Revista Latinoemerica de Poesía

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22. El epigrama: su punción y sus mieles



El epigrama: su punción y sus mieles[1]

Francisco Trejo

 

Inicio

El epigrama es un artefacto poético que tiene su origen en el epitafio griego, una “inscripción fúnebre de uso tan antiguo como la humanidad que, a partir de la cultura romana, adquirió categoría literaria”.[2] Su etimología, epi: sobre, gramma: escritura, nos revela una de sus principales características: la brevedad, ya que, en un primer momento, el epigrama fue unainscripción de carácter mortuorio sobre una piedra. La más amplia colección de epigramas griegos, la Antología Griega o Antología Palatina, se le atribuye a Meleagro (alrededor del año 100 a. C.). Dicha antología fue hallada en Heidelberg, Alemania, a principios del siglo XVII,[3] y en ella encontramos a más de 40 autores.

            En la Antología Palatina es común leer epigramas de autores como Calímaco:

Alguien me dijo, Heráclito, tu muerte, y me brotaron lágrimas. Recordé cuántas veces vimos juntos la caída del sol en charla interminable. Y he aquí que ahora tú, en alguna parte, huésped de Halicarnaso, no eres más que vieja ceniza. Pero ellos sí, tus ruiseñores[4] viven. Hades, que todo lo arrebata, jamás pondrá su mano sobre ellos.[5]

O el siguiente del mismo autor, pero con un tono más punzante:

No me desees buen día, malvado corazón. Prosigue tu camino. Buen día es para mí el que no te aproximes.[6]

 

Desarrollo

El epigrama, al pasar a la cultura romana a finales del siglo II a. C., adquiere una nueva direccionalidad y un nuevo tono. Si los griegos dedicaron estos textos a los muertos, los romanos comenzaron a dedicárselos a los vivos; le dieron al epigrama el aculeus, o aguijón, por lo que se convirtió en el género punzante de la poesía por excelencia.

            Uno de los poetas latinos más representativo del género epigramático es Cayo Valerio Catulo, nacido en Verona en el año 77 a. C., que se cita a continuación:

 

¡Venid todos aquí, endecasílabos,

aquí, de todas partes venid todos!

Que una puta se quiere divertir

negándose la infame a devolverme

vuestras tablas. ¿Lo vais a permitid?

Acosémosla, pues, y reclamemos.

¿Qué quién es? la del sucio contoneo,

que ríe como un mimo repugnante

con su boca de galgo galicano.

¡Rodeadla y a voces reclamad!:

“¡Puta hedionda, devuélvenos los libros,

devuélvenos los libros, puta hedionda!”.

¿Qué no te importa nada? ¡Burdel, fango

o bajeza mayor si aún es posible…!

Pero no hemos de darnos por vencidos,

saquemos, por lo menos, los colores

a la cara de hierro de esa perra.

¡Gritad de nuevo a coro en voz más alta!:

“¡Puta hedionda, devuélvenos los libros,

devuélvenos los libros, puta hedionda!”.

Mas de nada nos vale. Ni se inmuta;

se ha de cambiar de táctica y de tono

a ver si así sacáis algún provecho:

“¡Virgen casta, devuélvenos los libros!”.[7]

 

Se aprecia en los versos anteriores un tono bien definido del epigrama. Aunque este género de la poesía se basa en una especie de retórica de la destrucción, su efecto se sublimiza con la carga humorística del poema, con la ironía perfilada para provocar la risa en el lector. En Catulo, citado líneas arriba, existe una variante en su voz poética, unas veces sutil, otras veces severa:

 

Os daré por el culo y por la boca,

mamón de Aurelio y Furio maricón,

que decís que no tengo yo vergüenza

porque algo afeminados son mis versos.

Sabed que ha de ser íntegro el poeta

en su vida, mas no en su poesía,

pues ésta, al cabo, tiene ingenio y gracia

por ser afeminada y descarada,

y capaz de poner algo calientes

no digo a niños sino a peludos

que no pueden mover sus duros lomos.

Vosotros que leísteis tantos miles

de besos ¿poco hombre me creéis?

Os daré por el culo y por la boca.[8]

 

En múltiples ocasiones el aguijón del epigrama se ve impregnado de mieles. Hay momentos en los que este tipo de poesía puede dejar de ser agresiva y lograr un efecto amoroso. Si el epigrama causara daño en todo momento, estaría condenado a perecer. No es raro, entonces, como se verá más adelante, hallar epigramas amatorios.

