Revista Latinoemerica de Poesía

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9. Atar las bridas



Por Hellman Pardo

 

Último miércoles de agosto de 2013. El día amanece con un poco de lluvia. Una lluvia cansada, sibilina. Me anuncio en la portería del edificio Sabana, en el centro de Bogotá, y pregunto por Fanny Buitrago. Estaba en ello cuando la veo entrar con algunos paquetes. La autora de Los amores de Afrodita me mira y me invita a seguir. Dos Grau penden de las paredes. La vista desde el piso veinte semeja un relámpago borroso. Diez minutos más tarde entra José Ramón Ripoll, con aquella sonrisa diáfana que le caracteriza. En la mesa Piedra Rota, el último libro del poeta español, publicado en Tusquets hace un par de meses.

 

¿Cuáles son los orígenes de tu poética?

Había considerado que la poesía era un hecho fortuito. Un encuentro azaroso entre dos, tres palabras que te buscaban, pero hoy día creo que es un hecho más cotidiano y voluntarioso. El poema me busca y yo busco al poema al mismo tiempo. Soy musicólogo. He vivido en una población como Cádiz, bañada por el Atlántico, donde, durante mi infancia y primera juventud, eran habituales los conciertos de voz y piano, me acostumbré al ritmo, y en sí, a la música. Desde joven, entonces, escuchaba a Schubert, Schumann, maravillándome y preguntándome qué querían decir aquellas melodías, aquellas voces en un idioma tan ajeno para mí como el alemán. Fue aquel ritmo el que me llevó a la poesía. Como escuchaba melodías en ese idioma, me acerqué a Goethe, a Novalis, a Heine, buscando traducciones al español para saber qué querían decir esas palabras. Así, y lo digo sin pretensión, mis  primeros pinitos fueron influidos más directamente por la literatura alemana que por la española. Más tarde, naturalmente, al sumergirme en los secretos de mi propia lengua, descubrí a Juan Ramón Jiménez Rafael Alberti, Cernuda o Cesar Vallejo.

 

¿Crees que el camino es la poesía o el lenguaje?

Ante todo, el poema es una construcción lingüística. Cuando el lenguaje se hace poético, se transforma entonces  en un acto de rebeldía contra sí mismo, una desobediencia contra las aristas inamovibles de su aparente estructura. En definitiva, el poeta es un buscador de estrellas, de esos puntos escogidos en la negrura delaa noche. de esos signos diseminados en el bosque que nos señalan el camino de la verdadera experiencia. No se trata de ser complicado o sencillo. teniendo la obligación de adentrarse en ello. Como decía Rafael Alberti “Poeta: por ser claro, no se es mejor poeta. Por ser oscuro, no lo olvides, tampoco”.

 

¿El poema es una sensación, una idea, una palabra?  

En mi caso, el poema surge como una célula sonora. La poesía está más cerca de la música que de la misma literatura. Ese núcleo melódico o armónico surge en algún momento ante una inquietud, ante una emoción, ante un pensamiento y, como en una sonata, te va pidiendo un desarrollo musical. Alternas rítmicamente las palabras, revelando y desvelando la realidad.

 

En el momento de encontrar esa voz poética, cuando la palabra se revela, ¿corriges en la travesía o dejas que la sensación fluya? ¿Dejas que el poema se integre a ti sin tocarlo?

En un primer momento, dejo que el poema fluya, aunque ese fluir resulta ajeno al poeta. El poeta no es del todo responsable de su obra, pero sí tiene que atar las bridas de la palabra. Si no lo haces, es como el río desbordado. Soy partidario de dejar correr la imaginación, pero luego corrijo y trato de equilibrar el resultado. El poema, sin embargo, para mí, no es un álbum de fotografías, o una serie de instantáneas. El poema es un espejo en el que, cuando me asomo, trato de verme reflejado como soy en ese momento. Cuando no me devuelve la imagen esperada, reescribo. Así, es una obra en constante movimiento. Quizá sigo las líneas del último Juan Ramón Jiménez, el Juan Ramón del exilio, del Dios deseado y deseante, el de Lírica de una Atlántida, el de Espacio,  un poema que ayuda a reconocerse en el ser más esencial No creo en la poesía bien peinada, tranquila, sosegada. Para mí el poema tiene que martillear por dentro. Huyo del verbo estruendoso. Creo más en la “música callada” de Juan de la Cruz,  más que en la poesía del silencio, en la que se encuentra a media voz  te invita a la contemplación. La poesía es “alma tras alma / sin lengua, / sin lenguaje” –parafraseando a Celan- una necesidad de crear un sistema nuevo. Tal como Juan Ramón Jiménez decía: “Escribir para no tener que escribir”.

 

Para los latinoamericanos, hay poetas españoles trascendentales como Quevedo, Góngora, García Lorca y para las últimas generaciones, Gamoneda, ¿puedes nombrar algunos poetas de América que hayan influido en tu obra?

