Revista Latinoemerica de Poesía

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Mijail Lamas: el navegante de sí mismo



Por Hellman Pardo

 
 

La reciente poesía mexicana explora los pasajes que han marcado a pulso Alí Chumacero, Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco. Tres vertientes que perduran en todo el continente. Mijail Lamas sabe reconocer la fuerza de su tradición, y aun más. Indaga, busca los rastros, y los convierte en la llaga desmedida que contiene a nuestras raíces latinoamericanas. Es el volver a mirarse, a reconocerse en el otro que somos. Poeta y traductor, Lamas mantiene de manera independiente, uno de los pocos espacios de crítica poética en castellano: La estantería. Pero leamos ahora las líneas que le han sido signadas por Chumacero, Lizalde, Pacheco.

 
 

de Cuaderno de Tyler Durden

 
 
HE NACIDO oscuro para el resto del día
y tras una nube
el ojo de Dios guarda silencio.

Soy la sombra de todos los rostros,
dependiente de tiempo completo,
maestro por horas de miseria,
desempleado frente a las marquesinas.

Hoy llevo un dolor de piedra entre las manos.

Lejos de toda caridad
soy profeta y apóstol jubilado de la fe en mí mismo.
Hoy oficio los silencios de la página.

Soy héroe,
peatón del instante y la sorpresa.

Aquí guardo la plegaria del azar
y una sensación de sed como aguja en las palabras.

Hoy no tengo necesidad de fingir
que elijo la vida que me toca.

 

I’m so happy ’cause today
I’ve found my friends…
They’re in my head…
(Nirvana)

 
HE TENIDO amigos de la fuga y el regreso,
sin libros que devolver,
sin consejos realmente valorados.
Quienes creyeron en la poesía y despertaron buscando trabajo
o renunciando a ello.
Quienes presintieron un poema a la orilla del sueño
y se hundieron por la vista en las arenas del lenguaje.
Quienes, en un intento de la más alta rebeldía,
se fugaron de una casa en la que vivían solos.
Quienes correctamente vestidos volvían sucios de la calle y la humillación.
Quienes creyeron en mi canto como en un balbuceo hermoso,
sin tigre ni relámpago,
quienes vieron caer los ideales de un siglo con los brazos cruzados
pero celebraron un juego de baloncesto,
dicha más grande que todas las revoluciones.

 

 

de Fundación de la casa

 

XII
Saturada su piel,
ceñida tenazmente por mi cuerpo,
que hasta en su respirar
mi amor va desplegando
la pétrea flor, la rosa que se fija.

El tiempo pule en ella
su preciso diamante, duro rastro
que en mi cuerpo perdura.
Cristal clarividente
que así me ve caer desde sus ojos.

Al fuego que me esconde
la calma castidad de tus modales,
a ese voy cayendo
como si de la tumba
que es siempre hospitalaria, se tratase.

Así mi mano extiende,
urgida de apurar esa distancia,
la calidez del tacto
donde ganar se puede
la más oculta gloria de dos cuerpos.

 

 

XVIII
Te propongo que hagamos del amor cosa sencilla.
Pensemos que debe adquirir una abierta disposición a obedecer.
Será necesario acariciarle el lomo,
para que aprenda de sus dueños la suavidad del tacto.
Dejémosle tranquilo andar por nuestra casa.
Tengamos fe.
Pero no olvidemos su condición de perro,
siempre muerde la mano que lo alimenta.

Él es quien nos cuida,
quien guarda con esmero nuestra casa.
Prisioneros de nuestra propia bestia,
vivamos temerosos de abandonar su rabia.

 

 

de Contraverano

 

NO QUISISTE quedarte.
No quisiste aprender cómo quedarte.
Quedarte resignado a beber toda la luz que nunca muere.
De tal modo que el recuerdo te soborna,
te hace dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.
Para tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.
Mucho tiempo has pensado destejer, una tras otra,
las tramas que se te van enredando entre los dedos.
Mucho tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,
enumerar también cada puñetazo de la frustración,
cada truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.
Pero no puedes y te llevas una mano a la cabeza
y descubres que en ese recuento
hay una imagen que tienes de ti mismo y te es extraña
que sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,
podrías reconocer.
Hay algo que ahora te detiene.
Has dicho demasiado y te has metido en un problema.
El añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra
guarda para ti un sentimiento de revancha.
No puedes avanzar lo que quisieras,
el desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.