Con esta característica, el epigrama catuliano contiene una poética de contrastes: la miel y la punción, un diálogo entre opuestos, como ocurre en el discurso en torno a Lesbia, a quien dedica gran parte de su poesía:

 

Dicen que Quintia es hermosa; a mí me parece que es blanca,

alta y derecha: es verdad            que estos encantos posee.

Pero decir que es hermosa, lo niego pues no hay en su cuerpo,

siendo lo grande que es,            ni un solo grano de sal.

Lesbia es hermosa. No sólo en todo es más bella que todas,

sino que a todas robó            todas las gracias también.[9]

 

En otro momento, Lesbia es una mujerzuela:

 

Celio, la Lesbia nuestra, Lesbia aquella,

aquella Lesbia sola a quien Catulo

más que así mismo quiso y que a los suyos,

ahora en callejones y esquinas

se la pela a los nietos del magnánimo Remo.[10]

 

Tiempo después de Catulo, del año 38 al 104 de nuestra era, apareció Marco Valerio Marcial, poeta nacido en Bílbilis. Él, como Catulo, le fue fiel al género epigramático y le aportó un aculeus más venenoso:

 

¿Por qué no te envío, Pontiliano, mis libros?

Para que tú no me envíes, Pontiliano, los tuyos.[11]

 

O el siguiente epigrama:

 

¿Qué es lo que dice esa puta?

No me refiero a tu mujer, Congilión,

sino a tu lengua.[12]

 

 

La tradición en México

Es importante señalar que el epigrama no pretende embellecer el lenguaje, porque es un poema que apuesta por los tropos de pensamiento, como bien lo ilustra Raúl Parra, poeta guerrerense, epigramático en la mayoría de los casos:

 

 

Poética

Que otros ornamenten la poesía;

a mí, me gusta desnuda.[13]

 

 

 La poesía desnuda, como la sugiere Parra, trae consigo la idea de la brevedad: tomar en cuenta sólo lo esencial para el texto. “Unos pocos versos bastan para derribar estatuas (las del tirano, de la amante, del hombre ridículo). Unas cuantas palabras bastan para trazar la caricatura de cualquier individuo”,[14] dice Héctor Carrato, uno de los epigramistas mexicanos más destacados.

El idioma español es la lengua romance que más entraña la fiebre humorística de los latinos, por eso existe la producción del género epigramático en la obra de varios poetas mexicanos. Quizá el auge del epigrama en México llegó con el nicaragüense Ernesto Cardenal, quien, además de haber traducido a Catulo, escribió su libro, sencillamente titulado, Epigramas, publicado por la UNAM en 1961, de donde se extrae el siguiente texto:

 

De estos cines, Claudia, de estas fiestas,

de estas carreras de caballos,

no quedará nada para la posteridad

sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia

     (si acaso)

y el nombre de Claudia que yo puse en estos versos

y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos

del olvido, y los incluyo también en mis versos

para ridiculizarlos.[15]

 

Este epigrama presenta a dos personajes principales a los que se dirige el discurso epigramático, la amante y los oponentes, que pueden ser otro poeta, el tirano, el esposo de la mujer amada —como el esposo de Lesbia, en el caso de Catulo—, entre otros.

El libro de Cardenal despertó el interés de muchos de sus contemporáneos. Sin embargo, antes de que apareciera publicado, en México ya se habían escrito epigramas, aunque no de una forma prolífica. Muchos poetas mexicanos han incluido epigramas en su obra poética; para muestra de ello, puede consultarse la conferencia “Vigencia del epigrama en México”,[16] que realizó Héctor Carreto a finales del año 2011 en la Universidad de Brownsville, Texas, una panorámica personal sobre el epigrama mexicano del siglo XX. A su vez, Carreto elaboró una lista con diversos puntos que deben tomarse en cuenta para la escritura de epigramas:

 

a)         Tiene un destinatario particular, al que se alaba o se ironiza.

b)         Su brevedad no impide el desarrollo de una anécdota. A semejanza del cuento corto, también aplica el final sorpresivo, contundente.

c)         Posee una actitud moral desde cuya postura se desenmascara y condena el acto desleal o ilícito.

d)         Es seguramente la forma idónea de expresarse para quien tenga el don del humor, de la ironía o de la paradoja, o de todos ellos.