Rubén Darío, José Martí y José Asunción Silva fueron mis primeros acercamientos, hasta los contemporáneos como Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Adolfo Westphalen y Ledo Ivo. Sin embargo, quienes influyeron directamente en mi obra fueron Borges y Octavio Paz. Provengo de la escuela del mexicano, que no fue un referente entre mi generación. Sí que lo fue ante los Novísimos. Y claro, César Vallejo.

 

¿Puedes nombrarme una influencia invisible? ¿Una voz no reconocida?

Carlos Edmundo de Ory, en mi primer periodo, olvidado en las antologías, en los círculos literarios. Un poeta leído por sus amigos, que vivía apartado en una localidad lejana. Aunque más que de olvido se trató de una decisión personal, al ser un poeta inclasificable, no vinculado a grupos ni escuela determinados . Deliberadamente  el poeta opta por el autoexilio, y se instala en Francia, donde tampoco se vincula a ninguna línea literaria, desarrollando una obra absolutamente singular. Luego están Celan, Rilke,  Caballero Bonald, más o menos visibles.

 

Cuéntanos, José Ramón, tu relación entre la radio y la poesía.

La primera y quizá única narración que escribí, en una temprana edad, fue sobre la radio, el objeto y su ruido, sus sonidos, el lugar que ocupaba dentro de la casa antes de llegar la televisión. Empecé en la radio cuando estaba estudiando en Sevilla, y ya cuando paso a Madrid, ingresé en Radio Nacional de España, que entonces era la mejor escuela de musicología. Debido a mi doble militancia entre la música y la poesía, he dirigido programas durante mucho tiempo que han tenido cierto eco en la audiencia cultural española. Bien podías escuchar un cuarteto de Bartók o un poema de T.S. Elliot. Comentar las piezas musicales es otra manera de concebir poéticamente una obra. Tener una sensación poética, por ejemplo, a partir de una propuesta de Bach. Ahora me encuentro retirado de la radio, y continúo con el ritmo de la poesía, más musical y asombrosa.

 

Al hablar de Revistatlántica de poesía, que diriges desde su fundación en 1991 ¿Cómo ves el futuro de la revista, teniendo en cuenta la crisis europea?

Incierto, pero confío en que la buena voluntad de los lectores y de ciertas instituciones nos ayuden a continuar y a salir de este silencio que dura ya más de la cuenta . La crisis perpetúa la incomprensión, donde se considera a la poesía como no vital, y la poesía es necesaria. Estamos ante una serie de gobiernos, y me refiero con ello a Europa entera, que nos anuncian, muy bajito: “sálvese quien pueda”. La poesía se hace entonces más necesaria que nunca, pues hay que devolverle el origen a las palabras. En nombre de la paz se hace la guerra, en nombre de la convivencia se incita al odio, en nombre de la prevención se doblega, en nombre de la democracia se recurre a los métodos de la dictadura, en nombre del diálogo se insulta, y en nombre de la tolerancia se desprecia. Debemos volver, retornar. Decirle viento al viento. No decir “daños colaterales” sino masacres, mutilación, vileza. Contra aquellos que se empeñan en mostrarnos la muerte como vida, podemos arrojarle al rostro la venenosa sustancia de la poesía. Quizá por ello deshabitan toda manifestación poética, como lo es una revista, y en este caso, Revistatlántica de poesía. .

 

¿Una ciudad, un pueblo, una estancia?

Han sido tantos…sin embargo, he sentido más los lugares y las ciudades antes de visitarlas que una vez allí. Por ejemplo, sentí mucho más New York en las palabras de Lorca que cuando tuve la oportunidad de estar allí. Viví mucho más Venecia en la música de Vivaldi que cuando navegué por vez primera por el Gran Canal. Me maravillé en el Cuerno de Oro en Estambul, ante un atardecer que era mío de antes, o cuando contemplé La Habana, recordando mi infancia en Cádiz, que tanto se le parece. Quizá conozco a Cartagena de Indias desde la literatura, aunque nunca he estado en ella, y ya casi es una obsesión, porque espero encontrar el duplicado de mi casa originaria. La intuyo, la siento cercana cuando estoy en Colombia, pero ese deseo me obligará a volver siempre a esta tierra.

 

JOSÉ RAMÓN RIPOLL

Escritor y periodista español nacido en Cádiz, España, en 1952. Dirige la Revista Atlántica de poesía. Entre sus libros se encuentran La tarde en sus oficios (1978), La Tauromaquia (1980), Sermón de la barbarie(1981), El humo de los barcos (1984), Las sílabas ocultas (1991),  Niebla y confín (2000), Hoy es niebla (2003) y Piedra Rota (2013). Entre otros premios, ha sido galardonado con el Guernica en 1979, El Premio de Poesía Carlos I en 1983 y el Premio Tiflos en 1999.



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