 

 

LO QUE ANTES fue desierto aún persiste
y en unas cuantas líneas crees recuperar todo de nuevo,
recuperar aquel paisaje donde el verano cumplía su destrucción inapelable.
Pero hay algo diferente,
las calles que recuerdas tienen zanjas más hondas,
las paredes de las casas tienen grietas como relámpagos de piedra.
Crees que puedes volver a llenarte de polvo los bolsillos,
crees que puedes patear lejos de aquí remordimiento, rabia y rencor
como si de cosa pequeña se tratara.
Crees que puedes volver y una sensación de sequía en tu garganta te sorprende.
Te sorprende también aquella disposición al cariño que justificaba cada golpe,
aquella sensación de no sentirte solo sin creer que dios te vigilaba.
Y pronuncias en voz baja
una blasfemia que solamente a ti te reconforta.
¿O es qué todo lo que has dicho no deja de ser una conjetura
o una ávida reconstrucción de los hechos
o una manera de legitimar una mentira,
porque eres otra presa del olvido
y herido por el sol en el costado,
se han calcinado todos tus recuerdos?
No hay nada,
te cuesta trabajo creer que no hay nada.
Regresas para buscar en ti algo que permanezca
y compruebas que lo único palpable que posees,
ahora que ya es tarde y tienes sueño,
es el cuerpo de una mujer que no puede dormir
y te espera en otro cuarto.
Dejas la pluma que habías tomado para escribir eso que no alcanzas a fijar,
apagas en silencio cada una de la luces de la casa
y el desasosiego no se extingue por completo.

Quisieras continuar pero ya es tarde.

 

 

de Trevas

 

CUANDO TODOS ya duermen, el silencio es una pesada perra que vigila la casa, pero que llega tarde. Mi hermana María Julia y mi hermano Tomás no dejan de morir en estos cuartos, casi puedo escuchar esa renuencia a desaparecer.
Sólo entonces enciendo un cigarrillo y puedo sentir cómo todo va a consumirse entre mis labios. Esta pequeña flama ilumina los rostros de mis muertos. La noche de mi voz claudica en mi garganta.

 

 

A OTRA MÁS CRUEL
Ella no duerme nunca,
hace ronda en mi pecho.
Ella respira música
entre líneas de sangre y deterioro.

Va montada en el lomo
oscuro de los pianos,
o se va cabalgando
yeguas de la noche.

Hay voces que no duermen
al otro lado estos muros.

Ella no tiene rostro,
su cuerpo se desprende de mi cuerpo;
es la bestia que pugna por salir de mi pecho.

 

 

OSCURO Y desgastado, la madrugada lo encuentra
evocando las hazañas de los capitanes. No sospecha de qué modo
se convierte en la ciudad y en su renuncia.
Es como si las avenidas recorrieran un camino hasta su pecho.
Sabe tomar su parte
y su canción
pero una tristeza que va de los Navegantes a él
le va a pasar tañendo telégrafos urgentes.
Refugiado en el campo no logrará curar el desamparo
que le hormiguea en los muelles:
un foco de infección que le carcome.
Hay días en que un golpe le atenebra la mirada y en el pecho le crece un ave de infortunios: una noche que el día
ya no puede extinguir.

 

 

QUIETO, la oscuridad anida en mí,
y no hay mañana.
Sólo el pensar es lince,
aguja que se hunde entre los ojos.
La tristeza del puerto es un pañuelo que se agita,
el muelle es un latir en mi cabeza.

John Keats el canto acaba;
hermanos en la muerte y el desprecio,
tú y yo vamos dejando magros cuerpos quebrados.
El canto acaba ruiseñor
¿despierto estás o duermes a mi lado?

No ha mucho yo fui un hombre
de empresas comerciales.
¿Dónde ha quedado aquella pragmática elocuencia
que mi pluma trazaba?
Los barcos descargaron en el puerto
mercancías que yo traté en negocios.
Telégrafos monótonos cantaron mi alabanza…

Escribo la palabra Naufragio,
con la punta del lápiz
voy tocando un silencio que se hunde:
aquí todo aguanta la respiración.

Y el mar enorme ruge y me amedrenta,
pues nunca es conquistado por completo,
pues nunca se resigna;
vigila y no descansa en su rencor.
Puedo sentir su pulso
mientras me estoy quebrando por el pecho.

¿Dónde queda el valor altivos navegantes?
¿Dónde estarán los héroes sin descanso
de una nación llevada entre sus velas?

Vivir nunca es preciso,
mas navegar es lo único
que ahora es necesario

Ulises inflexibles os saludo:
leyendas de bajeles y arcabuces,
tesoros del oriente al abordaje,
sus cuerpos hace tiempo
se pudren en lo hondo.

No he sido un navegante,
soy apenas resuello.
Sólo un dolor estólido
es lo que queda oculto ya tan lejos del mar.

Soy esta tierra firme que caerá sobre el pecho.
Los muelles se retiran,
el aire prende fuego
y el corazón se yergue en un aullido.
Cada respiración es un incendio.

 
 
Mijail Lamas es poeta, traductor y crítico mexicano. Nació en Culiacán, Sinaloa, el 22 de febrero de 1979. Ha publicado los libros de poemas:Contraverano (2007); Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa(2008); Un recuento parcial de los incendios, selección de poemas (2009). Compiló junto con otros poetas Vientos de siglo. Poetas mexicanos 1950-1982(2012) colección Poesía y Ensayo de la UNAM. Es editor del blog de críticaLa Estanteríareseñario de poesía (http://resenariopoesia.wordpress.com). Twittea en @mikhailenko.



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