e)         Quizás sea el mejor vehículo para escribir poesía política, pues con humor o ironía el poeta evita caer en lo solemne y en el chantaje emocional.

f)          Conjunta la reflexión con la experiencia mundana.

g)         Su discurso es directo, preciso, sin ornamento: no persigue la belleza de la palabra sino su verdad. Su lenguaje es conversacional.

h)         Es una de las formas en las que mejor se manifiesta el sentido de la intertextualidad: los epigramas clásicos se recrean constantemente, dando como resultado textos nuevos, sin ocultar la referencia.[17]

 

Otro de los poetas mexicanos que ha reflexionado sobre el epigrama es Luis Vicente de Aguinaga. Su ensayo “Epigramática. Nueve proposiciones”, puede consultarse en la revista electrónica Punto en Línea de la UNAM.[18] En él se encuentran nueve puntos que caracterizan al género epigramático, algunos de los cuales coinciden con los anteriores de Carreto.

A continuación se muestran algunos epigramas escritos por poetas mexicanos del siglo XX:

 

  •          Xavier Villaurrutia (Ciudad de México, 1903─1950)

 

Epigramas de Boston

Como los rascacielos

no son tradicionales,

aquí los ponen por los suelos, h

horizntales[19]

 

  •          Octavio Paz (Ciudad de México, 1914─1998)

 

El joven Hassan,

por casarse con una cristiana,

se bautizó.

                 El cura,

como a un vikingo,

lo llamó Erik.

                    Ahora

tiene dos nombres

y una sólo mujer.[20]

 

 

  •          Efraín Huerta (Silao, Guanajuato 1914─1982)

 

Inmenso drama

Todas

Las mujeres

Que amo

      Están casadas

      ¡Hasta la mía![21]

 

 

  •          Raúl Renán (Mérida, Yucatán, 1928)

 

Un día,

tu puñal, Felón,

buscará tu propia espalda…

Fiel a ti mismo,

no le negarás esa gracia

a tu compulsión.[22]

 

 

  •          Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 1929)

 

No se conforma con hincar los dientes

en esta mano mansa

que ha derramado mieles en su pelo.

No le basta ser perra:

           antes de morder

           moja las fauces

           en el retrete. [23]

 

 

  •          Hugo Gutiérrez Vega (Guadalajara, Jalisco, 1934)

 

Sobre antologías y desgracias

Mis amigos antologadores

no saben que, sin proponérselo,

labran mi desgracia

al ponerme al alcance de las garras

de los que no salieron.[24]

 

 

  •          Abigael Bohórquez (Caborca, Sonora, 1936─1995)

 

Contracanto

Te extraño a toda hora.

Cuando llegas te extraño más aún.

Porque vienes sin ti,

sin aquello que eras.

Lo que amo.[25]

 

 

  •          José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939)

 

Multitudes

Bajo un sol que aparenta comenzar otra edad

obreros, campesinos, pueblo, pueblo,

van ocupando a México. Parece

que es la revolución… No:

son acarreados

que trajo el PRI a aclamar al presidente.[26]

 

 

  •          Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953)

 

Oferta

Le costó muy caro ─la propia vida─,

su amor por una mujer barata.[27]

 

 

  •          Minerva Margarita Villareal (Nuevo León, 1957)

 

Credo

Es verdad, Ligia, eres feminista

salvo cuando, flecha en vuelo,

un falo se cruza entre nosotras.[28]

 

 

  •          Raúl Parra (Guerrero, 1958─2008)

 

Rapunzel

Para Nayeli

Lástima que el vellón del pubis

no pueda crecerme más

De ese modo

podría aventarlo

por la tronera de la atalaya

para que entre enroscados tallos

trepes a mi jardín[29]

 

 

  •          Leticia Herrera (Monterrey, 1960)

 

No tengo envidia del pene

aunque sí me genera algo de envidia

no tenerlo dentro[30]

 

Los epigramas anteriores son un apenas una muestra minoritaria de poetas que han cultivado el género epigramático, del que la poesía mexicana se ha nutrido y ha hecho parte de su tradición.

 

 

Reflexión final

El género epigramático se comprende mejor si, por un lado, se espera que sus versos destruyan moralmente a quien va dirigido o, por el otro, si la voz poética muestra las virtudes del ser amado en unas cuantas líneas, como en el caso del epigrama amoroso. Este último hace que la lectura del epigrama tenga diversos momentos: el lector tiene más juego de emociones cuando lee un libro de epigramas que alterna lo amoroso y lo punzante; no obstante, es evidente que predomina el texto de corte punzante.

