Caravaggio. Da igual: en realidad las referencias y las palabras mismas, lo dice Jorge varias veces en su libro, no le pertenecen a nadie. Los artistas, los humanos, somos el medio por el cual otra realidad se manifiesta:

 

Habla. Qué importa

si lo que se diga

lo dices tú

o el vecino.

 

Algo quiere ser dicho.

Algo pretende

desesperadamente

un ápice de tinta

para ingresar al mundo.

 

(Pp 39)

 

Concordantemente con su tema, que yo creo que es la realidad física vista como avatar de otra realidad arquetípica, los poemas de Ortega son, lo he dicho antes, de un tono calmo. Son poemas que deben leerse sin prisa,  y en los cuales el hablante se revela como quien entiende su nimiedad, su pequeñez, su pequeño papel en la existencia: dar testimonio: en tu penumbra anónima das fe/ de lo que hubo antes/ del verbo y de la luz. (Pp 53)

Dar fe: de eso se trata. Y damos fe de que quien habla, quien vive, está a merced del azar:

 

Por qué pasillos del mundo

me conduces

azar;

destino,

causa oscura

tras un señuelo de puertas abiertas,

de muros abatibles que se tienden

ante la espiga trémula del pie

 

(Pp 54).

 

Sin embargo ese azar no significa que la realidad en su esquema mayor, en sus rasgos eternos, no se encuentre ya cifrada. Jorge Ortega (y esto es algo que comparto) cree en las repeticiones, en las variaciones sobre el mismo tema:

 

No concluye ni comienza su marcha el calendario.

Los mismos equinoccios nos ocurren, las mismas

Estaciones transforman los abetos del parque.
La moneda va y viene. Regresa lo extraviado.

Como dijera Borges, de nueva cuenta Ulises

Zarpará rumbo a Troya y, errando por el margen

de Libia, los dardanios fundaran junto al Tiber

su insigne campamento. Sin duda nada de esto

nos toca atestiguar, mas en otras pupilas

afilará su brillo la fama de los bronces.

Cambia la circunstancia, pero no el arquetipo.

 

(Pp 99)

 

Estamos, pues, frente a un poeta que se ocupa de lo que hay debajo de la piel, pero que desde la piel habla. Estamos frente a un libro que desafía su propia naturaleza física, queriendo salir de sí. Es muy poco decir que estamos frente a un libro bien escrito, porque estamos frente a un conjunto de verdaderos poemas que se ocupan, a partir de nuestros cuerpos, de lo que somos de alma. Es un libro que busca el arquetipo para entender al individuo. Por personal, este libro delicado, brillante y preciso, este conjunto de revelaciones filosóficas que se nos ofrecen con belleza, nos compete a todos.

Yo celebro este hermoso libro de Jorge Ortega que, luego de explorar la luz de sus certezas, termina por asomarse al misterio y cuyos últimos versos nos dejan la posibilidad de leer la realidad con su fuego ilegible/ sin aclarar las dudas. (Pp 121)

 

 ***

 

Jorge Ortega (1972).  Poeta y ensayista mexicano nacido en Mexicali, capital del estado de Baja California. Es doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. El año de 2007 fue incorporado al Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) en la disciplina de letras. Obtuvo el Premio Estatal de Literatura de Baja California en 2000 y 2004 en los géneros de poesía y ensayo literario, respectivamente; el Premio Nacional de Poesía Tijuana en 2001; y en 2005 resultó finalista único del XX Premio Hiperión de poesía convocado en España. En 2010 su libro Devoción por la piedra fue merecedor del premio internacional de poesía Jaime Sabines.

Durante los períodos 2000-2001 y 2002-2003 fue becario en la especialidad de poesía del programa de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Colabora en diversos medios especializados de Iberoamérica, tales como las revistas Crítica, La Tempestad, Letras Libres, Luvina, Mandorla, Nexos, Quimera y Revista de Occidente.

 

 

 

 



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