Cuando se piensa en el epigrama, a menudo salen a flote analogías que van del escorpión al tábano y del rosal a la corona de espinas. Lo lacerante ─el aguijón, la espina, el filo─ es lo que caracteriza a estos referentes que representan al epigrama. Ser mordaz es el objetivo del epigramista que sustituye la agresión física por la agresión psicológica. Un epigrama, al igual que un fusil, puede herir de muerte a su presa; por tal motivo, no importa si el poema contiene belleza y sutileza en el lenguaje, lo verdaderamente importante en el epigrama es su efecto, la herida que puede causar a la persona que va dirigido y el apremio de los cómplices: los lectores. El epigrama, cuando no pretende acercarse a las mieles del amor, es el género de la destrucción, pero también de la experiencia, del lenguaje común, del humor de las calles y de los espacios más íntimos del ser humano: el mercado, el microbús, el burdel, los hoteles, la cama etc.

El epigrama busca su nacimiento en los temas tradicionales de la poesía: el amor y el deseo, el odio y el rencor, la dificultad y la soledad, entre otros. Con esta pequeña abeja, el autor de epigramas puede reírse de mismo y de los demás, tratando de reducir los efectos del resentimiento. Frente al epigrama, la reacción inmediata es la risa, pero posterior a la risa sucede la reflexión, la contemplación del lector en un espejo de lo propiamente humano, sin añadiduras y sin disfraces.

Por otro último, la epigramática es un género precoz: se ahorra todo el trabajo copulativo y se resuelve rápidamente en el orgasmo. No hace falta extenderse en un epigrama: como una bala de corto calibre, puede atravesar a las personas que se sientan identificadas con lo escrito en sus versos. La evaluación del ingenio en un epigrama tiene que ver con la velocidad de su conclusión. Mientras más breve sea, mayor es su efecto, su resolución.

 

 

Bibliografía

Citas

  1.       Beristáin, Helena, Diccionario de Retórica y poética, México, Porrúa, 2008.
  2.       Bohórquez, Abigael, Las amarras terrestres, México, UAM, 2000.
  3.       Calímaco, Himnos, epigramas y fragmentos, Madrid, Gredos, 1980.
  4.       Cardenal, Ernesto, Epigramas, México, UNAM, 2001.
  5.         Carreto, Héctor, Coliseo, México, Joaquín Mortiz, 2002.
  6.       Carreto, Héctor, Vigencia del epigrama, México, Fósforo, 2006.
  7.       Catulo, Poesía completa, Madrid, Hiperión, 2010.
  8.       Catulo-Marcial, Catulo-Marcial en versión de Ernesto Cardenal, Barcelona,1978.
  9.       Herrera, Leticia, Vivir es imposible, México, Verdehalago/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 2000.
  10.   Huerta, Efraín, Obras completas, México, FCE, 2013.
  11.   Lizalde, Eduardo, Memoria del Tigre, México, Katún, 1983.
  12.   Pacheco, José Emilio, Desde entonces, México, Era, 1980.
  13.   Parra, Raúl, La muerte sobre la muerte, México, Praxis, 1999.
  14.   Parra, Raúl, Párrafos, parrafitos y unas crónicas, México, Praxis, 2009.
  15.   Paz, Octavio, Ladera Este, México, Joaquín Mortiz, 1969.
  16.   Villarreal, Minerva Margarita, Epigramísticos, CONACULTA/Instituto Coahuilense de Cultura, 1995.
  17.   Villaurrutia, Xavier, Obras, México, Fondo de Cultura Económica, 1974.

Consultas

  1.       Fernández-Galiano, Manuel, Antología Palatina, epigramas helenísticos, Madrid, Gredos, 1978.
  2.       González Delgado, Ramiro, Poemas de amor efébico. Antología Palatina, Libro XII, Madrid, Akal, 2011.
  3.       González González, Marta y Cristóbal Rodríguez Alonso, Poemas de amor y muerte en la Antología Palatina, Libro V y selección del libro VII, Madrid, Akal, 1999.
  4.       Marcial, Epigramas I, Madrid, Gredos, 1982.
  5.       Rousset Banda, Guillermo, Epigramática griega. Varios y eróticos, México, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1988.

Publicaciones periódicas

  1.       De Aguinaga, Luis Vicente, “Epigramática. Nueve proposiciones”, revista Punto de partida, UNAM, núm. 158, noviembre-diciembre, 2009.

Páginas web

  1.       Carreto, Héctor, “Vigencia del epigrama en México”, en Espejo que muerde, 20 de octubre de 2011.Consultado en http://espejoquemuerde.blogspot.mx/2011/10/

     conferencia-de-hector-carreto-vigencia.html. Fecha de consulta: 24 de abril de 2013.

 

******

[1]Este texto no pretende abordar con detalle el tema del epigrama, sino ofrecer algunas generalidades. En cierto modo, más allá de las reflexiones personales, el presente documento es una síntesis de algunos trabajos que se han hecho sobre este género de la poesía que revisé y que cito aquí mismo. Por otro lado, este texto fue pensado para leerse en la Universidad Industrial de Santander durante el Primer Encuentro Internacional de Poesía Bucaramanga 2013, con el fin de despertar interés por el epigrama en los estudiantes.

[2] Helena Beristáin, Diccionario de Retórica y poética, p. 193.

[3] De ahí su nombre, Palatina, porque perteneció a la biblioteca del Palatinado Electoral del Sacro Imperio Romano Germánico.

[4] Se refiere a los poemas de Heráclito, amigo de Calímaco.

[5] Calímaco, Himnos, epigramas y fragmentos, p. 98.

[6] Ídem. En este epigrama, Calímaco utiliza la voz poética que corresponde a Timón, el célebre misántropo.

[7] Catulo, Poesía completa, p. 42.

[8] Ibíd. p. 16.

[9] Ibíd. p. 86.

[10] Ibíd. p. 58.

[11] Catulo/Marcial, p. 18.

[12] Héctor Carreto, Vigencia del epigrama, p. 7.

[13] Raúl Parra, Párrafos, parrafitos y unas crónicas, p. 49.

[14] Héctor Carreto, Op. Cit. p. 7.

[15] Ernesto Cardenal, Epigramas, México, UNAM, 2001, p. 11.

[16] Héctor Carreto, conferencia Vigencia del epigrama en México.

[17] Estos puntos me los compartió Héctor Carreto. Todavía no aparecen publicados.

[18] Luis Vicente de Aguinaga, “Epigramática. Nueve proposiciones”, pp. 58-65.

[19] Xavier Villaurrutia, Obras, p. 88.

[20] Octavio Paz, Ladera Este, p. 27.

[21] Efraín Huerta, Obras completas, p. 507. Este poeta creó los poemínimos, una especie de subgénero de la poesía que se asemeja al epigrama por su brevedad, su humor y su final sorpresivo.

[22] Héctor Carreto, Op. Cit., p. 124.

[23] Lizalde, Eduardo, Memoria del Tigre, p. 68.

[24] Héctor Carreto, Op. Cit. p. 73.

[25] Bohórquez, Abigael, Las amarras terrestres, p. 199.  El tono irónico es una constante en la poesía de Abigael Bohórquez; sin embargo, en su obra podemos encontrar este tipo de epigramas amorosos. No olvidemos el juego de opuestos en el epigrama: puede ser dulce o puede ser punzante.

[26] José Emilio Pacheco, Desde entonces, p. 24.

[27] Héctor Carreto, Coliseo, p. 48.

[28]Minerva Margarita Villareal, Epigramísticos, p. 44.

[29] Raúl Parra, La muerte sobre la muerte, p. 39.

[30]Leticia Herrera, Vivir es imposible, p. 85.

 

 

 

 * FRANCISCO TREJO - Ciudad de México, 1987. En el año 2011, con su obra La cobija de Ares obtuvo mención honorífica del Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco. En el mismo año, su obra Rosaleda obtuvo mención honorífica del Premio de Poesía Joven Max Rojas. Ha realizado lecturas en distintos puntos de la Ciudad de México y ha publicado en algunas revistas literarias como Palabrijes (publicada por la UACM) y la revista nacional Rojo Siena. Forma parte del Gerión de Poesía, grupo de escritores noveles dedicados a la investigación. Actualmente estudia la carrera de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y realiza la muestra de poesía universitaria Los coleópteros enfebrecidos, que será publicada por la UACM.

 

 



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